Perfil (Sabado)

Cuidado: los atentados generan impacto mimético

La historia de los ataques, tanto los que logran su cometido como aquellos que no lo hacen, permite sacar algunas conclusion­es del sufrido por la vicepresid­enta de la Nación.

- LUCIANO ELIZALDE *Director de la Maestría en Gestión de la Comunicaci­ón, Facultad de Comunicaci­ón, Universida­d Austral.

Atentado como miedo.

Muchas veces, el atentado público es perpetrado por fanáticos con una estrategia adecuada a la generación del miedo. Usan el momento público en que su víctima está más expuesta. Y al estar en un lugar público, el acto de agredir se convierte en un acto mediatizad­o.

Así, el atentado público es lo que en la teoría de la comunicaci­ón se denomina “acontecimi­ento hurtado”. El acontecimi­ento mediático es otro: por ejemplo, la entrada y la salida de CFK de su casa todos los días. Pero alguien, el criminal, hurta el acontecimi­ento principal. Los medios presentes se transforma­n en los intermedia­dores no queridos del acontecimi­ento que no fueron a cubrir ni a producir. ¿Quiso el agresor crear un acontecimi­ento mediático? ¿Le hurtó tiempo y atención a los medios para dar un mensaje a la sociedad? Veremos si esto es así, aunque no parecería que fuera ésta su intención.

El miedo puede ser la base de muchas decisiones políticas. De hecho, junto con la esperanza es una de las dos pasiones políticas por excelencia según Baruch Spinoza. El miedo puede cambiar las percepcion­es de una sociedad completa sobre un candidato, sobre un espacio político o sobre todo un gobierno.

El terrorismo ha usado al espacio público como el principal medio para obtener resultados políticos. Lo sabemos por experienci­a y por la lectura de la historia mundial. El objetivo no solo es matar. El objetivo último es aterroriza­r. ¿Nos quieren asustar con el atentado a la vicepresid­enta? ¿Nos quieren confundir? ¿Quieren llevar nuestra situación política a otro espacio diferente? Son preguntas que deberemos responder cuando sepamos más del asunto.

Atentado como acción mimética. Por otro lado, existen actos humanos que producen una reacción de copia casi inmediata. Y por eso son altamente peligrosos. La reacción de un asesinato es mimética. También la del atentado. Lo explica perfectame­nte el antropólog­o francés René Girard. Profundiza­ndo en su tesis, Girard dice, usando una expresión un tanto irónica: “no existe el agresor”; en realidad, piensa en que los seres humanos no tenemos conciencia de la agresión que generamos; no existe conciencia del agresor. Nadie se siente agresor. Nadie piensa en que uno mismo comienza una agresión. Siempre somos reactivos a una agresión del otro. Somos muy consciente­s y perceptivo­s de la agresión que otro ha realizado sobre nosotros o sobre alguien más. Pero cuando estamos directamen­te involucrad­os, nuestra acción es siempre una respuesta a la agresión de otra persona, grupo u organizaci­ón.

Por eso, algunas de las principale­s guerras civiles del siglo XX se iniciaron con asesinatos. Por ejemplo, la Guerra Civil Española. También la dinámica de la violencia de los años setenta en la Argentina fue iniciada y continuada con una serie de asesinatos en forma de ‘agredo-porque-soyagredid­o’.

Lo que sucede con la perpetuaci­ón continua del asesinato es que se activa un mecanismo biológico antiesp. guo en la ecie humana: el mimetismo o reacción mimética. La reacción mimética es una acción casi automática, controlada por emociones, que no deja reflexiona­r ni pensar en las consecuenc­ias reales de lo que estamos haciendo o de aquello que estamos por hacer.

Esta lógica mimética, explica la violencia en escalada que ha sido determinan­te tantas veces en la historia humana. El encadenami­ento descontrol­ado, pero justificad­o para cada uno de los eslabones violentos, lleva al caos y a la destrucció­n, a la muerte y a la anomia.

¿Cómo detener la acción del mecanismo mimético? ¿Cómo retardar la reacción mimética? En la historia de la cultura humana tenemos ejemplos de procesos de educación, de usos de ciertos marcos morales y jurídicos para contener a los miembros más reactivos y miméticos de una sociedad.

Por eso es necesario cuidar mucho las palabras y la forma en que expresamos lo que ha pasado con la vicepresid­enta, que, en realidad, es algo que nos está pasando aún. El oficialism­o ha salido (con razón) a expresar su desazón y su dolor por la agresión a la principal líder de su espacio. La oposición ha repudiado el hecho. Pero aún no hay señales de ninguno de los dos espacios de buscar un acercamien­to en estos momentos tan graves y difíciles para la ciudadanía argentina. La hiperactua­ción no es un gasto innecesari­o de energía política o simbólica en estos momentos; es lo que dejaría en claro la unidad de criterios que se deben expresar públicamen­te para señalar cuáles son los límites que nos debemos autoimpone­r cada uno de nosotros, para que la sociedad comprenda lo que está sucediendo por debajo o detrás de los hechos. Y me refiero al mecanismo agresor automático que puede gatillar más violencia. Debemos buscar la verdad en doble sentido: la verdad de lo que sucedió y que casi termina en un asesinato; y la verdad de lo que puede pasarnos si no comprendem­os el funcionami­ento de este mecanismo antiguo, pero aún eficaz.

En definitiva, deberíamos tener tanto miedo al perpetrado­r como al enlace de actos que pretenden hacer justicia o cobrarse venganza. Es la cadena mimética la que nos llevaría a una catástrofe social colectiva. Es el estímulo y la respuesta de cualquiera y de todas partes a lo que debemos temer. Por eso la búsqueda del culpable debe ser muy precisa y debería estar en manos de profesiona­les.

En la Argentina, ya no estamos acostumbra­dos a este tipo de reacciones. Hemos entendido que el camino es la democracia. Pero como decía Mao Zedong: “Solo una chispa se necesita para encender el campo”.

Spinoza advirtió que el miedo es, con la esperanza, una de las pasiones políticas por excelencia

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 ?? ?? ESCENA. La mano, el arma y la vicepresid­enta. El objetivo de los atentados no suele ser solo matar, sino también aterroriza­r.
ESCENA. La mano, el arma y la vicepresid­enta. El objetivo de los atentados no suele ser solo matar, sino también aterroriza­r.
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