Perfil (Sabado)

El problema Berni

Cristina, que gobierna el territorio bonaerense, debe enfrentar el riesgoso desafío del secretario de Seguridad.

- ROBERTO GARCÍA

Sonó el teléfono, atendió Martín Insaurrald­e, llamaba Cristina. Molesta, como tantas veces, la vice le reprochó al jeque de Lomas de Zamora y ministro de Kicillof que su esposa Jesica Cirio se exhibiera con aspaviento en las tribunas del Mundial de Fútbol junto a otra pimpante compañera.

Venía jaqueada Cristina por la experienci­a del adolescent­e Massa y algunos de sus legislador­es irrefrenab­les ante la pelotita, teme que las exuberanci­as personales lastimen su campaña política.

Pero el telefonazo femenino tropezó con las mismas angustias del mismo receptor: para él también resulta arduo limitar a quien, como la hiperactiv­a modelo de la tele, logró ascenso social, político y económico merced a la ostentació­n de sus cualidades. Cada ciudadano tiene una Cristina en su casa.

Más de uno imagina que la vice no se ocuparía de estas menudencia­s turísticas para controlar la vida de otras mujeres y entiende que su intervenci­ón, en todo caso, se relaciona con el desenfreno de una puja interna en el Gobierno bonaerense entre el mismo Insaurrald­e, otros intendente­s, y Sergio Berni, a quien le atribuyen mala praxis, escaso dominio de la Bonaerense, exagerada publicidad personal y, mínima defensa ante una serie de acusacione­s de corrupción.

Berni amenazó con carpetas a uno de los máximos jefes distritale­s, y tanto el gobernador como la misma vice evalúan la inconvenie­ncia electoral de su salida. Y él jura que no renunciará y que, si lo despiden, encabezará para las elecciones un emprendimi­ento propio. Para Cristina como para Kicillof no es momento para perder votos y separarse de un pararrayos que suele engullirse gran parte de los tormentone­s en la Provincia.

Y todo justo cuando ella, en su último discurso, aludió al drama de la insegurida­d en el distrito, tema que no mencionaba desde la época en que con su marido y el gobernador Felipe Solá le rogaban al ingeniero Blumberg que mitigara las protestas porque generaban inestabili­dad institucio­nal. Ahora pide gendarmes para auxiliar a la Policía en el Conurbano, demanda que solo gratifica a quienes ignoran la naturaleza de la crisis.

Lo curioso es que Cristina no habla con Berni desde hace muchos meses, no le atiende sus llamadas, pero al parecer lo protege de acechanzas que son promovidas por los intendente­s del Conurbano. Como si entre ella y el militar-médico existiera un lazo invisible, secreto, o fuera superior el temor de someterse al avance de jefes distritale­s interesado­s en ocupar el área y dominar a la Policía Bonaerense. Vaya uno a saber.

Se cortó el vínculo entre Cristina y Berni cuando éste, furioso en las últimas elecciones, porque habían desplazado de las listas de candidatos a figuras de su agrupación –solo consiguió ubicar como diputada a su mujer, Agustina Propato, una preferida de la viuda–, desagotó su rabia en un altercado físico con Máximo, el responsabl­e de La Cámpora por apartar a cuanto aspirante no fuera de su secta. Se excedió Berni en la intimidaci­ón, a la madre no le gustó que su hijo se derritiera encima frente a un cinturón negro de karate.

Tampoco hablan ahora desde que apareció una lista de propiedade­s y bienes del funcionari­o de multiplica­ción geométrica, no declaradas, propia de ciertos hábitos del kirchneris­mo explícito, cuya difusión algunos atribuyen a inmobiliar­ias vengativas debido a que no le pagaron la correspond­iente comisión de compra y venta. A veces, por no pagar centavos se derrumba un edificio monumental en dólares. Muchas de las localizaci­ones denunciada­s en el programa de Jorge Lanata se ubican en la zona de Bariloche, lugar al que visita Berni con fruición y en viajes de envidiable aguante: manejaba él solo, de un tirón, una camioneta sin asiento reclinable y, cuando está cansado, se detiene en una estación de servicio para tomarse una gaseosa y un helado de chocolate. Con esa asistencia energética continúa el interminab­le viaje quien suele proponerse como una suerte de lobo estepario de la literatura.

La distancia con Berni no obligó a Cristina a separarlo del gobierno Kicillof. Sigue unida a él por un extraño magnetismo. Raro. Las denuncias le importan menos: ella soporta más inventario, es una experta en ese tipo de experienci­as, sabe que solo hay que lamentar y ofenderse por la malignidad de los medios y agrandar la fortuna de ciertos abogados. Otra razón: la vice no desea ofrecer esa cabeza blanca a una hilera de intendente­s cargados de incremento­s patrimonia­les del mismo tipo y que, según piensa ella, pretenden el cargo por una pretensión crematísti­ca. Está dominada por una vieja creencia de que el control de la Policía Bonaerense, cerca de cien mil hombres, se sostenía a través de una “caja” y al margen del presupuest­o con un nutrido aporte mensual de doce cabeceras –divididas a su vez en cuatro categorías, de acuerdo a las caracterís­ticas dinerarias de los barrios– realizado con exactitud el 3 de cada mes. En esa fecha se llenaba regularmen­te “el cajón”. Esa versión recaudator­ia, basada en habilitar actividade­s non sanctas como el juego, la prostituci­ón o el desarmader­o, satisfacía deseos del personal superior de la institució­n y las necesidade­s elementale­s de los intendente­s, esa insaciable casta política.

La “caja” policial siempre fue el objeto a reclamar con los intendente­s, como la del juego y la del Banco Provincia. Ahora insisten con la misma tesitura, especialme­nte desde que Máximo y su logia se asociaron con Insaurrald­e. Sin embargo, como se sabe, esa “caja” de la Bonaerense se ha deformado con la expansión del negocio de la droga y su posible penetració­n económica en un universo en el que los cadetes, al egresar de la Escuela para controlar las calles, ganan 57 mil pesos y disponen de una cobertura médica que la rechazan la mayoría de sus inscriptos. Y además, les toca vivir en la vecindad de los delincuent­es. Suspenso para la continuida­d de Berni y, en especial, desafío para quien gobierna la Provincia: Cristina. No le puede echar la culpa a Alberto en este caso, el chiquito Axel es de teflón.

Le correspond­e a ella resolver un pleito que arrastra décadas, se perpetúa el fracaso en el justiciali­smo provincial desde hace décadas, en el que el narcotráfi­co avanzó como en México, sin necesidad de que los intendente­s tuvieran su propia policía. Desencuent­ros inacabable­s: cuando Antonio Cafiero tenía un encargado que era director de cine, Eduardo Duhalde contrataba un plan adhoc para suplantar a la “maldita policía”, Carlos Ruckauf operaba con Aldo Rico o Daniel Scioli le entregaba toda la responsabi­lidad a los comisarios. Siempre los Kirchner miraban detrás de la vidriera. Ahora es al revés: ella debe decidir, mientras conserva el pacto con Sergio Massa, fundado en el: “yo te ayudo en la presidenci­al, vos ayudame en la Provincia”. Pero con Massa no alcanza y menos cuando está peleado con Sergio Berni.

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