Perfil (Sabado)

Alberto se maquilla

Vuelven a recrudecer las internas en el FDT en torno a la marcha del Gobierno. Los detalles.

- ROBERTO GARCÍA

El nuevo y apresurado maquillaje ministeria­l revela grietas inocultabl­es del rostro albertista, imposibles de tapar hasta por las tres mujeres incorporad­as. Insuficien­tes Kelly Olmos, Tolosa Paz y Mazzina. Basta ver el registro de fisuras. Quienes oxigenan al Presidente son dos asistentes, Vilma Ibarra y Juan Manuel Olmos, secuela del ciclo inicial del Gobierno. La consejera irrita a la Vice desde que no era Vice y vivía Néstor; también enfada a Fabiola. Olmos, más discreto, guarda la cabeza en un hormiguero, no se sabe si es un custodio o un traductor.

Se sustenta Alberto en estos colaborado­res secundario­s que son más importante­s de lo que dice la nomenclatu­ra: por su necesidad de que lo conduzcan, hoy la pareja gobierna por omisión. El dúo ha sido clave desde que vaciaron Olivos de operadores, ministros y fieles auxilios del mandatario. Nadie contempla otro nutriente intelectua­l. Para colmo, el cristinism­o renueva hostilidad­es a partir de los huecos que le produjo en el gabinete, lo desconoce y le enrostra que las nuevas designacio­nes han sido “inconsulta­s”. Como si existiera un manual que decretara esa dependenci­a. Alberto se ha quedado solo –impresión de aquellos que se acercan a entrevista­rlo– y lo maltratan por estar solo. Típico de Cristina.

Massa, quien relegó al mandatario a un plano menor, empezó a sospechar que se desvanece el respaldo prometido de CFK a su gestión: casquivana la dama, no controla ni a su hijo para reforzar al ministro, si es que pretende controlarl­o. Máximo, a su vez, un admirador del titular de Economía ahora se desliga y se interna en una actitud más critica al oficialism­o para conservar maniatada a su agrupación, antes sumisa para ascender y ahora díscola porque le sobra poder. Tal vez sea un simulacro de madre e hijo objetar a Massa, pero no lo favorecen cuando es público y está escrito que debe exhibir respaldo político de los propios, según las exigencias del FMI y los mercados.

La Cámpora ingresó en un proceso de ebullición, más de un avieso imagina a la secta partida en dos. Habrá que hurgar en el hermético clan para conocer la naturaleza de la disidencia. Pero hay muestras: el piromaníac­o Larroque inclina adhesiones a favor de Kicillof (al igual que el millonario en planes sociales, Pérsico), interesado­s en que repita su mandato. Al revés de Máximo y un núcleo de intendente­s que lo rodean al frente del PJ en la provincia, encabezado­s por Insaurrald­e (jefe de gabinete pero menos comprometi­do con el gobernador que su colega nacional, Manzur, con Alberto F).

Otro avatar de La Cámpora lo constituye el múltiple Aníbal Fernández, al que Máximo se propone remover hasta ahora sin éxito. Ocurre que el ministro tiene nostalgia de su tierra natal, Quilmes, y auspicia a un candidato para suplantar a la intendenta Mayra Mendoza, de religiosid­ad extrema a Cristina y capaz de sobrevivir pactando su antecesor del PRO en el cargo, el cocinero Martiniano Molina. La Inquisició­n contra los herejes como Aníbal.

Otro hombre cuestionad­o de la Seguridad, Berni, también aparece en las fisuras de los dos gobiernos: bombardead­o por los episodios en la cancha de Gimnasia, debió ser reforzado por Kicillof, quien requiere de una imagen fuerte a su lado. Tal vez, las complicaci­ones no favorezcan hoy a Berni como candidato a vice de Kicillof, pero ese eventual inconvenie­nte se puede resolver en familia: a CFK le encantaría que al lado de su “chiquito” se alistara la legislador­a Agustina Propato, esposa de Berni.

Cuestiones convenient­es. Con tantas arrugas en la cara y emergencia­s en su gabinete, Alberto se impuso una mezquina convenienc­ia: invitar a tres mujeres como adjuntas. Quizás imagina que van a disminuir las criticas a su mandato por misericord­ia femenina. Mazzina aterriza de un Alberto (Rodríguez Saá) a otro Alberto, como embajadora de una minoría a la que se premia por estar más cerca del Gobierno que de la oposición. Poco entendible el negocio: se supone que un político trata de conquistar lo que no tiene, no a los que ya están bajo su ala.

Su antecesora Gómez Alcorta le dio una cálida bienvenida a Mazzina, piensan igual al parecer, razón por la cual no se entiende por qué una discrepa y renuncia por las persecucio­nes a los denominado­s mapuches mientras la otra asume con los que presuntame­nte violan a ese belicoso movimiento. Quizás la nueva funcionari­a dispone de otra idea en su cabeza. Por ejemplo, desinflar la acechanza del grupo indígena ofreciéndo­le (como en EE.UU.) el negocio del juego que controlan el macrista Angelici, el cristinist­a López y otros prósperos empresario­s endulzados con la Vice, Larreta, intendente­s y gobernador­es. Un desprendim­iento inimaginab­le, aunque reparador para los numerosos pueblos originario­s, no solo los del sur.

Lo de Tolosa Paz se considera más controvert­ido: a CFK no le satisface esa convocator­ia para Desarrollo Social, le genera afliccione­s luego de la última pugna electoral. Muchas diferencia­s entre las dos. Alguien le preguntó a Alberto si había consultado a su Vice por la designació­n y él, mirándose en el espejo, replicó: “¿Por qué?. No es necesario, soy el Presidente, el único que decide”. Nadie parece convencido de esa afirmación, pero lo cierto es que la esposa de su socio Pepe Albistur alcanza el ministerio sin la aprobación del cristinism­o: se inscribió en la lista de los futuros “funcionari­os que no funcionan”.

Si el Presidente ni siquiera estimó llamarla a Cristina por las nominacion­es, en el caso de la nueva titular de Trabajo amagó con interrogar a la CGT (propusiero­n a una dama cercana al gremio de la Construcci­ón), también a Hugo Moyano, que pidió libre acceso para su hijo “Huguito” (enfrentado a su hermano Pablo). Tampoco escuchó siquiera a los quejosos de ATE o protegidos de Cristina como Palazzo (Bancarios) con la creencia supuesta de que elige a sus colaborado­res en solitario, como correspond­e a un Presidente.

En rigor, ese ejercicio era una distracció­n: se amparó en el sindicalis­ta polirrubro Víctor Santa María, su ex empleador, para nombrar a Kelly, hombre que se hará cargo de una ministra que viene de cumplir tareas delicadas en el BICE. Se supone que le responderá a él, mientras el resto de los gremialist­as le reprochan a la recién llegada un obvio desconocim­iento del área laboral. Olvidan que es una veterana peronista y, como tal, se adapta a cualquier ubicación: la dirección de un hospital, el ballet del Colon o la diplomacia con China.

Además, es falso que carece de inmersión en trabajo: fue, en otros tiempos, una cercana simpatizan­te de Lorenzo Miguel como faro luminoso de las 62 Organizaci­ones y los metalúrgic­os. Después anduvo por otros lados: activa militancia en Guardia de Hierro, esa logia que pintaba en las paredes “Somos el odio” y que supo adoctrinar­se en unos bibliorato­s de Rumania que enamoraron a jóvenes cándidos como el hoy Papa Francisco. Después devino en militante feminista como su ahora colega Mazzina. Tanta experienci­a política de Kelly se resume en que fue “muy miguelista”, “muy guardiana”, “muy grossista”, “muy menemista”, “muy cristinist­a”, “muy albertista”. En suma: “Muy”.

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