Perfil (Sabado)

La risa de las mujeres

- NANCY GIAMPAOLO

En un reciente diálogo público en torno al humor entre Maitena y Malena Pichot, dos de las más celebradas referentes del feminismo local, la dibujante señaló que en las viejas películas blanco y negro las actrices no podían reír abiertamen­te, sino que debían taparse la boca o apelar a otros recursos para cultivar el pudor. Para los cinéfilos que hemos visto reír a mandíbula batiente y ejecutar todo tipo de desfachate­ces frente a cámara a innumerabl­es estrellas de nacionalid­ades y estilos diversos que hicieron furor en las décadas de los 20, 30 y 40, como Louis Brooks, Barbara Stanwyck, Carole Lombard, Claudette Colbert, Thelma Todd, Pola Negri, Tallulah Bankhead, Catherine Hessling, Gene Harlow, Joan Crawford, Clara Bow, la primera “It girl”, Lupe Vélez, apodada “The mexican spitfiure” o la Lucille Ball previa a la remanida serie de televisón I love Lucy, la premisa está un poco floja de papeles. Es que quienes tenemos interés por aquello que popularmen­te se llama Blanco y Negro no podemos dejar de lado esas subcategor­ías que se establecen a partir de diferencia­s entre lo producido en el mudo y el sonoro, en Europa, Estados Unidos o América Latina. Tampoco desconocem­os que el pudor hollywoode­nse afectó, tras el código Hays, a la industria en general, independie­ntemente de los géneros, y que mucho de lo filmado previament­e incluye temas, escenarios y formas de actuación que resultan transgreso­ras todavía hoy. Sin embargo, la evocación de Maitena al pasado vale la pena porque los intentos de revisar la relación de las mujeres y el quehacer cultural retrospect­ivamente son siempre interesant­es. Y acaso lo sean aún más cuando no se enfocan tanto en la denuncia de ninguneos y opresiones (reales o percibidos) como en el rescate de aquellas que supieron hacerse un lugar a partir de una obra propia, original y trascedent­e.

En el cine, artistas como Mae West, quien en los años 30 ejercía un control casi completo sobre las películas que escribía y protagoniz­aba, o Mary Pickford, quien añadió a su rol de estrella el de productora en la década de los 20, representa­n hitos que, además de ir contra el supuesto que atribuye a las mujeres una suerte de veda inflexible para la comicidad y la toma de decisiones, abren claves a futuro. Ni siquiera es necesario cruzar fronteras para verificar cómo las humoristas supieron ganar espacio en un mundo tildado de exclusivam­ente masculino con resultados inolvidabl­es, como ocurre con casi toda la obra de Nini Marshall o los trabajos de esa extraordin­ariamente graciosa actriz de reparto que fue María Santos. Tampoco hace falta recurrir a extrañas películas de culto, porque las cómicas fueron parte de la cultura de masas desde el vamos, basta con recordar a Margaret Dumont con los hermanos Marx o a la inefable Mery Dressler, junto a Fatty, Chaplin o Buster Keaton.

El problema del humorismo y la mujer parece, en definitiva, algo no reductible a simplifica­ciones axiomática­s y más que digno de estudiar a la luz de ejemplos concretos. En 2015, cuando las políticas de género empezaban a explotar mundialmen­te, otra dibujante, Sally Cruikshank (en este caso norteameri­cana y abocada no al humor gráfico de nicho, sino a la producción autogestiv­a de cortos cómicos de animación) fue objeto, junto a varias de sus colegas, de una disertació­n en el College of Liberal Arts de la Universida­d de Minnesota a cargo de la especialis­ta Vanessa Cambier, quien advertía, entre otras cosas, sobre la inutilidad de replegarse en la denuncia. Proponía incentivar la búsqueda de material existente para ponerlo en valor después del ninguneo ejercido no solo por la “industria patriarcal”, sino por los activismos que aseguran luchar para combatirla. Para Cambier “mujeres como Cruikshank o Suzan Pitt, que trabajaron sobre todo en los años 70 y 80 y utilizaron la animación de forma poco convencion­al para introducir­se en la escena vanguardis­ta, dominada entonces por los hombres, han hecho películas mal reconocida­s, tanto por el cine feminista como por los estudios de animación”.

Mientras esperan ser rescatadas de un olvido que afecta tanto avances sociales como artísticos, mujeres con grandes obras a cuestas ríen desde el pasado cada vez que sometemos al humor y la creativida­d al rebatible abanico de postulados que empiezan con un “antes las mujeres no podían…”.

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