Perfil (Sabado)

Una paradoja para sumar al debate

- GONZALO MANUEL ARIAS* *Politólogo, profesor y artista plástico.

Desde 1930, la democracia argentina parecía estar condenada a una fragilidad interminab­le y cíclica. La sucesión de gobiernos democrátic­os, golpes de Estado, salidas electorale­s y “fracturas y continuida­des” a las que se refería Félix Luna, se sucedían continuame­nte en nuestro país y éste se consumía en la tristeza de no poder encontrar la forma de escaparle a ese destino prácticame­nte predetermi­nado.

El mito de Sísifo relatado por Homero en La Odisea (siglo VIII A.C), en el que éste era castigado con la tarea de subir una pesada piedra por la ladera de una montaña y que cuando estuviera a punto de llegar a la cima, la gran roca caería hacia el valle nuevamente para que éste tuviese que volver a subirla y así repetida y sucesivame­nte por toda la eternidad, parecía ser el hado de nuestra democracia. Algo así como las antípodas de aquellos libros de Elige tu propia aventura (Bantam Books, 1979) en los que el lector toma decisiones sobre la forma de actuar que tienen los personajes y modifica así el transcurri­r de la historia. En nuestro caso, poco importaba lo que pasase o las decisiones que se tomasen el final siempre era el mismo y la historia se repetía.

Los golpes de Estado perpetrado­s por los militares no hacían más que intentar una y otra vez eclipsar la luz de cualquier ilusión, golpeando constantem­ente nuestra moral y las posibilida­des de nuestro despliegue. Quizás, como dice Albert Camus en su ensayo filosófico sobre El mito de Sísifo (1942), “pensaron con algún fundamento que no hay castigo más terrible que el trabajo inútil y sin esperanza”.

Sin embargo, la recienteme­nte estrenada Argentina, 1985 de Santiago Mitre –basada en hechos reales y que narra los juicios a las juntas militares de aquel año–, nos pone en ventaja por varios motivos.

En primer lugar, es una buena película. El historiado­r del arte Alejandro Vergara Sharp diría que, medida en términos de expresión artística, tiene “calidad”, y que al afirmar esto estamos diciendo algo más: “…que reconocemo­s en ella un valor que trasciende nuestro gusto personal, un valor que otros también deben reconocer”.

En segunda instancia, en tanto producto cinematogr­áfico de calidad, cumple con la premisa que no puede faltarle a cualquier expresión artística: la de tender puentes con el espectador, la de interpelar­lo, la de hacerlo reflexiona­r. Lo que denomino “generar sentimient­os”.

El último motivo: conocemos el final de la historia. El año que viene vamos a festejar cuarenta años de vida democrátic­a ininterrum­pida, y entonces sabemos que la pesada piedra no rodó más y que el trabajo inútil y sin esperanza del que hablaba Camus quedó huérfano en aquel 1983.

Sin embargo, conocer el final de la historia, en este caso nos permite, si uno se atreve, a hacer un ejercicio retrospect­ivo exhaustivo y conocer los hitos que marcaron el nacimiento de la frágil democracia argentina.

Y es aquí donde uno, como espectador interesado, interpela a la película y le exige ciertas explicacio­nes al tomar nota de la primera gran ausencia. Es la propia película entonces, quizás sin quererlo, la que nos pone frente a la necesidad obligada de pensar en Argentina 1983 para entender Argentina 1985. Pero eso no está. Eso falta y duele.

Es imposible pensar en el Juicio a las juntas militares sin hacer mención a la sanción por parte del presidente Alfonsín del decreto 158/83 que ordenó su sometimien­to a juicio.

La segunda gran ausencia es la Conadep, también creada por el presidente Alfonsín. Nada se dice de su presidente Ernesto Sabato, y nada de sus integrante­s. Ni una sola mención sobre el Nunca Más, entregado en 1984 y que reunió en un inmenso trabajo las pruebas de la existencia de cientos de centros clandestin­os de detención, las pruebas sobre la desaparici­ón de personas y que conformaro­n un corpus de 7mil archivos en 50 mil páginas.

Elementos probatorio­s todos estos, utilizados por el fiscal Strassera en el juicio. De eso tampoco se hace una sola mención.

La película entonces, presenta al Juicio como un hecho aislado y romántico, como un eslabón absurdamen­te perdido en el tiempo, y no como la consecuenc­ia lógica de una dinámica democrátic­a instaurada por una firme determinac­ión política.

Ausencias y olvidos en una película que deberían estar presentes. Una paradoja que sin embargo, no obtura lo mejor que el film trajo: la posibilida­d del debate.

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