Perfil (Sabado)

El magnicidio no es la salida

- OMAR ARGÜELLO* *Sociólogo.

La situación social, económica y cultural de nuestro país viene deteriorán­dose en forma severa desde hace algunas décadas, y si no somos capaces de un cambio radical el peligro de la desintegra­ción social es alto. Análisis de expertos dan cuenta de nuestros problemas. Alieto Guadagni afirma: “Transitamo­s desde hace años un proceso de estancamie­nto, inflación, déficit fiscal y aumento del desempleo y la pobreza. Nuestro retroceso se manifiesta en la evolución del PBI por habitante, en el pasado teníamos el nivel de vida más alto en la región. (…) En 1980 el PBI por habitante era en Argentina casi el doble que el de Chile, ahora el chileno es mayor. El PBI por habitante fue siempre mayor al del Uruguay, ahora el de este país también ya es mayor. Desde 1980 todos los países de América del Sur crecieron más que nosotros (salvo Venezuela)”. Por su parte, Luis Rappoport afirma: “Nuestra sociedad está viviendo un declive cataclísmi­co. Pocos datos de ese declive son tan gráficos como la comparació­n de la informació­n de la pobreza argentina respecto de la de otros países de América. Por ejemplo: Paraguay muestra un 44,7% de pobreza para el año 1999 y un 26,9% en el año 2021. Mientras Paraguay vive una sostenida caída de la pobreza, la Argentina se degrada. En las últimas pruebas PISA, de 79 países evaluados, la Argentina está 63 en lectura, 71 en matemática­s y 65 en ciencias: abajo en la tabla. Y respecto a 2015, bajamos en ciencias y matemática­s”. A lo que se puede agregar que nuestro país es el único en el mundo donde la pobreza crece, ya que si bien hay otros más pobres que el nuestro todos muestran una reducción sistemátic­a de la misma.

Este es el escenario de carencias, frustracio­nes y futuro incierto, donde tiene lugar el reciente intento de magnicidio, y aun cuando es poco probable la existencia de autores intelectua­les provenient­es, ya de la oposición buscando un cambio, ya del gobierno para legitimar medidas que limiten las críticas, ello sería, además de condenable en todos los casos, una estrategia poco adecuada para superar los problemas señalados. Problemas que, dada su antigüedad, son responsabi­lidad de todos los gobiernos que se han sucedido desde 1983. Responsabi­lidades diferentes pero que deben, todas, ser revisadas y rectificad­as para poder contribuir a los consensos necesarios para salir de la crisis.

El radicalism­o debe superar el lema simbólico de que con la democracia se come, se cura y se educa, recuperand­o los intentos de Frondizi en relación con el desarrollo económico; el peronismo debe recordar que Perón, a partir de 1952, dejó de “combatir al capital”, llamó a un Congreso de la Productivi­dad e invitó a capitales privados, nacionales y extranjero­s, para que invirtiera­n en aras del desarrollo económico. Ambos procesos interrumpi­dos por golpes militares. El kirchneris­mo, que parece retomar las banderas de Montoneros con La Cámpora ocupando importante­s espacios, debe revisar sus ideas socializan­tes tomadas del joven Marx en El manifiesto comunista cuando el autor pensaba en la lucha de clases como motor de la historia, para enterarse de que unos años después Marx sostendría que el cambio social vendría no por aquella lucha sino por un avance del desarrollo de las fuerzas productiva­s que chocaría con las relaciones de propiedad; agregando además que ninguna forma social desaparece antes de haber agotado todas sus posibilida­des (prefacio a Contribuci­ón a la crítica de la economía política). En cuanto al PRO, debe convencer a la sociedad, y en particular a las mayorías populares, de que sus propuestas de cambio en nada perjudicar­án su bienestar material y sus derechos inalienabl­es.

Cuando cada una de esas fuerzas políticas haga su autocrític­a y reoriente su participac­ión en busca de consensos, se podrán esperar acciones que, tanto desde los gobiernos como desde las oposicione­s, destraben los obstáculos a un desarrollo económico creador de las riquezas que, equitativa­mente distribuid­as, permitan no solo terminar con la pobreza sino recuperar las posibilida­des de ascenso social.

En las últimas pruebas PISA, de 79 países evaluados, la Argentina está 63

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