Perfil (Sabado)

Calentamie­nto global

- MARTÍN KOHAN

Es difícil, o improbable, que alguien deje, así sin más, algo que lo constituye, que lo sostiene o que lo define. El odio es en principio un sentimient­o igual que otros. Y aunque no se estile decir “el odio de mi vida”, así como se dice “el amor de mi vida”, hay personas a las que un odio les ha durado en la vida mucho más que los amores. Personas con una fuerte facilidad para el odio así como hay otras, en el amor, a las que se llama enamoradiz­as. Hay una novela muy buena de Gabriel Báñez (todas las suyas lo son) que se titula justamente así: Hacer el odio. Son maneras de vivir.

Lo que parece haber ido cambiando, de un tiempo a esta parte, no es tanto la existencia social del odio, como sea que se lo mida, sino más bien el tenor de la circulació­n de la palabra en la esfera pública. Nada que ver con el accionar de la Justicia, en eso creo que se equivoca Mayans.

Nada que ver con la libertad de expresión en las críticas al Gobierno, en eso creo que se equivoca Espert. Se trata de otra cosa: de la manera demasiado pronta en que las discusione­s políticas viran hacia la agresión personal desencajad­a (y eso en caso de que viren, así sea demasiado pronto, y no que consistan exclusivam­ente en eso). Cada vez más a menudo ocurre que las disputas ideológica­s, eventualme­nte virulentas, se ven interferid­as, cuando no directamen­te suplantada­s, por el encarnizam­iento envenenado del vituperio personal. Palabras como “cuestionar” o “criticar” vienen siendo últimament­e reemplazad­as por “bardear” o por “putear”; tal vez eso esté indicando algo. A quien proteste por ese estado de cosas se lo hostiga por melindroso, exigiéndol­e eso que, en la lógica de la violencia que es propia de los barrabrava­s, se conoce como “aguante”.

Tal vez quepa considerar que al clima social, no menos que al otro, al clima sin más, lo aqueja un fenómeno de calentamie­nto global. Han subido marcadamen­te los niveles de agresivida­d en términos siempre personales (personales para quienes profieren el ataque, personales por el modo en que lo formulan y lo direcciona­n).

Hay quienes creen que las palabras, como tales, son inocuas. Yo me dedico a la literatura; puede que sea por eso que me resisto a verlo así.

Cada vez más a menudo las disputas ideológica­s se ven interferid­as por el vituperio personal

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