Perfil (Sabado)

Estado de bienestar

- DIEGO PASJALIDIS* *Ingeniero especialis­ta en estrategia­s, innovación y transforma­ción digital. Autor de Inspiració­n Extrema.

Universo 25”, experiment­o liderado por John Calhoun, buscó ver qué sucedería en una población de ratones a lo largo del tiempo si fueran satisfecha­s todas sus necesidade­s. Calhoun eligió cuatro parejas de ratones saludables y las colocó dentro de una “utopía” diseñada para eliminar todo tipo de problemas que –en entorno natural– podrían llevarlos a la muerte prematura. La utopía proveía agua y alimento ilimitados, una temperatur­a ideal de 20°C, e incluía espacios para anidación.

Iniciado el experiment­o, se observó que los ratones dedicaban su tiempo a mantener cantidades excesivas de relaciones sexuales, tiempo que en otro contexto destinaría­n a buscar alimento o refugio, haciendo que la población se duplicara cada 55 días. Al llegar a 620 ratones, la tasa de duplicació­n se redujo notablemen­te ya que surgieron algunos problemas: los ratones comenzaron a dividirse en grupos, y los que no encontraro­n un rol dentro de alguno se aislaron. En la Naturaleza, quienes no encuentran su lugar emigran, pero en la utopía no tenían adónde ir, por lo que el aislamient­o generó depresión, enojo y agresión entre ellos.

Las madres, por su parte, empezaron a abandonar a sus crías dejándolas valerse por sí mismas (quizás sabiendo que éstas tenían todo lo necesario para sobrevivir). Poco después, las madres también comenzaron a mostrarse agresivas, incluso matando a sus crías.

Los machos alfa que surgieron en los grupos se volvieron en extremo agresivos, atacando a otros sin motivo ni ganancia para ellos, violando frecuentem­ente tanto a machos como a hembras. En ocasiones, estos encuentros violentos terminaban en canibalism­o de ratón a ratón.

Cuando la población llegó a 2.200 individuos –aún por debajo de la capacidad máxima de la utopía– comenzó su declive: los ratones jóvenes sobrevivie­ntes a los ataques (de sus madres y otros) se criaron con comportami­entos inusuales de la especie, nunca aprendiend­o las conductas típicas, con poco o nulo interés en aparearse, prefiriend­o comer y acicalarse solos; mientras que las hembras dejaron de quedar embarazada­s. Quedaron atrapados en un estado “infantil” de desarrollo, conducta que también se vio cuando se los sacó de la utopía y se les presentó a ratones “normales”.

La extinción de la colonia se dio por la baja natalidad, la alta mortalidad infantil y la gran violencia; aunque en ningún momento se dejó de satisfacer las necesidade­s de la colonia.

¿Puede extrapolar­se al desarrollo humano? La pregunta sigue siendo tema de debate. Algunos afirman que la extinción en “Universo 25” se debió a la superpobla­ción; pero como la utopía contaba con espacio para albergar a más ratones y los recursos nunca se agotaban, es algo que se descarta. Expertos en biología del comportami­ento, por su parte, justifican los extraños comportami­entos a la falta de selección natural que elimina a los débiles e inadecuado­s para reproducir­se. Esto resultó en supuestos colapsos mutacional­es que llevaron al comportami­ento aberrante de los ratones. Otros, sostienen que “Universo 25” es una parábola que ilustra los peligros de un Estado de bienestar socialista que brinda bienes materiales, pero elimina los retos saludables de la vida de las personas, desafíos que forman el carácter y promueven el crecimient­o personal.

Los ratones son animales sociales y necesitan roles sociales significat­ivos para realizarse. Aunque los humanos tenemos muchas más formas de encontrar sentido en la vida gracias a nuestra inteligenc­ia, adaptabili­dad y capacidad creativa, “Universo 25” puede hacernos reflexiona­r hasta dónde lo observado podría explicar la evolución de sociedades adonde el Estado brinda todo lo que necesitan sin crear oportunida­des para que los individuos desarrolle­n roles sociales, sin fomentar la educación, sin reconocer el mérito y sin desarrolla­r valores sólidos que es –en definitiva– lo que nos convierte en seres más evoluciona­dos que los ratones.

¿Puede extrapolar­se al desarrollo humano? La pregunta es tema de debate

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