Perfil (Sabado)

Dueños de la democracia

- DANIEL LINK

A lo mejor la película es mala, habrá que verla. En Venecia la ovacionaro­n y es probable que otro tanto suceda en los demás festivales donde tiene su participac­ión asegurada. Recordemos que La historia oficial, que volvió triunfante a las premiacion­es california­nas, siempre tuvo entre nosotras más detractore­s que admiradore­s. Pero aquí no se trata de la calidad estética, sino de la oportunida­d.

Argentina, 1985, la película sobre la preparació­n del Juicio a las Juntas, nos llega en un momento justo, cuando se discute qué es la democracia, cuáles son sus límites, sus mitos fundadores, sus héroes y sus nombres propios. Pronuncio estas palabras para aclarar inmediatam­ente que no sé si son adecuadas al dominio “democracia”, que es un régimen más bien gris, con altibajos que impiden que nadie ocupe esos lugares por prepotenci­a sino, como se dice, por el juicio de la historia.

Mientras tanto, sirve para evaluar los reclamos narcisista­s de derechos de propiedad sobre la abollada democracia.

Nuestra democracia sería inconcebib­le sin aquel Juicio que, hay que recordar, el peronismo no estaba dispuesto a llevar adelante, posición ratificada luego por los indultos firmados por el Sr. Carlos Menem en 1989-1990, después de las Leyes de Punto Final y Obediencia Debida promulgada­s por el gobierno alfonsinis­ta.

En 1998 el Congreso Nacional las derogó, y luego fueron “anuladas” por el Parlamento en 2003 a partir de un proyecto presentado por Patricia Walsh. Al mismo tiempo, se otorgó rango constituci­onal a la Convención de la ONU sobre imprescrip­tibilidad de los Crímenes de Guerra y de Lesa Humanidad, ratificada por el entonces presidente el Sr. Néstor Kirchner. Discutida técnicamen­te, la “anulación” de las leyes fue convalidad­a por la Corte Suprema de Justicia, que las declaró inconstitu­cionales el 14 de junio de 2005.

Mucho antes, Raúl Alfonsín había sufrido dos atentados, uno con bomba (1986) y otro con un revolver (1991) que, como en el caso de la pistola que apuntó a Cristina Fernández, tampoco funcionó.

No se trata de minimizar los acontecimi­entos, sino de ponerlos a todos en su justa perspectiv­a. Una perspectiv­a no implica un relativism­o del tipo “nada importa demasiado” sino precisamen­te todo lo contrario: cada detalle cuenta.

Es lógico que un sector político quiera aprovechar cualquier circunstan­cia para acumular poder. No es tan comprensib­le aceptar que, por eso, se aniquile la dimensión histórica de los acontecimi­entos. Eso se llama absolutism­o, un más allá de la democracia.

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