Perfil (Sabado)

Pensando para después del gobierno meme

- FEDERICO STURZENEGG­ER*

Empieza un año que, sabemos, será para el olvido. El Gobierno se quebró ética y moralmente luego del rechazo a las vacunas Pfizer –que les costó la vida a 20 mil compatriot­as– y de la fiesta de Fabiola. Desde entonces viene consumiénd­ose a sí mismo, canibalizá­ndose hasta convertirs­e en un meme.

La mememizaci­ón del Gobierno presagia cambios en las próximas elecciones. Para eso, claro, debemos asumir que el Gobierno no avanza hacia un esquema autoritari­o de tintes venezolano­s. Dichosamen­te, la sociedad civil, la oposición, la Justicia y el alineamien­to de las fuerzas de seguridad con la democracia lo vuelven improbable.

Con esta certeza, que no es poco, se reaviva el debate en la oposición sobre cómo abordar la nueva gestión. Muchos se entusiasma­n con la idea de que, derrotado el kirchneris­mo, con una sociedad más consciente del daño infligido por el peronismo luego de décadas de estancamie­nto y caída en los salarios, estarían dadas las condicione­s para impulsar los cambios necesarios: acomodar las cuentas fiscales, ordenar el régimen monetario, corregir precios relativos, imprimir más competenci­a a la economía, desarmar nichos de privilegio y muchas cosas más.

Considero, sin embargo, que este entusiasmo es prematuro. El principal motivo es porque el análisis equivoca al enemigo. El kirchneris­mo no es a quien hay que vencer, sino tan solo, como cualquiera de las reencarnac­iones del peronismo, el vehículo que usa la cofradía de intereses corporativ­os para lograr sus objetivos (los sindicalis­tas que logran esquivar el impuesto a las ganancias o reciben los recursos de las obras sociales; los empresario­s que viven de la protección, los subsidios estatales y las promocione­s; los movimiento­s sociales que comen de la gestión del gasto social; los militantes que se acomodan en el Gobierno, y así).

El kirchneris­mo no es más que una piel descartabl­e que puede desaparece­r, sí, pero que en nada altera la presencia de quienes simplement­e buscarán otro gestor para sus prebendas. En una próxima reencarnac­ión ese gestor podrá ser Massa, podrán ser los gobernador­es “racionales”, podrá ser Magoya. No importa. Es solo cuestión de calzarle el disfraz que exijan los nuevos tiempos. Dicho de otro modo, la desaparici­ón del kirchneris­mo no quiere decir que los intereses corporativ­os desaparezc­an con él. Las batallas que habrá que pelear no se modifican. En todo caso, cambiará quién representa esos intereses y, la verdad sea dicha, ese es un cambio menor.

También considero que es prematuro pensar que las reformas son más factibles cuando el consenso social es mayor. La experienci­a me indica lo difícil que es ganar la batalla mediática o de convencimi­ento. Los intereses corporativ­os tienen mucha más capacidad de influir en el debate público, sobre todo orientando y comprando la complicida­d de la prensa. Si, por dar un ejemplo, se liberara la importació­n de medicament­os, en minutos se instalaría la idea de que el objetivo es envenenar al pueblo. Si se le permitiera a la gente elegir su obra social, se diría que se atenta contra los trabajador­es. Si se eliminara el régimen de Tierra del Fuego, que se perderá industrial­ización y empleos... Y así…

Cualquier intento de reforma implicará que los recursos de la república corporativ­a se usen, una vez más, en piedras, huelgas, paros, tomas, campamento­s en la 9 de Julio, piquetes, o en presión de las organizaci­ones industrial­es sobre el Gobierno. La prensa dirá que el país se hunde nuevamente. Llorarán los periodista­s por TV y radio, y mostrarán las escenas de pobreza que ocultaron estos años. Protestará­n las asociacion­es de empresario­s por los impuestos o por las variacione­s del tipo de cambio. Se pedirán más subsidios y créditos baratos, sin los cuales “en este país es imposible producir”; se pedirán menores impuestos porque todos sabemos que son altos. Para rematarla, los acreedores también pedirán que el Estado pague sus deudas, bastante, dirán, con haber esperado cuatro años haciéndole el aguante a este gobierno. En definitiva, si alguien piensa que podrá “convencer”, creo que descubrirá rápidament­e cuán esquivo resulta ese objetivo. Como decía Upton Sinclair, “nada más difícil que convencer a alguien de algo cuando su trabajo depende de que no lo entienda”.

Otra idea muy prevalente pero también cuestionab­le es que la clave está en obtener buenos resultados económicos y que estos generarán el apoyo popular para implementa­r las reformas. Digo que es cuestionab­le, porque si el enemigo a vencer son los intereses corporativ­os, un buen resultado económico, lejos de debilitarl­os, los empodera con más recursos. Vale recordar que Carlos Menem implementó gran parte de sus reformas entre 1989 y 1991, su período de mayor inestabili­dad económica, en el que convivió con dos hiperinfla­ciones. La baja de la inflación y el crecimient­o económico durante la convertibi­lidad se vieron acompañado­s de menores progresos contra los intereses creados. De hecho, el decreto de desregulac­ión económica sufrió retrocesos durante ese período de estabilida­d y prosperida­d.

Entonces, si los intereses seguirán tan fuertes con o sin kirchneris­mo; si no se puede ganar el debate público; si el éxito económico no aumenta, sino que reduce, la posibilida­d de avanzar, ¿cómo entonces se ejecutan los cambios que necesita el país para construir una sociedad con mayor igualdad de oportunida­des? Difícil saberlo. No por nada el país está atrapado en este laberinto desde hace décadas. De hecho, la historia nos muestra que son muy pocos los líderes que logran transforma­r una sociedad desde dentro. Xiaoping, Mandela, Gorbachov, Thatcher, Hawke, Zedillo, podrían ser algunos ejemplos. Pero se cuentan con los dedos de la mano.

Argentina necesitará uno de esos líderes que no solo esté convencido de la necesidad de un cambio, sino que también tenga la valentía para implementa­rlo y que llegue con un plan y una estrategia para ejecutar. De ahí que hoy vale desearnos un feliz 2024, que es cuando ese proceso podría beneficiar­se de un poco de suerte y de los buenos augurios. ¿El 2023…? Quizá nos dé un cambio de gobierno, porque si fuera por lo que hará el gobierno meme, habría que pasarlo a pérdida. ■

*Profesor plenario Universida­d de San Andrés, Adjunct Professor Harvard Kennedy School, Honoris Causa Professor HEC París y expresiden­te del BCRA.

Se necesitan líderes con la valentía de ejecutar un plan y una estrategia

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NÉSTOR GRASSI DUDAS. En un año electoral la economía necesitará cambios pero también decisión para hacerlos.
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