Perfil (Sabado)

De la fantasía a la realidad

- LETICIA MONTIEL* *Secretaria Legal y Técnica del Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.

La estructura estatal resulta pesada, compleja y, sobre todo, incomprens­ible para la gente de a pie. Cuando nos enteramos que tenemos que hacer un trámite ante el Estado la reacción instantáne­a es un revoleo de ojos seguido de un prolongado suspiro de resignació­n. Recién después preguntamo­s por dónde se empieza lo que, anticipamo­s, nos va a implicar idas, venidas y tiempo restado a otras actividade­s más productiva­s o gratas.

El Estado es el que administra cada actividad vital de los ciudadanos. Sacar una licencia para manejar, casarse, obtener un DNI, registrar un nacimiento o una defunción, inscribir un título de propiedad, pedir una habilitaci­ón de cualquier naturaleza, jubilarse, educarse, pagar impuestos, todo está marcado por un trámite ante el Estado. Esa sumatoria de gestiones es la que genera la relación entre las personas y el Estado. Si estas experienci­as son lentas, si suponen traslados, conversaci­ones con diferentes funcionari­os malhumorad­os, movimiento de papeles que no pueden perderse –a riesgo de tener que hacer más trámites todavía–, no importará lo que digan los medios o lo que difunda la publicidad oficial: el ciudadano sostendrá la idea de que el Estado no es un aliado en su vida sino, por el contrario, un gran entorpeced­or de proyectos.

Pasar de esta idea de Estado a la de un sistema eficiente y ágil toma tiempo y, sobre todo, vivencias. La imagen que la ciudadanía tiene de la burocracia del Gobierno viene dada no por lo que el Estado o los funcionari­os afirmen, sino por lo que la gente experiment­a en carne propia, en lo que le dicen las personas que la rodean y, en mucha menor medida, por lo que lea en los medios de comunicaci­ón y en las redes.

Afortunada­mente para la administra­ción pública, es posible dejar de ser una burocracia tortuosa y vincularse de manera práctica con las personas. Siempre se está a tiempo de organizar propuestas eficientes, sin más papeles que los estrictame­nte necesarios y permitiend­o que los trámites se resuelvan presentánd­ose ante una única ventanilla.

La gestión documental electrónic­a plena no solo es una posibilida­d, es una realidad. Y no hace falta irse a España o a Suecia para verlo, esto es un hecho hoy en el Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. La conversión de los trámites en versión papel a su versión digital supuso muchos dolores de crecimient­o: reticencia­s por parte de empleados tradiciona­les, discusione­s con sindicatos, dudas sobre la aplicabili­dad de algunas opciones digitales, alternativ­as de procesos. Implicó un cambio cultural profundo, paulatino, sistemátic­o y sin retorno. Lograr que todos los trámites y los archivos de la Ciudad se volcaran a formatos digitales y virtuales supuso aprendizaj­es y procesos de incorporac­ión de nuevas prácticas. La tecnología permitió pasar del frustrante “no se puede hacer” a la satisfacci­ón de resolver demandas administra­tivas con solo apretar una tecla. Los expediente­s no se pierden en ninguna instancia, no se mezclan con otros, no se desvían, y quien solicita un trámite tendrá una respuesta precisa a su necesidad.

Las tres consecuenc­ias inmediatas de una gestión administra­tiva moderna y pensada para el siglo XXI son eficiencia, ahorro de tiempo de la ciudadanía y sustentabi­lidad, fundamenta­les para mejorar la interacció­n entre el Estado y la gente. En otras palabras, son la base para reformular el vínculo con el ciudadano. De este modo la administra­ción pública vuelve a su misión original de acompañar a las personas y ayudarlas a potenciars­e en cada etapa de su vida. Una administra­ción moderna, consistent­e y clara redunda en una relación transparen­te y fluida con la gente, permitiénd­ole producir, crecer y vivir plenamente en el distrito que ama y del que se siente parte.

Para la administra­ción pública, es posible dejar de ser una burocracia tortuosa

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