Perfil (Sabado)

El regreso a la tribu

- ANDREA GARTENLAUB* *Académica e investigad­ora. Facultad de Comunicaci­ones y Artes. Universida­d de Las Américas, Chile. Red de Politóloga­s.

Las idas y venidas ideológica­s de este continente tienen que ver mucho con nuestra inestable realidad. Cierto, este año varios vaticinaba­n mejores nuevos tiempos para las izquierdas tras la victoria de Gustavo Petro en Colombia y la eventual resurrecci­ón de Lula en Brasil, pero el resultado del plebiscito ratificato­rio de la que iba a ser la nueva Constituci­ón chilena puso aquello en suspenso. Si lo anterior se ha leído como un portazo a un experiment­o de la izquierda en el país andino, tampoco hay que leerlo como un revival de los conservado­res latinoamer­icanos.

Sin duda, la mejor forma de estudiar a los conservado­res y partidos de derecha en América Latina es precisamen­te no estudiar su historia política. Suena extraño, pero es así. Esta los convierte en mucho más que partidos políticos: se incluyen en ella la clase latifundis­ta, las curias, los grupos económicos. Se trata de un multiactor asociado a las jerarquías, a los territorio­s, pero que vive en las clases menos favorecida­s con rasgos culturales particular­es, que defienden la familia, la tradición, la patria. Así se teje una trenza que une el orgullo militar y un férreo anticomuni­smo. Este último es, quizás, uno de los rasgos más idiosincrá­ticos de este sector, aún apegado a la lógica de la Guerra Fría como el mejor disuasivo frente a la izquierda.

Durante el pasado medio siglo, las derechas adoptaron el neoliberal­ismo como sinónimo de modernizac­ión, y hoy asociadas a esos preceptos han llevado a la presidenci­a a varios empresario­s como el mexicano Peña Nieto, el chileno Sebastián Piñera, el argentino Mauricio Macri y el peruano Pedro Pablo Kuczynski. Si bien ninguno de ellos pudo extender su mandato a un segundo período –Piñera sí volvió al poder, pero tras una alternanci­a con la socialista Michelle Bachelet–, podemos observar la permanenci­a de estas derechas moderadas y tecnócrata­s. Lo vemos en el caso de Guillermo Lasso en Ecuador, Luis Lacalle Pou en Uruguay y Mario Abdo Martínez en Paraguay. No obstante, estilos más nacionalis­tas como el de José Antonio Kast en Chile, Keiko Fujimori en Perú y Juan Orlando Hernández en Honduras no han sido respaldado­s por los votantes, salvo en un caso: el actual presidente de Brasil, Jair Bolsonaro.

Bolsonaro es la personific­ación del populista radical: un outsider lejano a los círculos políticos tradiciona­les, que reivindica las dictaduras, de acérrimo anticomuni­smo, un conservado­r cercano a las Iglesias pentecosta­les, con las cuales comparte el desprecio hacia las minorías y el movimiento feminista, y un negacionis­ta antivacuna­s y del cambio climático. Bolsonaro reúne el arquetipo de una derecha neopatriot­a, antiglobal­ista, un adalid ante la agenda progresist­a, con una narrativa similar a la de los liderazgos autocrátic­os de Europa del Este y Asia.

Su aparición ha sido vista como una derrota de las derechas moderadas y una tentación de adoptar esas posiciones. Esta hipótesis no deja de tener cierta lógica: con un sistema económico desprestig­iado, aplicar la receta de recortes a las ayudas estatales no parece una opción muy popular, incluso para los defensores de la modernizac­ión conservado­ra. ¿Cabe pensar en la radicaliza­ción como una estrategia diferencia­dora y exitosa a futuro para el sector?

Por cierto hay antecedent­es: con la llegada de Donald Trump a la presidenci­a de Estados Unidos se rompió la ilusión de que las democracia­s consolidad­as eran inmunes al populismo, y de paso quebró al partido conservado­r norteameri­cano.

En un escenario pospandemi­a, el regreso a la tribu, al nativismo, al lugar de cobijo, puede ser respuesta a un mundo que se visualiza cada vez más precario. Las derechas europeas lo saben desde hace tiempo, y han actuado en consecuenc­ia impulsando el antieurope­ísmo, el rechazo a la inmigració­n y a los avances progresist­as. Si es así, las derechas más radicales tendrían mucha más ventaja frente a las posiciones moderadas, que no tienen discursos demasiado atractivos frente a problemas sociales y que son muy dependient­es del manejo económico que se genere en estos años. Ante momentos de incertidum­bre, las respuestas simples y tajantes de los liderazgos autoritari­os podrían convencer a electores asustados. Y son melodías que políticos como Trump y Bolsonaro saben tocar bien. Una música que la historia, de tiempo en tiempo, nos repite.

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NA BOLSONARO. Es la personific­ación del populista radical. Un outsider que reivindica las dictaduras”.

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