Huracán ganó y sigue prendido
Huracán tiene ganas. No se rinde, no se entrega ni se deprime ante la frustración. Lo de anoche fue una demostración del deseo que tiene el Globo. Un partido que deberían pasar en alguna charla motivacional. Porque el equipo de Dabove se plantó ante la adversidad y dejo hasta la última gota de sudor para dar vuelta un partido clave en la ilusión de pelear el torneo.
Con el 3-1 ante Banfield, Huracán quedó en tercer lugar, a dos puntos de Boca, que también ganó, y a uno de Atlético Tucumán, que mañana recibe a Estudiantes.
Recibir un gol a los tres minutos es demoledor, modifica todos los planes. Huracán lo padeció: Alejandro Cabrera, el volante de Banfield, madrugó las buenas intenciones del Globo y puso el 1-0.
La reacción de Huracán fue demoledora. Se plantó en campo rival, presionó, corrió todas y apostó al juego colectivo. La fórmula funcionó.
Hasta que llegó el penal. Huracán estaba a doce pasos de empatar, de sumar un punto y mantener la ilusión. Se hizo cargo Cóccaro, pero falló: sacó un disparo débil, anunciado, que Cambeses despejó sin demasiadas complicaciones.
Un gol tempranero y un penal errado puede dejar la autoestima por el subsuelo. Pero el Globo no se deprimió. Siguió con el mismo objetivo: llevarse por delante al Taladro.
Entonces apareció Walter Pérez y su zurda violenta que agarró una volea afuera del área y clavó la pelota contra un palo. Faltaban quince minutos para cerrar el primer tiempo y Huracán había empatado un partido decisivo.
Y fue por más. Fiel al modelo Dabove, presionó Cristaldo y recuperó la pelota en la salida de Banfield, Cabral hizo una pirueta entre dos defensores y definió cruzado. 2-1 y deliro.
En el segundo tiempo Huracán mantuvo los mismos argumentos: buscó, buscó y buscó. Una mano en la línea del arco de Banfield que podía derivar en un penal y una tarjeta roja fue corregida por el VAR, que esta vez benefició al Taladro.
Los minutos pasaban y la adrenalina no aflojaba en Parque de los Patricios. El tercero de Cóccaro, desde la mitad de la cancha y sin arquero, selló el sueño de todo el mundo Quemero. ■