Alberto se maquilla
Vuelven a recrudecer las internas en el FDT en torno a la marcha del Gobierno. Los detalles.
El nuevo y apresurado maquillaje ministerial revela grietas inocultables del rostro albertista, imposibles de tapar hasta por las tres mujeres incorporadas. Insuficientes Kelly Olmos, Tolosa Paz y Mazzina. Basta ver el registro de fisuras. Quienes oxigenan al Presidente son dos asistentes, Vilma Ibarra y Juan Manuel Olmos, secuela del ciclo inicial del Gobierno. La consejera irrita a la Vice desde que no era Vice y vivía Néstor; también enfada a Fabiola. Olmos, más discreto, guarda la cabeza en un hormiguero, no se sabe si es un custodio o un traductor.
Se sustenta Alberto en estos colaboradores secundarios que son más importantes de lo que dice la nomenclatura: por su necesidad de que lo conduzcan, hoy la pareja gobierna por omisión. El dúo ha sido clave desde que vaciaron Olivos de operadores, ministros y fieles auxilios del mandatario. Nadie contempla otro nutriente intelectual. Para colmo, el cristinismo renueva hostilidades a partir de los huecos que le produjo en el gabinete, lo desconoce y le enrostra que las nuevas designaciones han sido “inconsultas”. Como si existiera un manual que decretara esa dependencia. Alberto se ha quedado solo –impresión de aquellos que se acercan a entrevistarlo– y lo maltratan por estar solo. Típico de Cristina.
Massa, quien relegó al mandatario a un plano menor, empezó a sospechar que se desvanece el respaldo prometido de CFK a su gestión: casquivana la dama, no controla ni a su hijo para reforzar al ministro, si es que pretende controlarlo. Máximo, a su vez, un admirador del titular de Economía ahora se desliga y se interna en una actitud más critica al oficialismo para conservar maniatada a su agrupación, antes sumisa para ascender y ahora díscola porque le sobra poder. Tal vez sea un simulacro de madre e hijo objetar a Massa, pero no lo favorecen cuando es público y está escrito que debe exhibir respaldo político de los propios, según las exigencias del FMI y los mercados.
La Cámpora ingresó en un proceso de ebullición, más de un avieso imagina a la secta partida en dos. Habrá que hurgar en el hermético clan para conocer la naturaleza de la disidencia. Pero hay muestras: el piromaníaco Larroque inclina adhesiones a favor de Kicillof (al igual que el millonario en planes sociales, Pérsico), interesados en que repita su mandato. Al revés de Máximo y un núcleo de intendentes que lo rodean al frente del PJ en la provincia, encabezados por Insaurralde (jefe de gabinete pero menos comprometido con el gobernador que su colega nacional, Manzur, con Alberto F).
Otro avatar de La Cámpora lo constituye el múltiple Aníbal Fernández, al que Máximo se propone remover hasta ahora sin éxito. Ocurre que el ministro tiene nostalgia de su tierra natal, Quilmes, y auspicia a un candidato para suplantar a la intendenta Mayra Mendoza, de religiosidad extrema a Cristina y capaz de sobrevivir pactando su antecesor del PRO en el cargo, el cocinero Martiniano Molina. La Inquisición contra los herejes como Aníbal.
Otro hombre cuestionado de la Seguridad, Berni, también aparece en las fisuras de los dos gobiernos: bombardeado por los episodios en la cancha de Gimnasia, debió ser reforzado por Kicillof, quien requiere de una imagen fuerte a su lado. Tal vez, las complicaciones no favorezcan hoy a Berni como candidato a vice de Kicillof, pero ese eventual inconveniente se puede resolver en familia: a CFK le encantaría que al lado de su “chiquito” se alistara la legisladora Agustina Propato, esposa de Berni.
Cuestiones convenientes. Con tantas arrugas en la cara y emergencias en su gabinete, Alberto se impuso una mezquina conveniencia: invitar a tres mujeres como adjuntas. Quizás imagina que van a disminuir las criticas a su mandato por misericordia femenina. Mazzina aterriza de un Alberto (Rodríguez Saá) a otro Alberto, como embajadora de una minoría a la que se premia por estar más cerca del Gobierno que de la oposición. Poco entendible el negocio: se supone que un político trata de conquistar lo que no tiene, no a los que ya están bajo su ala.
Su antecesora Gómez Alcorta le dio una cálida bienvenida a Mazzina, piensan igual al parecer, razón por la cual no se entiende por qué una discrepa y renuncia por las persecuciones a los denominados mapuches mientras la otra asume con los que presuntamente violan a ese belicoso movimiento. Quizás la nueva funcionaria dispone de otra idea en su cabeza. Por ejemplo, desinflar la acechanza del grupo indígena ofreciéndole (como en EE.UU.) el negocio del juego que controlan el macrista Angelici, el cristinista López y otros prósperos empresarios endulzados con la Vice, Larreta, intendentes y gobernadores. Un desprendimiento inimaginable, aunque reparador para los numerosos pueblos originarios, no solo los del sur.
Lo de Tolosa Paz se considera más controvertido: a CFK no le satisface esa convocatoria para Desarrollo Social, le genera aflicciones luego de la última pugna electoral. Muchas diferencias entre las dos. Alguien le preguntó a Alberto si había consultado a su Vice por la designación y él, mirándose en el espejo, replicó: “¿Por qué?. No es necesario, soy el Presidente, el único que decide”. Nadie parece convencido de esa afirmación, pero lo cierto es que la esposa de su socio Pepe Albistur alcanza el ministerio sin la aprobación del cristinismo: se inscribió en la lista de los futuros “funcionarios que no funcionan”.
Si el Presidente ni siquiera estimó llamarla a Cristina por las nominaciones, en el caso de la nueva titular de Trabajo amagó con interrogar a la CGT (propusieron a una dama cercana al gremio de la Construcción), también a Hugo Moyano, que pidió libre acceso para su hijo “Huguito” (enfrentado a su hermano Pablo). Tampoco escuchó siquiera a los quejosos de ATE o protegidos de Cristina como Palazzo (Bancarios) con la creencia supuesta de que elige a sus colaboradores en solitario, como corresponde a un Presidente.
En rigor, ese ejercicio era una distracción: se amparó en el sindicalista polirrubro Víctor Santa María, su ex empleador, para nombrar a Kelly, hombre que se hará cargo de una ministra que viene de cumplir tareas delicadas en el BICE. Se supone que le responderá a él, mientras el resto de los gremialistas le reprochan a la recién llegada un obvio desconocimiento del área laboral. Olvidan que es una veterana peronista y, como tal, se adapta a cualquier ubicación: la dirección de un hospital, el ballet del Colon o la diplomacia con China.
Además, es falso que carece de inmersión en trabajo: fue, en otros tiempos, una cercana simpatizante de Lorenzo Miguel como faro luminoso de las 62 Organizaciones y los metalúrgicos. Después anduvo por otros lados: activa militancia en Guardia de Hierro, esa logia que pintaba en las paredes “Somos el odio” y que supo adoctrinarse en unos biblioratos de Rumania que enamoraron a jóvenes cándidos como el hoy Papa Francisco. Después devino en militante feminista como su ahora colega Mazzina. Tanta experiencia política de Kelly se resume en que fue “muy miguelista”, “muy guardiana”, “muy grossista”, “muy menemista”, “muy cristinista”, “muy albertista”. En suma: “Muy”.