Un tecno soñador en la Justicia llamado Marco Rossi
Es secretario de un Juzgado Laboral de Tucumán íntegramente digital, cuya información está en una nube, que notifica vía Whatsapp y que publica edictos por las redes sociales. Va por más.
En 2020 Luis Cevasco, ex fiscal general de la Ciudad de Buenos Aires, explicaba, en una charla de posgrado, que “el problema de la Justicia es el expediente”. Recuerdo su análisis en términos discursivos, semióticos. Sostenía que los jueces y fiscales no investigan, sino que firman lo que otros hacen, y plasman, en determinados soportes.
Luego –analizaba Cevasco, de enorme trayectoria– todo se resuelve sobre la base del registro y la construcción simbólica con la que los operadores judiciales trabajan. El insumo primario es la información. Pero el expediente, como género, determina las posibilidades de darles sentido a hechos pasados.
Vamos llegando al final de este 2022 y Marco Rossi, tucumano, con 29 años, los ojos celestes vivaces y los sueños intactos, cierra este círculo: “Hemos desarrollado un prototipo de metaverso para la Justicia, en una de las oficinas de Meta (…) con gafas de realidad virtual podemos trabajar colaborativamente en la reconstrucción de un hecho y la intervención en diversas pruebas, ya no de forma lineal, sino en un entorno simultáneo”.
Rossi es secretario del Juzgado Laboral de Novena nominación de Tucumán, que “nació íntegramente digital, durante la pandemia, así que cuando me dieron la posibilidad de pensar el trabajo que haríamos, lo primero que miré fueron las herramientas digitales que teníamos disponibles”.
Traducido, Marco se encara
“Hemos desarrollado un prototipo de metaverso para la Justicia”
cargó de que toda la información con la que trabajaban estuviera en una nube, porque era imposible intercambiar físicamente documentos o compartir tareas.
En el último Congreso de Tecnología y Justicia, celebrado en octubre, mi interlocutor tuvo la oportunidad de mostrar, junto con Franco Orellana, su coequiper, dos tipos de entornos al estilo videojuego: uno, más tradicional, en el que tuve la oportunidad de enfrentarme a seres que me atacaban, y yo podía eliminarlos; otro, en el que se veía la entrada a un juzgado, y luego una simulación de audiencia de conciliación.
Esta última situación es sencilla, y aun así permite advertir las ventajas de lo que Rossi y Orellana denominan “audiencia inmersiva”.
Con tres avatares sentados en una oficina, el diálogo es perfectamente posible; todo queda grabado en 360 grados, es decir que a posteriori, sobre el registro, se puede atrasar o adelantar viendo todo lo que ocurrió; además, cuando se trata de partes que podrían no entenderse amigablemente, hacerlo remoto y con avatares cambia considerablemente la experiencia, y la vuelve más segura.
“Nosotros somos early adopters de estas herramientas –sostiene Marco, sonriendo– y vamos experimentando. Siempre a pulmón, pero sabiendo que hoy un abogado que no entiende las tecnologías con las que la sociedad se mueve puede vulnerar derechos o no ser eficiente, ya sea de este lado del mostrador –el de la Justicia– o del otro, porque a los particulares también les cuesta aceptar que el derecho está cambiando de lo analógico a lo digital”.
Hoy día en Córdoba, para trabajar con casos penales, la Justicia ya reconstruye hechos mediante entornos virtuales, con tecnología láser que mapea profundidad y distancia, lo que permite recrear una escena con precisión respecto del impacto de las balas o la posición exacta de las personas involucradas en el delito que se investiga.
Marco se entusiasma con ello, y piensa en metaversos en los que directamente la idea de un recorrido lineal y escrito de la información –lo que básicamente estructura, todavía hoy, el flujo de trabajo de la burocracia en los juzgados– quede en el olvido.
“Hoy tenemos que trabajar con audios, videos, textos, fotos. La vida se vuelve cada vez más digital y nosotros no podemos estar ajenos a eso (…) claro que la tecnología va muy por delante de las políticas públicas pero, por ejemplo, en el Juzgado donde yo trabajo –cuyo titular es Horacio Rey– empezamos a notificar vía Whatsapp. Parece algo menor, pero para estas organizaciones es muchísimo”.
De la misma manera, hoy Rossi publica edictos por las redes sociales del juzgado, en vez de difundirlos en el diario. “Siempre el derecho se vio modificado por las tecnologías, entonces hoy día cuando enseño a mis alumnos voy evangelizando –se ríe– en que los abogados cada vez más tenemos que entender cuánto pesa un archivo, qué es un hash –secuencia alfanumérica que permite rastrear la autenticidad de un archivo– porque, si no, casi seguro van a equivocarse en su trabajo”.
Sería poco inteligente pedirle al pibe que baje un cambio. Dispara conceptos
Todo este proceso repiensa el lugar del ciudadano frente a la ley, la instituciones y las autoridades
sin parar, muestra videos y comparte links de sus publicaciones. Actualmente escribe, da clases, trabaja, sigue estudiando.
Incluso dirige el Laboratorio de Inteligencia Artificial, Innovación y Transformación Digital en la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional de Tucumán, que se inauguró hace dos meses.
Mientras que las sentencias analógicas “reconstruían los hechos y justificaban las decisiones” pero era imposible, para nadie, retroceder la película de lo ocurrido, Rossi hipotetiza sentencias inmersivas en juicios orales y por jurados en los que “podés mirarle la a cada uno de los que están en la sala, caminar sobre los hechos y plantear puntos de vista sin que los viejos guionistas –los abogados– escriban la historia”.
Marco entiende que es un giro copernicano el que está planteando. Sabe, incluso, que su imaginación desafía poderes concentrados, además de ideas polvorientas.
Está repensando el lugar del ciudadano frente a la ley, las instituciones y las autoridades. Y viceversa: todo el andamiaje jurídico dentro de la sociedad (y su evolución tecnológica) y no fuera de ella.
Por otro lado, al poner a la tecnología en el centro del razonamiento jurídico, cuestiona el rol de los intérpretes de las normas, cuyas corporaciones suelen abroquelarse alrededor de pequeñas (y no tanto) cuotas de poder.
¿Podrá, Marco, brillando sus ojos y su mente, contra tanto olor a naftalina? “Yo siento que soy un privilegiado porque vivo de lo que amo hacer, y puedo ayudar a los demás, cambiarles un poquito la realidad”, responde sobre el final de la charla.
A veces esta profesión regala momentos únicos, que ojalá fueran eternos.