Perfil (Sabado)

La casta política

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La fe islámica estriba en su libro sagrado, el Corán, pero también en dichos llamados Hadices, atribuidos a profetas y santos. Uno de ellos, con antecedent­es en la tradición oral católica, cuenta que, andando con sus discípulos, Jesús (reconocido como Mesías, pero no como hijo de Dios por los musulmanes) vio el cadáver putrefacto de un perro. Alguien se asqueó y él repuso que los dientes del animal eran de una blancura muy bella. Es un hadiz que se usa para recordar la importanci­a de percibir lo bueno, aunque esté rodeado de espanto. Dos mil años después, es difícil hacer observacio­nes que no se aprecien fuera de la literalida­d y polarizaci­ón, pero lo intento con algunos políticos, como Milei, porque, con las personas vivas, puede ser como con el perro muerto.

“Traiciona la filosofía del liberalism­o libertario para consolidar un espacio político que admite encuadrado al fenómeno

Suscribo a que decirle libertario a quien reivindica a Menem es un contrasent­ido

de la nueva derecha o altright. Abandonó la defensa del capitalism­o laissez faire para expresar una defensa romántica de Eduardo Eurnekian, que es un paradigma de lo que llamamos emprebenda­rio, cuya fortuna es inseparabl­e de la cartelizac­ión gubernamen­tal de la economía”, dice el investigad­or Nicolás Morás, disputando la definición de “libertario” que circula en redes y medios. Suscribo a que decirle libertario a quien, como Milei, reivindica a Menem, es un contrasent­ido. Aunque apuntar contra las políticas de género o hablar de derechos individual­es son dos de sus caballitos de batalla, muchos otros lo hacen con mejores argumentos y menos hostilidad, pero son escasos los que hablan de una “casta política” privilegia­da respecto del resto de las personas. Tal vez ese sea el único acierto real de Milei, su diente blanco.

No sé si existen hadices o parábolas útiles para comprender por qué ni la izquierda que grita “igualdad”, ni el peronismo que aún habla de “justicia social” se animan a la autocrític­a, como si sus recursos no fueran algo con lo que el resto de la gente ni se atreve a soñar. Gracias a esa omisión (y a otras), el hombre del peinado inverosími­l, los brotes de ira, la creencia en el comercio de órganos y la voluntad evidente de ingresar a la casta a que la que, por ahora, amonesta, sigue levantando vuelo.

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