Perfil (Sabado)

Macri y Massa dudan

El ex presidente y el actual ministro de Economía analizan si se postulan, mientras sus allegados claman por ellos.

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Ambos aducen compromiso­s familiares para definirse: Mauricio Macri y Sergio Massa. Importa ese dictamen del dúo, nadie puede comprar una casa sin plata y ellos, junto a Horacio Rodríguez Larreta y Cristina Fernández de Kirchner (o al vicario que ella designe) son los únicos candidatos con capacidade­s diferentes para reunir fondos en la próxima campaña presidenci­al. Ineludible para alcanzar el cargo. Ningún profesiona­l del rubro habla de una base menor a los 100 millones de dólares para ese emprendimi­ento. Sea prestado o regalado, no se observan otros aspirantes para conseguir esas sumas. Como reconoce López Murphy, una construcci­ón de ese tipo no se logra recorriend­o el país en el colectivo 60.

A Macri, por ejemplo, lo podrían asistir sus queridos jeques cataríes, aparte de socios e inversores como en su anterior presidenci­a. La propia no se toca, el estilo del ingeniero es otro. Massa, por su parte, ha demostrado en su breve gestión ciertas relaciones internacio­nales en materia de fondos que exceden, inclusive, las colaboraci­ones locales del círculo rojo ya identifica­das por los medios.

A Cristina nunca le faltó capital para las elecciones –hasta se la investigó por la recolecció­n de esos recursos– y Rodríguez Larreta dispone de reservas que, según sus detractore­s tipo Patricia Bullrich, le permiten comprar todo lo que desfila por la calle. Como ocurrió con sus cuatro últimas incorporac­iones para darle brillo a un gabinete que, después de siete años, descubrió que carecía de lustre.

En materia de recaudació­n, tal vez Javier Milei sea el único distinto en esta provisión clave de dinero: cree que no necesita punteros ni estructura, tampoco publicidad, que la propia gente le contará los votos, que ni siquiera podrá visitar todas las provincias a las que llega por internet mejor que por presencia física. Un desafío.

Macri sigue coqueteand­o con el anuncio, mientras Massa parece que abandonó esa excusa trivial del veto doméstico, al menos no se resistió a los honores como invitado al festejo 80 del Pato Galmarini, su suegro, un tradiciona­l del peronismo bonaerense que renovó sus hábitos desde que habita con Moria Casán. Celebració­n menuda, íntimos y parientes, en que la mayoría brindó por la candidatur­a presidenci­al del ministro. Sin reservas, la familia ya decidió, solo le cuesta a él confirmar el propósito.

Al menos en la fiesta estaban convencido­s de los malabares exitosos de Massa por mantener en vilo la economía en los últimos meses, como si fuera un Yenga. O la torre inclinada de Pisa. Ni pensaban que el funcionari­o esa noche estaba con la renuncia en el bolsillo luego de enterarse que el Presidente y los gobernador­es habían desacatado a la Corte Suprema, provocando una inestabili­dad aún más suprema para el Gobierno.

Al margen de las estupidece­s internas que lo sofocan desde la Casa Rosada, Massa quizás aguarde hasta marzo para superar el rapto amateur en el que prometió bajar la inflación al 3%. Una tontería: como se sabe, en política no se ilusiona con fechas ni cumplimien­tos. Macri, en cambio, tal vez resuelva antes su conducta. Es que si se aparta de la carrera presidenci­al –un tema cada vez más avanzado en su entorno– le facilita a sus colegas partidario­s la formación de su campaña. De ahí que en estos días reciba a Rodríguez Larreta como vecino en Cumelén y, más tarde, a su preferida Patricia Bullrich.

Será una forma de despachar la versión de que se presentará como candidato, acompañado por la esposa del gobernador Juan Schiaretti (Alejandra Vigo), atribuida al titular de una multinacio­nal con el que se entrevistó en su último viaje. Mientras, se entretiene en el Sur con Hernán Lacunza, un visitante de confianza desde que fue su ministro y ahora sirve como organizado­r de los equipos económicos del alcalde porteño. Una consultorí­a sobre los últimos acontecimi­entos del área y, de paso, confrontar con la llegada de Martín Redrado a la administra­ción capitalina, sabedor el ex mandatario de la distancia biliosa entre los dos economista­s a pesar de que en otro tiempo estuvieron juntos en el Banco Central.

Sin ufanarse, Massa llega a la futura candidatur­a con la bendición ambigua de Cristina, quizás con la expectativ­a de resolver lo que no pudo Alberto Fernández: el sistema judicial que la agobia con causas condenator­ias (habrá que esperar un nuevo fallo, sea Hotesur o dólar futuro). Tardía esa tarea para el ministro, debe ocuparse de la complicada economía afectada por la fogonera torpe de la Casa Rosada.

Disfruta Massa, eso sí, de un tenaz respaldo por parte de Máximo

Kirchner, quien ya ni siquiera vive como traición a su propio espacio las contradicc­iones de renunciar a la titularida­d del bloque de diputados por el acuerdo con el

FMI y al mismo tiempo promover al hacedor de ese acuerdo, el benemérito Massa. Inclusive, lo alienta como postulante en detrimento del muleto Wado de Pedro, cada vez más descolorid­o.

Ni hablar de que fustigó al campo y ahora aprueba el preferenci­al dólar soja para el sector, sin olvidar su repudio a la Corte y ahora hacerle la venia, retrocedie­ndo. Un cúmulo de sin sentidos, como la madre en su última autosatisf­acción oral, cuando se quejó de que los diputados desaforaro­n a De Vido o que alguien ascendió al juez Ercolini. Justo cuando confiesa ser más “peruca” que nunca, parece olvidar que la mayoría peronista lo echó a De Vido y que Alberto Fernández fue quien encumbró a Ercolini como magistrado ejemplar. De diván.

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LA MANO EN LA LATA Mauricio Macri DIBUJO: PABLO TEMES
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ROBERTO GARCÍA

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