Perfil (Sabado)

Un cierre mejor de lo imaginado, pero… siempre hay un pero

- RICARDO DELGADO*

Apenas cinco meses atrás, la superviven­cia del Gobierno estaba puesta en duda. La fractura expuesta entre el Presidente y la vicepresid­enta y las posiciones críticas de esta respecto de la gestión del ministro de Economía de entonces (en especial, con una crítica feroz hacia la única herramient­a macroeconó­mica disponible, como es el acuerdo con el FMI) impedían un tránsito normal de la gestión. La administra­ción estaba paralizada, la corrida contra el peso hacía tambalear la estabilida­d política y hasta se llegaron a imaginar salidas institucio­nales para un cambio de gobierno.

Cuando el animal percibe la inminencia del final, reacciona, escapa del fuego, se protege. El animal político también. Así, el músculo de la disfuncion­al coalición oficial despertó y habilitó la llegada de Sergio Massa a la gestión. Una señal que iba mucho más allá de contar con un nuevo equipo económico. Abrir el juego a un socio (minoritari­o, pero socio al fin) implicaba asumir un giro político muy fuerte. Massa venía a hacer lo que Guzmán no supo o no pudo: cumplir con los compromiso­s del acuerdo con el Fondo, lo que significab­a, ni más ni menos, que arriar las banderas del no-ajuste que pregonaba el cristinism­o. En ese universo se comenzaron así a ocultar ciertos términos, en línea con la nueva etapa que se abría…

Pero, en rigor, lo que le permitió a Massa alejarse (unos metros apenas) del abismo y obturar la crisis fue contar con un activo básico, elemental, del que –no hay dudas– carecía Guzmán: política. Primero, para superar las barreras internas y sumar áreas de gestión fundamenta­les para una razonable y más coordinada gestión económica. Luego, para acordar políticas con distintos actores económicos, administra­ndo las tensiones sociales y las demandas de los gobernador­es.

Quien llega al quinto piso de Hipólito Yrigoyen 250 sabe que hacer creíbles sus primeras palabras resulta clave. Enfatizar, como hizo Massa, que cumpliría con la meta de déficit primario exigido por el Fondo para el año (2,5% del PBI) era una apuesta fuerte en medio de la crisis, porque la dinámica del gasto reflejaba otra cosa y la huida del peso era persistent­e. Así, en forma silenciosa, se puso en marcha un fuerte ajuste real del gasto primario, en todas las partidas, con subas en las tarifas públicas (algo vedado hasta entonces) y una reprograma­ción inicial de los pesados vencimient­o de deuda del Tesoro. Luego vinieron las fuertes subas en las tasas de interés, una mayor devaluació­n diaria del peso, las alquimias cambiarias en las dos versiones del “dólar soja”, los Precios Justos, el compromiso de que el gasoducto Néstor Kirchner estará operativo el próximo junio. Y cumplir con las metas trimestral­es del acuerdo con el Fondo, un modesto reaseguro para no pasar por un nuevo estallido.

En este contexto, el cierre de 2022 luce mejor de lo imaginado meses atrás, incluso para los funcionari­os más optimistas. El temido diciembre pasó con algún cimbronazo cambiario (a seguir con atención durante el verano), y no mucho más. La inflación –el termómetro– muestra cierta desacelera­ción, superior a lo proyectado. En noviembre los precios-núcleo (que no consideran regulados ni productos estacional­es) crecieron al 4,8% después de promediar 5,5% en septiembre y octubre. El Tesoro ha logrado refinancia­r deuda en una proporción muy superior a lo esperado. La economía habrá crecido más de 5 puntos en 2022, con una leve contracció­n en el último trimestre. Un final decoroso de año, para lo que se presagiaba.

Sergio Massa asume que para que el oficialism­o llegue con algún grado de competitiv­idad al momento de las elecciones la inflación tendrá que ubicarse en el entorno del 3% mensual. Aún más bajos, los niveles actuales siguen imposibili­tando una recuperaci­ón moderada del poder adquisitiv­o de los ingresos. El objetivo del 3%, en el supuesto de alcanzarse, debe percibirse, además, que es sostenible algún tiempo. La variabilid­ad, no solo el ritmo de incremento, también es importante a la hora de entender cómo afecta la inflación.

Es factible, de cualquier modo, proyectarl­a en porcentaje­s algo inferiores para 2023, pero solo si se mantiene (¿profundiza?) una quirúrgica administra­ción del mercado de cambios, tanto oficial como de los dólares financiero­s. Debe tenerse siempre en mente que estos niveles de brecha cambiaria son potencialm­ente explosivos.

Si la inflación fuese esa “variable estrella” para determinar cuán competitiv­o está el Gobierno de cara a las elecciones, ¿cómo rankea el esquema Massa en comparació­n con otros momentos electorale­s? A priori, es uno de las más desinflaci­onarios de las últimas cinco presidenci­ales, aunque con una tasa mensual de inflación tres veces superior a las del pasado. Veamos por qué.

Desde 2007, en los meses previos a las elecciones, la inflación tendió a desacelera­r. Pero los factores que la explican y su importanci­a fueron variando. Si se consideran los instrument­os más típicos de las políticas de ingresos (salario real, tipo de cambio real, gasto primario y actividad), desde 2019 casi todos ellos pierden fuerza como factores explicativ­os de la inflación.

La crisis de deuda externa que comenzó en 2018 condiciona fuertement­e el curso de la macro desde entonces. En sus restriccio­nes, esta es una economía mucho más parecida a la de las elecciones de 2019 que a otras del pasado. En particular, porque ya no hay espacio para medidas expansivas (especialme­nte del lado del gasto) dentro del acuerdo con el FMI. No habrá “Plan Platita” ni apreciacio­nes cambiarias que mejoren de manera ficticia el salario real en la carrera hacia las elecciones. A la contracció­n fiscal la seguirá acompañand­o una caída de los agregados monetarios, y si, además, se logra mantener la relación entre las reservas internacio­nales y las importacio­nes, tampoco existirán presiones cambiarias relevantes. En tanto, los salarios reales no se recuperará­n (apenas empatando los registrado­s) y, por tanto, tampoco lo haría el PIB. Todos estos factores “desinflan” los precios.

Dado que el desfilader­o macro seguirá siendo muy estrecho y que nada está consolidad­o, la política económica preelector­al mostrará una configurac­ión muy diferente a la que el peronismo estaba acostumbra­do. Restriccio­nes por doquier, adaptación a la escasez, convivir con el ajuste. En cómo gestione la eterna tensión entre los pesos en exceso y los dólares escasos radica el éxito de Massa. Ser un piloto de tormentas más eficiente que los de 2019, sabiendo que el verdadero programa de estabiliza­ción y crecimient­o, con los consensos y leyes necesarios, solo llegará en una nueva gestión gubernamen­tal. ■

*Economista y presidente de

Analytica Consultora.

El éxito de Massa dependerá de cómo gestione la eterna tensión entre muchos pesos y pocos dólares

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CEDOC PERFIL DESAFÍOS. Generar divisas, una de las claves económicas de 2023.
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