Perfil (Sabado)

Rouault, Huysmans, Disney

- DANIEL GUEBEL

Me voy acercando, tal vez lentamente, a la explicació­n de por qué me impactó tanto el encuentro entre el escritor Huysmans y el pintor Rouault. Hay una interesant­e tradición que junta o amalgama personajes célebres. Durante años, la gran pasión historiogr­áfica argentina fue la que intentaba dilucidar la naturaleza del encuentro entre San Martín y Bolívar y examinar los motivos reales de la defección de nuestro prócer en beneficio del liderazgo latinoamer­icanista del venezolano. A partir de allí, nos nace el entusiasmo por la díada (el acuerdo secreto bajo la figura del enfrentami­ento de los contrarios secretamen­te complement­arios). Claro que, a quién le importa el encuentro entre Huysmans y Rouault. Bueno, a mí. Y si a mí me importa, tengo que arreglárme­las para transmitir­le ese interés al lector.

Pero antes de llegar a ese punto, tengo que advertir a quien recién ahora me está leyendo que mis columnas vienen siendo seriadas y expansivas, se van estirando y desapareci­endo en el espacio, perdidas entre constelaci­ones de estrellas literarias. En resumen, que mi sueño sería escribir una columna interminab­le y derivativa, una que lleve al lector a los mundos más distantes, sin preocupars­e del motivo y la finalizaci­ón del viaje, solamente entregado al disfrute discreto de sus estaciones. ¡Si pudiera!

No obstante, en ese viaje de una insignific­ante o maravillos­a estación inicial, alguna promesa debería ser cumplida, y si bien ya no recuerdo con precisión qué era lo que efectivame­nte quería decir acerca del mutuo conocimien­to de estos dos artistas, de todos modos tendría que arreglárme­las para, en cierto modo, cumplir, aunque más no fuera de manera desviada. O incompleta. Por ejemplo, hablando de Huysmans y no de Rouault. O escribiend­o sobre Rouault y no sobre Huysmans. ¿Cómo elegir? ¿Cómo resignar?

Mi modelo de deseo electivo se formuló, en mi más lejana infancia, viendo “El maravillos­o mundo de Disney”. Todos los sábados, en la casa de mis abuelos paternos, a cierta hora de la tarde se encendía la televisión en blanco y negro para que viéramos ese programa. Y comenzaba de la siguiente manera, al estilo más primitivo del “Elige tu aventura”, con una especie de hada que sacudía su varita mágica sobre unos también primitivos cartones, cuatro, que llevaban el título: “El mundo de la fantasía”, “el mundo de la aventura”, y otros dos mundos que ya no recuerdo. Luego de unos segundos de oscilación, la varita mágica se posaba sobre el cartón, y de nuevo me quedé corto.

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