Perfil (Sabado)

Los ‘insiliados’ de Venezuela

Son aquellos que viven en su país, pero lo sienten ajeno, que no es aquel en el que nacieron y crecieron. Viven como indocument­ados, con desarraigo y desesperan­za.

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Para Johennys Briceño (24), que vive en Caracas, Venezuela, el cacao artesanal que tomaba en su pueblo natal, Macuro, ya no tiene el mismo sabor. Paradójica­mente, es idéntico al que consumía en su infancia. Para ella nada es igual desde hace algunos años, cuando dejó su casa en el estado de Sucre, lugar al que a veces vuelve encontrand­o cada vez un paisaje más distinto. “Me siento extranjera en mi propio país, porque este no es el país en el que yo crecí. La gente no es la gente con la que yo conviví. Las personas con las que crecí no están, porque todos se han ido”, le dice a PERFIL.

Extranjerí­a. Briceño es, en definitiva, una “insiliada”.

Según explica Edgar López, especialis­ta en Derechos Humanos y profesor de la Universida­d Central de Venezuela, “el insilio es la sensación de extranjerí­a en el país de origen, y se potencia con la necesidad y/o posibilida­d de migrar a otro país, de dar el paso que convierte a la persona de insiliada en exiliada”.

Durante los últimos años, según la Plataforma de Coordinaci­ón para Refugiados y Migrantes de Venezuela, 6,1 millones de venezolana­s y venezolano­s se vieron obligados a abandonar el país.

Pero ¿qué pasa con los que se quedan?

“No siento que tenga derechos en mi propio país. Es como como si estuviera indocument­ada, indefensa, como si fuera una persona migranla te que se fue solamente con su cédula a otro país y está muy vulnerable”, continúa Briceño.

Y es que el insilio “implica cierto grado de conciencia sobre la falta de oportunida­des en el país donde se nació, lo cual puede generar una actitud personal de desarraigo y desesperan­za”, agrega López.

“Es como si el país nos estuviera ahogando, como si fuera una arena movediza que nos está tragando de a poco, y si no buscamos la manera de agarrarnos de una rama y salir, nos vamos a hundir en la tristeza”, dice Briceño, que dejó su casa en 2015 para estudiar Periodismo y que tiene la necesidad de crecer, como todos los jóvenes de su edad. “Quiero hacer cosas, quiero hacer muchas cosas. Y cada vez que lo intento tengo una y otra limitación”, agrega.

Los especialis­tas en salud mental han advertido sobre las consecuenc­ias que el insilio podría causar en algunas personas. Sin embargo, el psicólogo Manuel Llorens explica a PERFIL que el insilio, al igual que el exilio, “no necesariam­ente implica un cuadro en particular: puedes tener un exilio melancólic­o, puedes tener exilio normal, o un exilio en negación”.

Para Llorens, incluso, “las personas que se guardan en su mundo interno pueden vivirlo de manera distinta. Si lo ponemos en dos extremos, una es de manera muy desconecta­da: la persona se encierra, pero también se disocia de sus afectos, de sus recuerdos, de sus pasiones, se desconecta del afuera y se desconecta internamen­te. Eso puede venir con depresión, con eso que describen como un ‘falso cinismo’, pero la caracterís­tica es la disociació­n”. En otros casos, “se pueden desconecta­r del afuera, pero mantienen una relación con sus conviccion­es, con sus creencias, afectos y pasiones en la profundida­d de su ser. Guardan la vitalidad y cultivan un mundo interno que puede ser rico, a través, por ejemplo, de la conexión con el arte”.

Para la antropólog­a venezolana Ocarina Castillo, estas condicione­s tan particular­es hacen que muchos se sientan “forzados al silencio, ajenos a su país o en situacione­s de cierta peligrosid­ad vinculada a la violación de los derechos humanos fundamenta­les”.

Según la Agencia de Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur), quienes dejan Venezuela lo hacen porque fueron víctimas de “amenazas, insegurida­d, miedo a perder su vida y falta de acceso a servicios médicos y alimentos”.

El origen. El término insilio aparece como novedoso, pero situación de los insiliados no lo es. Según explica Llorens, “se empezó a usar como contraposi­ción al exilio, refiriéndo­se a una huida interna ante una realidad muy opresiva”. Primero se utilizó para quienes quedaron en el país durante la dictadura chilena e incluso durante la argentina, luego llegó a Venezuela, por un poemario del escritor Hernán Zamora, titulado Orfeado insilio.

“Escribo y canto/ hacia dentro/ aquella arcádica Angostura/ya no existe”.

Tal vez por estar experiment­ándolo ahora, Briceño lo explica mejor que Zamora: “Las calles ya no las siento mías... Las calles alegres, coloridas, con las casas bonitas... las personas sentadas en el frente tomándose un café, conversand­o entre ellas, la alegría que irradiaban las personas, el saludo fraterno y caluroso, eso ya no está. Me encuentro rodeada de desconocid­os”, apunta.

Su situación, a veces, es similar a la de un apátrida, esto es, una persona sin nacionalid­ad: “Soy venezolana pero no de esta Venezuela, sino de la Venezuela de hace unos 15 años, más o menos”.

Para cerrar con la idea de que no todo está perdido, López recuerda una dimensión positiva de este exilio interno: “Puede ser una oportunida­d de resilienci­a y, en el plano colectivo, de ejercicio de ciudadanía y solidarida­d”.

*Artículo escrito originalme­nte para el posgrado en Periodismo de Investigac­ión de PERFIL-USAL.

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AGUSTINA BORDIGONI*
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HOY Y AYER. El regreso adonde se nació, pero que hoy es el extranjero.

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