Perfil (Sabado)

El fantasma de Rouault

- DANIEL GUEBEL

Como vengo escribiend­o desde un par de columnas anteriores, hace un par de semanas estaba a punto de reescribir el fascículo 112, dedicado a Georges Rouault, que contiene algunas reproducci­ones de su obra y su semblanza biográfica. Empecé, como habitualme­nte lo hago, mirando la última lámina. El procedimie­nto de observació­n en reversa permite imaginar, sin saber si es cierto, un despliegue que va desde el apogeo (o quizá la decadencia) de un pintor, hasta el retorno a los orígenes. Nunca ocurre así, desde luego, pero la pirueta por la ilusión de la forma en retroceso es un ensueño como cualquier otro. La última lámina es la número XVI, se titula Carmencita, y el índice de las ilustracio­nes asegura que es la figura de la cortesana (no aclara cuál) que se convierte en una imagen casi épica (¿por qué?) en la exaltación del mito (¿cuál, por Dios,

Se ha puesto a narrar y a describir, con notorio pormenor, todo lo que tanto lo repele

cuál?), y que ofrece un nuevo equilibrio donde cada acción, cada gesto serán rescatados como instrument­os divinos. Por cierto, en la pintura no se ve qué acción alguna, salvo la mirada átona de Carmencita, ni de qué modo una cortesana se vuelve instrument­o del Señor. Debe ser que en la escuela primaria no ingresaba en las clases de religión. En fin.

Luego de eso, surge el misterio. La lámina de Carmencita es la última que se reproduce en el fascículo. Pero el índice comenta luego otra, la XVII, Trío (“aunque sin una directa referencia, en el horizonte bíblico de Rouault, a la imagen humana le correspond­e un papel que se aproxima al del clown, como si la vía de la redención pasase por la conciencia de la farsa humana, que el pintor halla en los protagonis­tas del circo”). Y esa lámina no está. Si el manual de estilo de PERFIL autorizara las bastardill­as, aquí las usaría para “no está”, subrayando así el efecto, ahora que el signo dominante de la literatura contemporá­nea anida en el género del terror.

Reviso mi ejemplar, me fijo si no hay una alteración del orden. Pero no. Son dieciséis (subrayado) las láminas, no diecisiete. ¿Existe un fantasma que se apodera de láminas, consume almas y terminará por devorar mundos? Me acerco lentamente al centro de mi relato. La demanda de los lectores pide continuaci­ón.

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