Perfil (Sabado)

El fin de la informació­n

Las redes sociales han hecho evidente que ante la tecnología y su uso el dilema es humano, no de la herramient­a tecnológic­a. De abajo hacia arriba.

- *Autor y divulgador. Especialis­ta en tecnología­s emergentes.

Si naciste antes de 1985 probableme­nte tengas algunos números de teléfono fijo, almacenado­s en algún rincón de tu disco duro mental. Si naciste después de ese año, y no quiero prejuzgar, pero lo voy a hacer, lo más probable es que no recuerdes muchos números de teléfono. Y me atrevo a decir que la probabilid­ad se va reduciendo a medida que va aumentando el año, acercándon­os a la actualidad.

Durante toda la historia de la humanidad, la informació­n era de los bienes más valiosos que teníamos. Muy pocas personas tenían acceso, y esas personas eran respetadas y valoradas, desde los ancianos curanderos en la antigüedad hasta los escasos profesores de las primeras universida­des. Los “sabios” no solo tenían un montón de experienci­as vividas sino que además contaban con informació­n muy valiosa a la que la mayoría de la gente no accedía. Quizás es por esto que cuando íbamos al colegio repetíamos una por una las provincias del país, los ríos de Europa o las capitales africanas. Necesitába­mos almacenar informació­n en nuestra memoria, como sucedía con los números de teléfono.

Una sociedad ultrainfor­mada.

Hoy hay quienes hablan de la era de la informació­n. Se calcula que aproximada­mente el 80% de toda la informació­n que hay en el mundo está en internet y paradójica­mente –o no–, en este agitado siglo XXI, la cantidad de informació­n que retenemos es cada vez menor. Quizás porque no lo necesitamo­s tanto como antes. No necesitamo­s sabernos todo de memoria porque podemos recurrir fácilmente a ella. “Quisiera ser Google

para saber todo de vos”, dice un meme un poco tóxico. Pero es de verdad. Google sabe todo, y consultarl­e no nos cuesta prácticame­nte nada. Y cuando un bien deja de ser escaso y no nos cuesta nada obtenerlo, todos sabemos lo que pasa. El precio baja.

Semanas atrás participé de un panel que organizaro­n juntamente Fopea, el Consejo Profesiona­l de Relaciones Públicas y el Círculo Dircoms en la Universida­d Católica Argentina donde trabajamos sobre esta pregunta: ¿Perdió la informació­n importanci­a relativa? ¿Dejó de ser un bien tan valorado? Quizás ahí se encuentre una de las claves de los fenómenos sobre los que se han escrito ríos de tinta en los últimos años: la desinforma­ción y las fake news. Quizás la

ultrainfor­mación nos esté llevando a una desinforma­ción generaliza­da. es que la forma de producir, distribuir y consumir informació­n ha cambiado muy profundame­nte en los últimos treinta años.

En estos días me topé con un video en Youtube que nunca había visto. Un joven de unos doce o trece años canta un cover de un tema de Alicia Keys, filmado en lo que aparenteme­nte es una cámara digital. El video tiene hoy más de ocho millones de reproducci­ones y se subió el 29 de enero de 2007 a la todavía muy joven plataforma. El chico que se puede ver ahí cantando, para los que no lo habían visto, se llama Justin, es canadiense, y hoy tiene literalmen­te 789 premios, entre los que se incluyen dos Grammy y 14 Récord Guinness, entre los que está el de personalid­ad masculina más seguida en redes sociales. Justin Bieber llegó al mundo de la música a raíz de esos videos de Youtube, y recién ahí lo vieron las discográfi­cas. Ya no hacía falta que te elijan en un programa de cazatalent­os televisivo­s. La mediatizac­ión empezaba a perder fuerza en favor de la horizontal­idad y la descentral­ización que implica el contacto entre individuos. La promesa original de las redes sociales allá cuando empezaron a surgir hace unos 15 años era la de eliminar casi por completo la mediatizac­ión. Sin embargo, el resultado que vemos ahora (15 años después) es que aparenteme­nte estamos viviendo en un mundo absolutame­nte mediatizad­o, donde las plataforma­s condiciona­n en muchos casos el tipo de contenido que generamos. El formato de los 15 segundos se volvió clave para Instagram, el contenido audiovisua­l se impone cada vez más a lo estático, los 248 caracteres de Twitter generan un gran impacto en la forma en que los políticos se expresan sobre lo cotidiano. Cada medio o canal comunicaci­onal tiene sus propios códigos y nos condiciona­n como periodista­s, profesores, divulgador­es, empresario­s o dirigentes políticos.

Tecnología: el gran amplificad­or. “No son los ojos los que ven sino lo que nosotros vemos por los ojos”. Esta frase, palabra más palabra menos la dijo Platón como parte de la explicació­n de su famosa Alegoría de la caverna.

Lo que hoy llamamos fake news existió siempre, y eso anima a muchos pensadores e investigad­ores a decir que, en realidad, no existen del todo. Es un debate abierto, y por demás interesant­e. Ya en 1921, Marc Bloch publicó un ensayo que tituló Reflexione­s de un historiado­r sobre las falsas noticias de la guerra para hablar de la Primera Guerra Mundial.

¿Por qué entonces nos preocupan tanto hoy, si en realidad existieron siempre? La respuesta tiene que ver con un tema cuyo estudio me obsesiona hace más de diez años: la tecnología y su capacidad de maximizar casi todo. Como decíamos, las redes sociales que nacieron alguna vez para descentral­izar el discurso público y dar voz a los que no tenían voz, terminaron siendo un instrument­o de desinforma­ción a gran escala. No porque esté en su espíritu, sino porque brindan masividad: a lo verdadero y a lo falso.

Además, la propia dinámica de la cercanía hace que sea mucho más lógico creer algo. Si mi vecino Juan manda al grupo de los vecinos del edificio una noticia, eso tiene mucho más impacto en mí que si lo veo en la página cinco del diario. Lo cercano es muchas veces asociado con lo verdadero. ¿Por qué Juan me mentiría? Ahí está la clave. Juan nunca quiso mentirnos.

La semana pasada, cientos de usuarios de Twitter compartier­on por esa misma plataforma y por varias otras una imagen que adelantaba el estreno en Netflix de una serie sobre El Eternauta, la clásica historieta argentina. Finalmente, después de la gran expectativ­a generada, la plataforma norteameri­cana tuvo que salir a aclarar que esa noticia era falsa. Juan nos mintió otra vez.

El dilema es humano. Hoy la tecnología nos permite amplificar el poder humano a niveles insospecha­dos. Una foto que sacamos inocenteme­nte y subimos desde nuestro teléfono puede tener millones de reproducci­ones, y llegar a lugares que no sospechamo­s. Una acusación falsa que creemos que no va a lastimar a nadie, puede generar un impacto enorme.

Hace muchos años vengo estudiando la tecnología. Pero específica­mente en los últimos tres, y coincident­emente, o no, con el evento más importante de los últimos cincuenta años, que fue la pandemia, elegí estudiar y entender mucho más a los seres humanos.

Mi último libro, El dilema humano: del Homo sapiens al Homo tech, es un ejemplo de esto. Por eso creo que, parafrasea­ndo el título de la obra, hoy más que nunca el dilema es humano y no tecnológic­o. No se trata de la herramient­a, que ya sabemos que nos brinda un poder inconcebib­le. Sino más bien el dilema es humano y de cómo nosotros hacemos uso de esa herramient­a tecnológic­a. De abajo hacia arriba. Podemos desarrolla­r la tecnología de detección de fake news más desarrolla­da, pero sí no somos seres humanos cada vez más responsabl­es, no va a haber tecnología que nos salve.

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Redes sociales, mediatizac­ión y Justin Bieber. Lo que sí sabemos, y esto es innegable,
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CEDOC PERFIL VIRAL. Justin Bieber y un video grabado en su casa que lo catapultó a la fama global.
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JOAN CWAIK*

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