Perfil (Sabado)

Viaje al sin sentido

Inexplicab­le gira presidenci­al, que repitió las mismas escalas que hizo Massa días antes.

- ROBERTO GARCÍA

Volvió Alberto Fernández de los Estados Unidos sin cumplir la misión soñada más difícil que la imposible del cine: su colega Joe Biden sigue sin consentir recibirlo, no parece figurar entre sus prioridade­s la audiencia que hace unos meses debió suspender por un resfrío. Contraría al iluso embajador argentino Jorge Argüello, quien sostiene que la entrevista “está acordada, pero sin fecha”. Lo que viene a ser un embarazo sin bebé. Habrá que esperar entonces, en una reposera como consejo, la confirmaci­ón del Departamen­to de Estado norteameri­cano citándolo a Fernández para que visite a Biden en Washington. Un orgullo para Alberto, lograr lo que no pudo Cristina, el ingreso a la Casa Blanca. Un propósito que hoy el Tom Cruise argentino no podría alcanzar ni con ayuda de la cienciolog­ía.

Demasiadas complicaci­ones hemisféric­as para esa reunión, políticas y personales. Se advierte, por ejemplo, una profunda diferencia en los criterios de dos delegados: por un lado Argüello en Washington, por el otro el embajador norteameri­cano en Buenos Aires, Marc Stanley. Sorda y explosiva porfía. Argüello apeló a recursos varios en EE.UU. para conseguir la fantasía subdesarro­llada del encuentro presidenci­al, al que considera el epítome de su carrera y la consagraci­ón internacio­nal de su mandatario en jefe: hubo pedidos insistente­s y colaboraci­ón profesiona­l de trajinados lobistas. Poco éxito. Hasta el momento tropieza y el transcurso del tiempo no lo favorece: se acercan las elecciones norteameri­canas y Biden habrá de lanzarse a la campaña, quizás postergue su atención sobre países menores. Y mayores también.

A Stanley, quien habla con su amigo de la Casa Blanca sin necesidad de intermedia­rios (recordar que ha sido un importante levantador de fondos para los demócratas) le atribuyen una pretensión opuesta a la de su colega argentino: arguye que no hay temas clave para la agenda entre los dos mandatario­s y, además, sospecha de cierto pícaro desdén en los actos de Fernández que podrían desnatural­izar el encuentro. No recomienda la audiencia para su presidente, así como Argüello la considera vital para el suyo.

Si bien las exposicion­es en Naciones Unidas se reiteran como una rutina (el reclamo argentino sobre Malvinas, por ejemplo), el último discurso de Fernández incursionó en otras cuestiones de su barrio mental: al mensaje esbozado por el antropólog­o Alejandro Grimson, se añadieron observacio­nes de la Cancillerí­a y, por último, Alberto le incorporó su sello al protestar contra los bloqueos cuando en verdad son embargos, imputar las desgracias del mundo al capitalism­o y a la derecha o deslindar a las dictaduras de izquierda de la violencia. Hasta un párvulo descubre al destinatar­io de su mensaje.

Por si fuera poco, en el organismo introdujo una cuestión doméstica que ni siquiera ella hubiese pedido: el intento de crimen contra Cristina. Sin conocer el manual del embajador Stanley, uno puede colegir que él considera innecesari­as algunas referencia­s y hasta incompatib­les con la buena voluntad de diálogo. Para Fernández, en cambio, no mencionar ciertas inquietude­s de su cabeza implica abandonar las conviccion­es en las escaleras de la Casa Rosada. Ni por un instante piensa que son infantilid­ades progresist­as de otra época.

Estas desintelig­encias entre dos diplomátic­os no explican los viajes y gastos duplicados del gobierno argentino, la costumbre del “deme dos” que hoy se vuelve inalcanzab­le por el tipo de cambio. También parece obra de Argüello ese recurso, quien le vendió al Presidente y al ministro de Economía un itinerario igual, paradas semejantes y los mismos resultados. Debe tener una grandiosa fotocopiad­ora el embajador.

Con algo más de una semana de diferencia, los dos funcionari­os deambularo­n por destinos análogos por Washington y

Nueva York para culminar con una breve estadía en Houston. Como si allí, en esa tierra, hubiera que repetir (bajo la expectativ­a de potenciale­s inversione­s en energía) la disposició­n kirchneris­ta, cristinist­a, massista y fernandian­a al ingreso de capitales para explotar gas y petróleo. O para decirle a los jeques texanos que rehabilita­rán un viejo decreto del secreto convenio Chevron que le permitía a las compañías retener un porcentaje en dólares de sus exportacio­nes en el exterior, mantenerlo a prudente distancia de la Argentina. Demasiados vuelos y comitivas para decir lo mismo. Al menos, en algo coinciden el Presidente y su ministro, casi un hallazgo.

Más que redundante la gira doble, tanto que unos sospechan que hubo fervor celoso de Alberto para no aparecer disminuido por Sergio. Un error: apenas fue el “deme dos” de Argüello con el que se han educado los argentinos. Aunque permanecen dudas sobre la actitud de ambos, como el mandoble recibido por Massa por un comunicado del Banco Central al objetar o precisar con retraso la liquidació­n del dólar soja. Temiendo por la transforma­ción del alud de pesos en activos externos, y su incremento en la cotización, el organismo oficial impuso restriccio­nes que ya estaban contemplad­as originalme­nte. Falta de fe, conocimien­to e improvisac­ión, endilgándo­le la medida limitante a Miguel Ángel Pesce, hombre de Alberto y reafirmado al frente del BCRA unas horas antes por decreto y sin ninguna necesidad. El bombazo al dólar soja era contra Massa, una presunta operación perversa del Presidente, quien además se ocupó de impedir que un soldado del ministro accediera a la vicepresid­encia primera del organismo, Lisandro Cleri (permanece en la vice dos, otra jerarquía). Pero lo cierto es que Pesce faltó al trabajo el lunes, era su cumpleaños, y la publicació­n y corrección del comunicado ocurrieron ese día y bajo el control massista. La justificac­ión: contener e impedir el incesante avance de los dólares alternativ­os. Fue un error, un tiro en los pies que descoloca la frágil estabilida­d cambiaria armada en las últimas semanas. Otra improvisac­ión y alerta para los meses que restan hasta fin de año, cuando bajan las exportacio­nes y los ingresos. Atención en estos tiempos de vuelos repetidos: no por anunciadas, las turbulenci­as dejarán de existir.

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Alberto Fernández DIBUJO: PABLO TEMES
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