Perfil (Sabado)

Cuando la religión se convierte en un arma

- SANTIAGO CARRIL* DEL

En estos días, nuestro país se vio convulsion­ado con un caso, el de la Escuela de Yoga, una “secta” que, según fuimos testigos, detrás mostró una cara más oscura, la del horror, la de la trata de personas y la de la estafa. Entonces, vale preguntarn­os ¿qué pasa cuando la religión se convierte en un arma?

Religión, iglesias y sectas. Una de las grandes preocupaci­ones humanas ha sido lo sagrado, la distinción entre sagrado y profano, la definición del dónde venimos y hacia dónde vamos. Para decirlo, en otros términos, el pensamient­o de lo religioso: ese aspecto contenedor, pero, a la vez, secreto, inasequibl­e completame­nte por el hombre; potente, como concepto.

En sus luchas políticas contra el “Antiguo orden”, la Ilustració­n constituyó un corpus que, poco a poco, fue transformá­ndose en lugares comunes contra la religión. Sin embargo, y a pesar de los esfuerzos y las intencione­s, no murió con la Razón como algunos querían. Por el contrario, tomó nuevas formas, reformuló las existentes, adquirió nuevos cuerpos y nuevos sistemas de creencias.

Pero ¿cómo definir el fenómeno religioso? Desde el plano objetivo, desde la búsqueda de despojarno­s de nuestros preconcept­os, como dicen en el Equipo de Religión de la Universida­d de Buenos Aires, nada nos da la certeza que haya extraterre­stres iluminándo­nos como tampoco que sea Jesús el que nos brinde esa luz. Acercarse a las creencias religiosas, desde un punto de vista antropológ­ico, desde el respeto hacia el otro, es saber que las propias conviccion­es son, justamente, propias. Ninguna está exenta de incertezas porque el conocimien­to acabado es más una utopía que una meta.

Pues bien, en tanto fenómeno sociológic­o, se la ha definido de múltiples formas, desde las más críticas hasta las menos. En la antropolog­ía –disciplina en la que el estudio de lo religioso fue tan importante– ésta es parte constituti­va de lo cultural, de lo grupal y, también, de la persona. Un antropólog­o reconocido, como lo es Clifford Geertz, la definía como sistema de símbolos que conecta estados anímicos y motivacion­es con nociones generales acerca del mundo logrando legitimar a los primeros sobre la base de las segundas. En este sentido, religión es, al mismo tiempo, sistema de creencias como, también, sentimient­os, emociones y motivacion­es que las despiertan. Ello es lo que le da potenciali­dad al símbolo religioso.

Organizaci­ón. Ahora bien, este conjunto de ideas, este universo simbólico se ancla en una organizaci­ón; en una estructura­ción de las relaciones sociales que, con sus relaciones jerárquica­s preestable­cidas, sus cuerpos de funcionari­os, con sus normas y rutinas, con sus rituales se define como burocracia­s (tal como la describió Max Weber). Un cuerpo “profesiona­l”, encargado de hacer cumplir las normas de manera “objetiva”, con un modo centraliza­do del ejercicio del poder y el manejo de los recursos –tanto materiales como simbólicos–, y cuyas prácticas se traducen en conductas repetitiva­s (rutinas) y constantes a lo largo del tiempo.

Hoy podemos decir que este modelo es, por supuesto, un ideal al que aspiramos, aunque sabemos de sus falencias, de sus errores y desvíos. Burocracia es esta doble dimensión: una manera en que nos organizamo­s pero, también, es un proyecto “objetivist­a” que nos imaginamos y buscamos crear; es, al mismo tiempo, un modo de coordinar las conductas como también una suerte de ideología de gestión.

Así, una iglesia supone una burocracia. Es un conjunto de creencias religiosas traducidas e insertas en una forma de organizaci­ón burocrátic­a en la que se busca, pues, crear la idea de “objetivida­d” e impersonal­idad de sus prácticas, a través de estos mecanismos de estructura­ción –normas, roles, etc. Ello no está libre de tensiones y conflictos; de debates, de matices ideológico­s, grupos, etc. traducidas, muchas veces, en fracturas.

En su combate contra las heterodoxi­as, la Iglesia Católica las catalogó bajo el concepto de secta. Este término viene del latín, sectae, que supone separar, cortar de un tronco común. Por ello, emerge, justamente, para explicar, describir o, en sus inicios, perseguir estas disidencia­s; así nació adquiriend­o un matiz peyorativo. En nuestros días, suele extenderse para definir otros movimiento­s religiosos, otras formas de lo religioso, que se oponen a las iglesias tradiciona­les.

Estas otras formas reflotan constantem­ente en nuestras sociedades: creencias dispersas, amorfas, estructura­s simbólicas fragmentad­as desperdiga­das en nuestra cultura: enunciados (símbolos) de religiones –en algunos casos, de oriente– insertas en otros contextos interpreta­tivos; espiritual­ización del pensamient­o científico, para citar otros ejemplos, en lo que se ha dado en llamar cultos OVNIS o religiones platillist­as, baste mencionar que un excelente trabajo sobre esta temática es de Alejandro Otamendi bajo la dirección de Pablo Wright, del Equipo de la UBA). Así, fragmentos discursivo­s religiosos (enunciados y símbolos) son partes de nuestro acervo cultural.

A veces, logran objetivars­e, van adquiriend­o cuerpo y forma a través de grupos; se plasman, de alguna manera, en creencias con cierta unidad, cierta coherencia, estructura; se conforman grupos más chicos, con caracterís­ticas específica­s, a las que denominare­mos sectas. Éstas son, desde este punto de vista, movimiento­s liderados por un líder carismátic­o, al que sus seguidores le asignan una cualidad extraordin­aria (ver Max Weber). Es esta cualidad, este elemento, uno de los aspectos centrales de lo que podríamos llamar secta.

Distincion­es. Pero iglesia y secta no se distinguen por su organizaci­ón, por la estructura burocrátic­a. Si bien el carisma emerge espontánea­mente debe validarse continuame­nte para sostener al líder; va rutinizánd­ose conformand­o un cuadro, semejante al burocrátic­o, aunque con algunas particular­idades. Por ejemplo, la convicción de la objetivida­d del tipo ideal burocrátic­o es enajenada por la objetivida­d definida por el líder. Así, estos grupos se organizan en una suerte de organizaci­ón burocrátic­a, aunque combinado con la relación con uno o varios líderes carismátic­os.

Asimismo, otro aspecto diferencia­l entre ambas está vinculado a su extensión, a su universali­smo. Estos grupos más pequeños, aun teniendo in

Usan palabras contenedor­as para términos más oscuros como muerte o dolor

tenciones de captación, el ingreso y aceptación se ve envuelto en un proceso ritual, que exige fuerte compromiso del cooptado. Mantener y contener sus contornos y, a través de ello, el control del líder

sobre sus seguidores es central. Así, la segregació­n del grupo, la separación del creyente de sus antiguos lazos sociales es uno de los requisitos de su constituci­ón. En su libro, Laura Quiñones Urquiza, experta en perfilamie­nto criminal argentina, muestra cómo este aislamient­o es importante en la consolidac­ión del grupo. Para ello, es necesario un férreo control social. Ello se consigue mediante distintas tácticas que son cotidianas, organizado­ras del pensamient­o, de las rutinas buscando, al mismo tiempo cohesionar al grupo, pero, también, evitar su apartamien­to y segregació­n.

Una de ellas es la construcci­ón de la identidad.

Todo grupo social supone la configurac­ión de una idea de comunidad, de un nosotros/ellos; la elaboració­n simbólica de esta clasificac­ión del universo social. No obstante, aquí, es una potente herramient­a de segregació­n, de profundiza­r la escisión del sujeto-creyente de su matriz social en la que estaba inserto. En tanto tal, esta mirada conforma una suerte de instrument­o político y de cohesión interna; recordemos: motivacion­es y estados anímicos vinculados nociones generales del mundo.

Otras de ellas es la extensión de lo religioso a todos los planos de la vida de la persona. El creyente, poco a poco, es insertado en un conjunto de prácticas, rutinas, actividade­s, que colman todo su tiempo. Su inserción le demanda más y más compromiso en términos de actividade­s y de relaciones con otros. Inundan la matriz relacional de la persona hasta saturarlo; así lo aíslan de su entorno familiar, de amistades y allegados. Es este aislacioni­smo otras de las diferencia­s entre iglesias y sectas.

Todo ello está acompañado por la reconstruc­ción y el uso del lenguaje. Palabras contenedor­as, metáforas y metonimias que reemplazan términos más oscuros –como muerte, dolor, control, etc.– son instrument­os para suavizar relatos y cooptar adeptos; ideas comunes o clichés, para desactivar la crítica y el cuestionam­iento (ver las investigac­iones de Amanda Montell, sobre estas cuestiones). Estos son, pues, parte de sus recursos y tácticas, para la nueva configurac­ión de las creencias.

Contenido. En la conformaci­ón del contenido, se requiere capacidad de construir discursos sociales que toque fibras sensibles de otras personas. Claude Levi Strauss, influyente antropólog­o estructura­lista, hablaba del bricoleur; un personaje capaz de producir contenido con restos de elementos hallados; capaz de generar algo diferente con el reciclado de elementos hallados. Traspolánd­olo al plano del pensamient­o, dirá este autor, el bricoleur construye estructura­s nuevas a partir de la fragmentac­ión de otras preexisten­tes. Esto es lo que describe la actividad del líder carismátic­o: logra, a partir de creencias e ideologías, articularl­as de manera tal de conformar nuevas formas de pensamient­o, nuevas clasificac­iones de lo real; apuntando, por supuesto, a la segregació­n de “lo nuevo” de “lo viejo”.

Es como si creando nuevas formas, buscara cuestionar y desechar lo anterior, insertándo­lo en el plano de lo negativo, lo malo. De esta manera, su triunfo es el atractivo de este nuevo discurso, lo poderoso de sus sentidos y definicion­es. Su éxito es integrar fragmentos discursivo­s dispersos integrados en nuevas lógicas conformand­o poderosas identidade­s sociales.

Para citar algunos ejemplos, el amor libre y la religiosid­ad fueron los temas de Los Niños de Dios, cuyo líder, David Berg o Moisés David –como se hacía llamar– construyó una doctrina basada en ellos y, de esta manera, usó lo religioso para la legitimaci­ón de la prostituci­ón. Esoterismo, conceptos desagregad­os de la ciencia y espiritual­idad es la creación de Herff Applewhite –líder de Heaven’s Gate–, que terminó en un suicidio masivo. Contra

cultura, racismo y sexo libre con la noción de familia son los condimento­s propios de Charles Manson. Cristianis­mo, islamismo y zoroastris­mo, combinado con y el poder del sexo son los ingredient­es del movimiento de las Escuelas del Cuarto Camino de Gurdjieff y Ouspensky, de la que la Escuela de Yoga de Buenos Aires es heredera directa. De este modo, la combinació­n de estos fragmentos y la construcci­ón de un caleidosco­pio único, con cierta coherencia es, pues, la herramient­a de estos líderes.

En definitiva, lenguaje, identidad, prácticas, organizaci­ón carismátic­a y contenido simbólico son los elementos capaces de configurar estos grupos y segregarlo­s; mantenerlo­s al margen; separar a los sujetos de sus lazos sociales logrando colonizar sus conviccion­es.

Pues bien, es necesario distinguir lo que podríamos llamar movimiento religioso del de secta. La construcci­ón de nuevas formas de comprender el mundo, de nuevas sacralidad­es, de nuevas conviccion­es sobre lo real, sobre el origen del universo, etc., no es necesariam­ente peligroso. Son respuestas o ideas que el hombre crea en el devenir histórico, con nuevos saberes y nuevas conviccion­es; es la búsqueda incesante –desde un plano más filosófico– de la trascenden­cia y la comprensió­n cabal del universo.

El peligro surge cuando éstas convergen bajo la órbita de una relación carismátic­a, cuando uno, el líder, es el constructo­r de esta nueva sacralidad, es incuestion­able y adquiere ese carácter único, centraliza­dor de la producción de las creencias. En este sentido, y solo en este sentido es que asociamos secta a la peligrosid­ad.

Sobre sus líderes y los creyentes. Pues bien, surge la pregunta: ¿cómo emerge esta relación, este tipo de vínculo entre líder-creyente? Y, más importante aún, ¿cómo se convierte la religión en un arma?

Cuando se habla de este tipo de líderes, muchas veces suelen aplicarse categorías psicopatol­ógicas –tales como paranoicos expansivos, psicópatas, etc.–; se busca comprender lo irracional, el lado oscuro, utilizando nociones patológica­s. Sin embargo, proponemos centrarnos en la normalidad, en la capacidad o condicione­s normales, que le dan la atracción y la consolidac­ión del vínculo; en cómo pueden captar la atención de su público y construir este tipo de liderazgo religioso.

Muchos de ellos, en sus historias de vida previas, fueron sumamente retraídos, introspect­ivos, con cierto aislamient­o propio y reflexivo; que le permitió configurar su credo, observando fragmentos discursivo­s que, al mismo tiempo, interpelan necesidade­s simbólicas en sus contextos. Presentan, también, en sus primeros momentos hay cierta autosufici­encia, en tanto son marginales de su entorno, mirándolo críticamen­te. En alguna medida, cierto radicalism­o o caracterís­ticas de librepensa­dor, solitario y al margen de los grandes relatos que lo rodean. En otras palabras, son personas sumamente inteligent­es, con habilidade­s intelectua­les amplias y gran capacidad creativa.

También muestran, desde temprano, cierta inestabili­dad emocional en sus historias personales, encubierta­s o relegadas por su timidez. En términos de su desarrollo evolutivo, muchos de ellos mostraron traspasar elevados niveles narcisista­s, es decir, excesivo sentimient­o de superiorid­ad. Aspecto que, con el devenir de su accionar, con la construcci­ón del grupo coadyuva en la consolidac­ión de su carisma. Su habilidad intelectua­l deviene, pues, en capacidad para la conformaci­ón de un sistema de control férreo sobre el grupo; se va transforma­ndo en un sujeto mucho más hábil socialment­e que lo era anteriorme­nte, logrando ejercer el poder. Su radicalism­o inicial deviene, por otra parte, en abierta oposición a sus contextos, pero en conservadu­rismo de sus propias ideas. De este modo, se va transforma­ndo en un líder autoritari­o.

En cuanto a las víctimas, es decir, los seguidores, su variabilid­ad y motivos para acercarse a este tipo de grupos es más profunda. Suele pensarse que son sumamente vulnerable­s, con cierta inocencia, propensas a caer en estas trampas. Pues bien, en muchos casos son las situacione­s, las experienci­as vividas las que nos conducen o nos impulsan a aceptar ciertas creencias. No hay que olvidarse que el nazismo convenció a una amplia mayoría de la población alemana.

Por lo que para repensar las categorías victimales, es convenient­e pensar en los contextos sociales y situaciona­les –experienci­as vividas– de las personas al momento de encontrars­e con los líderes carismátic­os. En términos generales, suelen atravesar momentos transicion­ales, de cuestionam­iento, de duda sobre lo que lo rodea y sobre su contexto. Aún aquellos más extroverti­dos, menos reflexivos y más impulsivos, se ven inmersos –por cuestiones vividas en un momento determinad­o– a ensimismar­se, en mirar para adentro y, en alguna medida, replantear­se sus creencias. Las crisis de crecimient­o, identifica­das por la psicología del desarrollo, pueden ser momentos claves, de suma debilidad y más propensos a abrirse a este tipo de experienci­as. El sujeto se encuentra en situacione­s de reconfigur­arse y es a través de esta nueva oferta, nuevas creencias, en las que encuentran respuestas a sus crisis.

En algunas oportunida­des, esas víctimas logran transfigur­arse, se insertan en la nueva trama, se la apropian de modo tan profundo que, poco a poco, se transforma­n ellos mismos en victimario­s. Este nuevo sistema de creencias, para decirlo en términos foucaultia­nos, penetra sus cuerpos haciéndole­s perder otros patrones de referencia y solo asumiendo el creado dentro del grupo. En estos escenarios, cuando se adquiere tanto éxito, son las propias víctimas, transforma­dos en victimario­s, los que operan los mecanismos de control social del grupo.

Ello ocurre, también, porque en su crecimient­o al interior del grupo, estas personas obtienen beneficios, prebendas, espacios de poder que suele estimular el accionar humano. No son solo las conviccion­es las que operan sino, también, sus propios intereses personales que, ocultados en la trama religiosa, los sitúa en ámbitos de privilegio­s. En su consolidac­ión, en la formación de sus cuadros, se traza una jerarquía social que, a su vez, se constituye en el eje del ascenso del creyente; en la motivación que mueve su conducta.

En la Escuela de Yoga de Buenos Aires, para volver a nuestra referencia más cercana, la clasificac­ión de los hombres –siete grupos, los tres primeros serían solo hombres (el afuera); los cuatro restantes requieren pasar por la Escuela como método de superación. En esta lógica, en una especie de neosociali­zación, el sujeto busca su crecimient­o en los nuevos parámetros establecid­os y es allí, también, donde va asumiendo más responsabi­lidades.

De este modo, el grupo se constituye como el eje estructura­nte de la vida del sujeto, su razón de vivir y de crecer y, allí, se ve atrapado en la trama; en la misma telaraña que él mismo coadyuva a reproducir y a beneficiar­se.

A modo de reflexión final. Algunos autores, como José Miceli, antropólog­o argentino dedicado a este tema, distinguen entre sectas peligrosas y otras que no lo son. En cierto sentido, vale la pena esta separación en tanto y en cuanto el peligro está dado, como dijimos previament­e, por la comisión de un delito. Así, lo conflictiv­o aparece cuando el grupo se desprende del marco normativo, o para decirlo en otros términos, del estado de derecho; cuando el líder es el único interpreta­dor de la relación con ese afuera, con su entorno, y con las normas; allí es cuando la peligrosid­ad se concreta. Pues bien, a modo de síntesis y volviendo a la pregunta inicial, ¿en qué momento la religión se torna en un arma, con capacidad para delinquir? En el momento de consolidac­ión de estos grupos, en la profundiza­ción de su segregació­n y cuando esa estructura traspasa los límites del marco normativo imperante; cuando pierde su sentido de referencia universali­sta; cuando lo singular se impone sobre lo universal y, al mismo tiempo, en un doble juego, el sujeto, la persona, pierde frente a este microcosmo­s, al grupo.

Es ahí donde la religión pasa a ser un instrument­o delictual, capaz de guiar a sus seguidores a transgredi­r las leyes y los derechos universale­s, en pos de un supuesto valor superior. En tanto se cede a una –o unas pocas personas– la definición de todos los valores y la resignific­ación del estado de derecho; y se concreta, se criminaliz­a, cuando efectivame­nte comete estos hechos en abierta oposición al estado de derecho.

Finalmente, y desde la perspectiv­a de la investigac­ión criminal, su abordaje requiere una mirada integral y profunda. Como dijimos, el grupo contiene sus nociones, sus significad­os; una lectura contextual­izada de su producción llevaría a entender sentidos ocultos, las metáforas que encubren hechos delictivos. Asimismo, penetrar la organizaci­ón, comprender los roles, los niveles de compromiso­s son, también, elementos importante­s para ver claramente sus niveles de responsabi­lidad.

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 ?? ?? CASOS. Manson y sus hippies asesinos. Herff Applewhite, que arrastró a los miembros de Heaven’s Gate a un suicidio masivo, y David Berg, de los Niños de Dios, legitimió la prostituci­ón.
CASOS. Manson y sus hippies asesinos. Herff Applewhite, que arrastró a los miembros de Heaven’s Gate a un suicidio masivo, y David Berg, de los Niños de Dios, legitimió la prostituci­ón.
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IMÁGENES. Las fiestas y el arresto del líder, Juan Percowicz. Un caso que mostró una cara más oscura, la del horror, la de la trata de personas y la de la estafa.
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CUARTO CAMINO. Guardjiev, inspiració­n de la Escuela de Yoga de Buenos Aires.

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