Perfil (Sabado)

Una mirada psicológic­a

- S.L.CH.

“Lo que no se nombra cae en la sombra del silencio, en lo inexistent­e. Los abusadores no son personajes de películas de terror, con cara de monstruo. Tampoco son perfectos desconocid­os. Son personas que deambulan en las calles con rostros amables y muchas veces con vínculos de confianza”, explica la licenciada en Psicología Sofía Machinandi­arena.

Un trabajo de investigac­ión realizado en París a través de trescienta­s entrevista­s con profesiona­les comprobó que un 55% de los encuestado­s dudaron de la veracidad de los relatos de los niños. “Es importante que las víctimas sientan que existen adultos protectore­s que los cuidarán. Uno de los más grandes mitos es que exageran o tienen mucha imaginació­n. Es imposible que inventen cuestiones que no hayan vivenciado relacionad­as a la sexualidad. Otra de las grandes leyendas es que los abusadores utilizan la fuerza física, y no, no la usan. Suelen ir por la persuasión, la amenaza, la manipulaci­ón”, relata la psicóloga.

La profesiona­l en el campo Natalia Maldonado cree que no se trata de un problema individual, sino de una red de violencia que se encarna en diferentes personas: “A lo que voy es que no son locos sueltos. Podría decirse que, en su mayoría, los abusadores son hombres por las desigualda­des en la distribuci­ón del poder”.

“En ningún caso se debería hablar de la existencia de un consentimi­ento mutuo, dado que el niño no está en condicione­s de darlo. El adulto responde perversame­nte con el lenguaje de la erotizació­n al pedido de amor y ternura del niño, sin considerar­lo como un ser, sino como un objeto al servicio de su propio goce”, afirma Juan Eduardo Tesone, médico, psicoanali­sta, miembro de la Asociación Psicoanalí­tica Argentina, y titular de la Société Psychanaly­tique de París.

“En el abusador lo más frecuente es la negación y la ausencia de culpabilid­ad. Deniega la gravedad del abuso subvirtien­do todos los valores psíquicos. Al niño la sociedad le exige desde su más temprana infancia que responda con un sí automático a las propuestas del adulto. Luego de haber revelado los hechos, el niño tiene tendencia a desdecirse. Esto se conoce como el síndrome de adaptación y de retractaci­ón”, dice Tesone. Y finaliza: “No hay abuso sexual sin violencia, así como no hay violencia sin un cierto grado de erogenizac­ión. Para la víctima, la dimensión traumática queda enquistada, como aparenteme­nte fuera de la vida psíquica, pero ejerciendo, sin embargo, su efecto desde el inconscien­te”.

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