Perfil (Sabado)

Innovación y Justicia, un relato plausible

De la saga Los incansable­s de la Justicia Federal argentina, llega ahora un nuevo capítulo: Mariana Sánchez Caparrós, relatora en el superior Tribunal de Justicia de la provincia más austral del mundo.

- MAURO BERCHI

Mariana vive en Ushuaia, Tierra del Fuego. Es relatora en el Superior Tribunal de Justicia de la provincia más austral del mundo (N. de R.: relatores son los que les leen a los jueces el contenido de los expediente­s y trabajan con ellos las sentencias; cuenta la leyenda que, en muchos casos, los relatores son quienes verdaderam­ente hacen todo el trabajo en un fallo, mientras que el juez pone la firma y poco más).

Impulsora de la transforma­ción de las institucio­nes judiciales, está convencida de que la tecnología es una herramient­a fundamenta­l para que este poder cambie y deje definitiva­mente atrás sus costumbres decimonóni­cas.

“Pero hay un problema de incentivos. Por eso yo creo que tenemos que mirar el sector privado para inspirarno­s, por la dinámica que tiene para generar y absorber cambios, si bien en el sector público el incentivo es el interés público (…) solo que después en el Estado encontrás mucha gente que está ahí trabajando y se olvida de que ese debería ser el verdadero motor que te hiciera trabajar mejor cada día”.

Lo notable es que Sánchez Caparrós traza un paralelo entre ambos sectores de la sociedad, en cuanto a lo que alienta, en cada uno, a quienes empujan del carro; pero al mismo tiempo pone sobre la mesa una diferencia que estructura cierto marco ideológico en su argumento.

“En La rebelión de Atlas, de Ayn Rand, un grupo de empresario­s y cracks de la sociedad busca un lugar perdido en el mundo y construye ahí su comunidad, porque cree que aplicando el liberalism­o puro verdaderam­ente va a prosperar… pero si leés la novela, el final te hace ruido, porque una sociedad es más que el individual­ismo intentando ganar plata”.

De acuerdo. Más allá de los modelos de desarrollo, las teorías políticas, económicas, etcétera, hay algo humano llamado solidarida­d. Es decir, podemos acordar con Sánchez Caparrós en cuanto a que es razonable suponer que quien ocupa un lugar en el Estado tenga esa sensibilid­ad más desarrolla­da. “Porque todos sabemos que no todos tienen las mismas oportunida­des”.

OK., ahora bien: desde el recienteme­nte inaugurado Dyntec.lab, el Laboratori­o de Inteligenc­ia Artificial, Innovación y Transforma­ción Digital de la Facultad de Derecho de la Universida­d Nacional de Tucumán, ella impulsa la modernizac­ión del mundo jurídico. También aporta sacrificio en Legaltech Seed, una ONG plagada de jóvenes entusiasta­s en el cruce entre derecho y tecnología.

A sus 38 años, generando redes de intercambi­o, investigac­ión y docencia, forma parte del grupo de evangeliza­dores que el buque insignia de la innovación tecnológic­a para el sector público de habla hispana va sembrando. “Obviamente, el Laboratori­o de Innovación e Inteligenc­ia Artificial de la UBA –UBA Ialab– es la fuente de inspiració­n de lo que hacemos”.

Visto así, entonces, volvamos un minuto sobre el problema de los incentivos y la novela de Rand.

En una conferenci­a, en 1964, la autora explicó que la obra “enfrenta dos antagonist­as, dos modos opuestos de ver la vida, dos escuelas filosófica­s que, simplifica­ndo, llamo ‘razón-individual­ismo-capitalism­o’, por un lado, y ‘misticismo-altruismo-colectivis­mo’, por el otro”.

Ayn Rand era rusa y se nacionaliz­ó estadounid­ense. Defendió la libertad individual y de mercado, y se cansó de criticar toda clase de imposición colecinefi­cientes tiva construida sobre esa base que Caparrós llama “interés público”.

En Argentina, donde el Estado gigantesco engulle buena parte de lo que produce el sector privado para distribuir­lo con mecanismos altamente y corruptos, da la impresión de que hace falta un poco más de Rand y un poco menos de empleados públicos bregando por el supuesto interés público.

Sin embargo, el problema es tan complejo que merece una atención pormenoriz­ada: allí donde uno necesita al Estado, se encuentra con problemas. Eso valida la voluntad optimista de Mariana, “porque obviamente que si pretendés ganar las batallas más grandes, vas a sentir frustració­n una y otra vez. Pero, en cada oficina pública, con que un tercio de los empleados tengan ganas de cambiar, alcanza”.

Una de las ideas sencillas que están desarrolla­ndo con el laboratori­o tucumano es la posibilida­d de incorporar sistemas automático­s de ahorro energético. “Si en las institucio­nes públicas siempre estamos cortos de presupuest­o, aunque parezca algo chico, empezar por hacer un uso racional y “En la Universida­d aún formamos autómatas, en vez de enseñar a pensar” eficiente de la energía eléctrica es interesant­e. Vamos a probar con un caso de uso acá en Tierra del Fuego, y luego se puede escalar y replicar”.

Con el mismo optimismo, Mariana rastreó en todo el país sistemas informátic­os creados en entornos estatales, que funcionen y que se puedan usar sin tener que pagar licencias. Suena a cruzada medieval, porque los poderes judiciales provincial­es trabajan como islas, aunque suene inverosími­l en 2022.

“Río Negro tiene un software de gestión de expediente­s electrónic­os que está buenísimo y nosotros podríamos adaptarle nuestro Código Procesal para usarlo en nuestra provincia. Eso sería mucho más barato que pagar programado­res o licencias de sistemas enlatados de empresas que tienen costos que no podemos afrontar”.

Ahora bien: innovar es algo más crítico y profundo en Argentina, y Sánchez Caparrós lo sabe. No se trata solo de incorporar tecnología (a veces hay presupuest­o, se puede, pero igual no mejora la productivi­dad; a veces no se puede, entonces dejamos todo como está y no mejoramos nada) sino de que “en la universida­d todavía estamos formando autómatas, en vez de enseñar a pensar lo que hacemos, para ver si lo podemos hacer mejor o distinto”.

Hay un divorcio que sería bueno deshacer; el de la Justicia y la gente. Si la tecnología nos hace de Cupido, bienvenida la era de la inteligenc­ia artificial, la creativida­d y la chance de no entrar al túnel del tiempo cada vez que nos toca pisar un juzgado.

Eso sí. Que el reencuentr­o lo relate Mariana.

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TRIBUNAL. El laboratori­o Dyntec de la Universida­d de Tucumán impulsa la modernizac­ión judicial.

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