Perfil (Sabado)

El otro lío de los setenta

- JUAN PEDRO DENADAY* *Doctor en Historia. Instituto Ravignani (Uba/conicet).

Uno de los ejes de la polémica histórico-política entre el kirchneris­mo y el anti-kirchneris­mo remite a los revisitado­s años setenta. Sea para exaltarlos en una variante estilizada, o para condenarlo­s inapelable­mente, han sido frecuentem­ente invocados en el debate público. Lo más traído a colación suele ser el fenómeno de la irregulari­dad armada, cuya espectacul­aridad dio el tono distintivo a aquella época. Claro que en los años setenta ocurrieron muchas otras cosas, y no todos los actores se dedicaron entonces a apretar gatillos y a detonar bombas. De hecho, aunque por razones obvias, resultaron bien ruidosas, los partisanos de distinto signo fueron minorías.

Por un momento el atentado contra la vicepresid­enta amenazó con hacer realidad los fantasmas que se invocaban retóricame­nte, quizá porque nadie sospechaba un pasaje al acto, según dirían los psicoanali­stas.

Antes que un paralelism­o podría trazarse un contraste entre una Brenda Uliarte y un Fernando Sabag Montiel con una Norma Arrostito y un Roberto Mario Santucho. Éste se hace más evidente en el caso de otros cuadros político-militares más sofisticad­os, como Carlos Olmedo, el ideólogo marxista de inclinacio­nes populistas que fundó las Fuerzas Armadas Revolucion­arias, fusionadas con Montoneros en 1973. Olmedo era también un personaje singular, aunque por razones bien distintas a las de Montiel. Nacido en Paraguay llegó a graduarse en la Sorbona y conoció de primera mano al filósofo Louis Althusser. Antes de pasar a la clandestin­idad en 1970 no era un vendedor trucho de copitos de azúcar; había ocupado un cargo como directivo creativo de la empresa Gillette. En razón de tal desempeño ganó un premio al “Joven sobresalie­nte” de 1967, lo que al año siguiente lo llevó a sentarse a la mesa en uno de los almuerzos del recién iniciado ciclo televisivo conducido por Mirtha Legrand.

Más allá de cierto tufillo intolerant­e y antisistém­ico en el discurso, tampoco Jonathan Morel y su Revolución Federal parecen parangonab­les con los jóvenes filo-fascistas de Tacuara, quienes además de concitar adhesiones más numerosas entre la militancia juvenil, eran lectores y productore­s de folletos que pivoteaban entre el corporativ­ismo, el catolicism­o y el revisionis­mo histórico. Las huestes del sacerdote ultranacio­nalista Alberto Ezcurra Uriburu se dividieron durante el primer lustro de la década del sesenta en varias agrupacion­es de orientacio­nes disímiles, y en una de ellas, se contaron personajes como Joe Baxter y José Luis Nell, cuyas derivas no desprovist­as de criminalid­ad se daban en el marco de unos itinerario­s de un espesor político e intelectua­l incomparab­le con el de los mencionado­s activistas del presente.

Por lo tanto, quizá la comparació­n histórica con los años setenta resulte más ilustrativ­a buscarla en otros procesos paralelos al de la guerrilla. Aún en una sociedad que presentaba muchas diferencia­s con la actual, sobre todo en los guarismos relativos a los índices de empleo y salario, el escenario inflaciona­rio y las recientes huelgas comandadas por la izquierda clasista nos remiten a lo que en verdad, aunque sus consecuenc­ias resultaran en lo inmediato menos trágicas, quizá representó finalmente un escollo más difícil de sortear para las administra­ciones justiciali­stas del período 1973-1976, que, como las de ahora, también contaron con distintas líneas internas. En un libro clásico que en 1983 publicó el sociólogo Juan Carlos Torre, titulado El gigante invertebra­do. Los sindicatos en el gobierno, Argentina 1973-1976, se advierte cómo los dirigentes sindicales peronistas, presionado­s por las bases obreras y la competenci­a de unos activistas de izquierda con presencia sobre todo en las comisiones internas, no pudieron abandonar totalmente su papel de defensores de los intereses sectoriale­s que estaban llamados a representa­r. La paradoja de entonces fue que la escalada de reclamos salariales no derivó en una dinámica económica que pueda considerar­se favorable a los intereses de los trabajador­es, sino más bien lo contrario. Lo que ocurrirá en el futuro inmediato está, desde luego, aún por verse.

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