Perfil (Sabado)

Me compré el álbum

- RAFAEL SPREGELBUR­D

No lo compré para mí, sino para mi hijo. Luego de haber resistido semanas enteras tuve que hacerlo. Mi hijo era el único del grado que no tenía nada para intercambi­ar con sus coetáneos.

Entre todas las cosas terribles que están pasando agregué las del mundillo del mercado negro de figuritas. Es como dice Oscar Wilde: si uno comienza por lapidar por adulterio a una mujer de 22 años en Sudán, sigue por financiar la construcci­ón de ataúdes para políticos en una carpinterí­a del Conurbano y finalmente, cuando se quiera dar cuenta, estará negociando con la quiosquera del barrio un precio absurdo por unas figuritas que le saldrán repetidas. Lo importante es compartir ADN con el tiempo; tener qué intercambi­ar.

A mi hijo no le interesa el fútbol, pero sí le interesan las banderas, incluso las de países africanos o de la ex Unión Soviética, países que en algún momento los adultos decidimos no incorporar a nuestro acervo, como una manera de negar que las cosas cambian y que el río ese tan heraclíteo en el que nos bañábamos ya no es el mismo. Así que lo veo revisar su tesoro escandalos­amente incompleto (hay páginas vacías por entero) sumido en avidez capitalist­a. Imagina resultados para Túnez-australia, compara sonrisas y bigotes de los gladiadore­s, descubre que a San Marino le metieron diez goles en las eliminator­ias y quedó fuera con cero puntos, a la vez que se pregunta cómo hace San Marino para tener un equipo entero en su magro territorio, lo cual lo lleva a cuestionar­se también cómo será el equipo de Ciudad del Vaticano y si jugarán con sotanas. Compro el álbum y me alegra que sea un modo de entrarle a la geografía, materia que, por cierto, ha desapareci­do de la escuela.

Es tal como dijo el New York Times, siempre tan preocupado por las vicisitude­s de nuestro pequeño país: un quiosco de la Av. Rivadavia vende las figuritas con sobrepreci­o, pero siempre que además lleves un chocolate o alguna otra golosina a punto de vencer; otro abre sólo de 15 a 16 para el affarone. Ese se ve claramente porque a esas horas hay dos cuadras de cola de padres y niños de guardapolv­os. Una quiosquera del barrio me reconoce porque le he comprado otros álbumes Panini (que quedaron igualmente incompleto­s) y con impensada amabilidad me guarda hasta diez paquetes a precio normal (no hay una cotización fija). Se ve que la caigo simpático y yo no lo sabía. Si no, no se explica por qué a mí esa suerte de consumidor. Me explica que las figuritas no se consiguen y que el mayorista se las retacea a quienes no les compran una cantidad delirante, cosa que obliga a un sobrepreci­o cuya lógica no entiendo. ¿Y si imprimen más? Las curvas de la oferta y la demanda no se cruzan ni por asomo en esta ecuación de fin de tiempos. Una noche, mi hijo me propone viajar hasta la calle Lavalle cuando todo cierra, a las 23:30, donde pagamos $ 250 por sobre. Dejo el auto en un estacionam­iento subterráne­o y camino las calles peatonales con dos niños de la mano buscando ese quiosco minucioso a medianoche y pienso que algo está mal, muy mal, pero no me animo a decidir qué.

En medio de las compras furtivas viajo a Córdoba, que casi no conozco, a verificar que hace meses que no llueve. Participo de la III Bienal de Diseño presentand­o una película muy vieja y cuento con nostalgia que en el rodaje llovió mucho. Todos nos damos cuenta de que ya no llueve más y que ver la lluvia en celuloide tiene un valor especial hoy, aquí y ahora. Las chicas inglesas tiran sopa contra los Girasoles de Van Gogh y se pegan con la Gotita a las paredes. Son víctimas de memes y de escarnio. El cuadro tiene un vidrio y no sabemos si podemos considerar esto terrorismo. Las banco a toda hora. Me da igual si los Girasoles se arruinan o no, es la desproporc­ión en las magnitudes del conflicto lo que hay que poner en primer plano. ¿Por qué considerar­emos patrimonio a esos tristes Girasoles y no al planeta?

También me entero de que el Parque Rivadavia es el mayor centro mundial de intercambi­o de fichus y que Francia y Dinamarca harán boicot al Mundial de Qatar por la muerte de más de 4.500 inmigrante­s explotados en la construcci­ón de estadios que nadie necesitará en 2023. ¿Y en qué estamos pensando? En que ojalá Francia se baje del Mundial para que esto le dé a la Argentina alguna chance.

No debería haber comprado el álbum. Ya estoy adentro. Mi hijo me arrastró y yo a él.

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