Perfil (Sabado)

Una simpatía invisible

- RAFAEL SPREGELBUR­D

Las visitas de Alejo de los Reyes son esporádica­s desde que se radicó en Nueva York. Igualmente su casa parece seguir estando acá, ya que allí es donde duermen sus guitarras. No se sabe cuántas tiene ni por qué, aunque él se esfuerce en marcar las diferencia­s y en dar sus conciertos con varias a la vez, afinadas para distintos efectos. No se trata sólo de un intérprete eximio, sino sobre todo de un estudioso de lo invisible. Siempre me han producido fascinació­n las personas que le dedican todo a algo que no se ve y que –por lo tanto– la razón podría fácilmente poner en duda (la música y los virus entran en este rubro).

El lutier suizo Luc Breton lo escuchó por accidente. Un vuelo de Berlín a Ginebra se había retrasado. Alejo sacó su guitarra para estudiar en la espera del aeropuerto de Tegel. Para quien lleva una guitarra y una paciencia de orfebre nunca hay tiempo muerto, como para quien escribe una novela interminab­le. Al rato los pasajeros formaban ya germánico fogón al compás de esa vihuela y uno de ellos conectó a Alejo con Breton y el productor Jan de Winne. De esa demora fortuita surgió un primer experiment­o, hoy en mis manos: Al compás de la vihuela es un trabajo asombroso, un disco suizoargen­tino que pudimos ver en vivo esta semana y en el que Alejo presenta una música ecléctica (de John Downland a Yupanqui, del tango de la vieja guardia al romancero para entretener a Carlos V) donde el objeto de estudio (de abismo) es la guitarra, ese misterio de varios siglos distintos y peleados.

Son muchas las cosas que pasan cuando se tañe este instrument­o de maneras tan distintas. Las cuerdas tejen a su alrededor una empatía extraña y arañas invisibles en el aire conectan cosas que no parecen ligadas por natura. Yo lo verifico con el Sol# de la cuarta cuerda de mi contrabajo que hace temblar los vidrios del living; es sólo en esa nota y –dado que es un fenómeno invisible– la fascinació­n está muy al ladito de la brujería. Estas vihuelas de Breton tienen trastos móviles, unas gomitas brujas que se pueden mover un cachito, según el capricho del intérprete, para aprovechar esas empatías que respira el aire. Sépase: en la música de doce notas hay otras infinitas notas escondidas, mensajes que no pasaron el filtro del orden general.

Los conciertos de Alejo de los Reyes son generosos en explicacio­nes e invitados, desde las voces del Tata Cedrón o de Isol, hasta el trío Fulanos de Tal. En tal concilio de espíritus tan vastos se entrevé un atisbo a lo invisible. Y se escucha lo que el ruido de la vida en general no deja oír. Yo lo repatriarí­a.

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