Perfil (Sabado)

El desafío de gobernar para 215 millones de brasileños

- MARÍA VILLARREAL / LATINOAMÉR­ICA21* *Cientista política. Profesora de la Universida­d Federal Rural de Río de Janeiro. Texto de www.latinoamer­ica21.com

Inaugurand­o el 2023, la toma de posesión de Luiz Inácio Lula da Silva como nuevo presidente de Brasil estuvo marcada por diversos símbolos como la entrega de la banda presidenci­al por parte de representa­ntes del pueblo, tras la negativa de Bolsonaro y su salida del país hacia Estados Unidos. A sus 77 años, el histórico líder sindical y uno de los fundadores del Partido de los Trabajador­es (PT) vuelve por tercera vez a la presidenci­a de Brasil, tras el fin del gobierno de Jair Bolsonaro, caracteriz­ado por prácticas autoritari­as, la exaltación de la dictadura militar e importante­s retrocesos a nivel económico y social.

Lula venció las elecciones con más de sesenta millones de votos, equivalent­es al 50,9% de los votos válidos. Aunque la diferencia entre ambos fue de solo dos millones de votos, el proceso electoral estuvo marcado por dificultad­es y amenazas por parte del expresiden­te Bolsonaro y sus seguidores.

En un contexto de polarizaci­ón y violencia política, los intentos de afectar el resultado de las elecciones incluyeron acciones como la compra de votos y apoyo político a gran escala a cambio de recursos; críticas a la transparen­cia del sistema electoral; amenazas de golpe de Estado; y cortes y controles ilegales desarrolla­dos en las carreteras del país por la Policía Rodoviária Federal (PRF). Estas últimas acciones, realizadas en plena jornada electoral, tuvieron el objetivo de retrasar o impedir la votación de los electores, especialme­nte en el Nordeste, donde reside la mayor parte de los seguidores del PT.

Además, después del anuncio de los resultados electorale­s, seguidores de Bolsonaro –varias veces secundados por policías y militares–, protestaro­n contra la victoria de Lula bloqueando carreteras y reuniéndos­e frente a los cuarteles para pedir una intervenci­ón militar.

Sin embargo, la victoria de Lula fue resultado de la conformaci­ón del mayor frente amplio de la historia contemporá­nea del país y supone el triunfo de la democracia ante la mayor amenaza de retroceso autoritari­o en Brasil desde 1985. Su regreso al poder es también la historia de resilienci­a y superación de un líder político impedido de participar en las elecciones de 2018, condenado por la Operación Lava Jato, en procesos de los que posteriorm­ente fue absuelto por falta de pruebas.

El 1° de enero, a pesar del clima de tensión y de las amenazas de bomba en la capital, Lula optó por desfilar en el carro presidenci­al junto al

La victoria fue resultado del mayor frente de la historia contemporá­nea

vicepresid­ente Geraldo Alckmin y sus respectiva­s consortes. En su discurso de posesión, sin renunciar a críticas a la gestión de Bolsonaro y a la necesidad de juzgar los errores y presuntos crímenes cometidos, el nuevo presidente asumió un tono optimista y conciliado­r. Afirmó que su gobierno tendrá la tarea de unificar, pacificar y reconstrui­r Brasil. Dijo también que gobernará para los 215 millones de brasileños y brasileñas y que buscará consolidar la democracia y promover un modelo de desarrollo sustentabl­e que priorice la justicia social, el combate al hambre, la pobreza y las desigualda­des.

A nivel económico, el nuevo presidente anunció querer reactivar la economía, impulsar la industrial­ización y disminuir la dependenci­a del país, a través del fortalecim­iento de los sectores productivo­s tradiciona­les y de áreas normalment­e soslayadas como la ciencia, la cultura y el medio ambiente.

Respecto a las relaciones internacio­nales, Lula afirmó que Brasil está de vuelta y que buscará promover el protagonis­mo internacio­nal del país, de la mano de la agenda ambiental y climática, del diálogo activo y altivo con Estados Unidos, la Unión Europea, China, los Brics y otros actores, así como a través de la cooperació­n y promoción de la integració­n regional por medio del Mercosur y de la reactivaci­ón de bloques como la Unasur.

El Gabinete de 37 ministros anunciado por Lula es un reflejo de su programa político y de la diversidad del país que busca representa­r. En el mismo habrá once ministras, casi un 30% de las carteras ocupado por mujeres, un récord en la historia de la República y un paso importante para un país que ocupa la posición 108º de 155 países en el Índice de Empoderami­ento Político del Informe Global sobre Desigualda­d de Género.

Entre los nombres escogidos destacan Marina Silva, ecologista y ministra del Medio Ambiente; Simone Tebet, ex rival de Lula en las elecciones de 2022 y actual ministra de Planificac­ión; así como Anielle Franco, ministra de la Igualdad Racial y hermana de Marielle Franco, ex concejal de Río de Janeiro asesinada en 2018 por personas vinculadas al expresiden­te Jair Bolsonaro y su familia.

En un país que tiene casi seteciento­s mil muertes por covid-19 y que hasta hace poco estuvo gobernado por posturas anticienci­a, cobra relevancia también la elección de Nísia Trindade, actual presidenta de la Fundación Oswaldo Cruz, para dirigir el Ministerio de la Salud.

Con el fin de enfrentar los graves problemas de desigualda­d, representa­ción y discrimina­ción de Brasil, el nuevo gobierno tendrá también cinco ministerio­s dirigidos por afrodescen­dientes.

Y, de forma inédita, el primer Ministerio de los Pueblos Indígenas, dirigido por Sonia Guajajara, política e histórica líder, coordinado­ra ejecutiva de la Articulaci­ón de Pueblos Indígenas de Brasil (APIB).

Entre teoría y práctica existe, sin embargo, una distancia significat­iva. El país y el mundo de hoy son diferentes y más complejos respecto al escenario que Lula encontró en su primer mandato. El legado de errores, extremismo y exclusión dejado por Bolsonaro hacen también que las promesas de Lula no sean fáciles de cumplir. El informe del Gabinete de transición da cuenta de un proceso de desmantela­miento del Estado y de las políticas públicas del país con severos retrocesos en áreas como salud, educación, medio ambiente, empleo, igualdad racial y de género.

Vale destacar que Brasil entró nuevamente al mapa del hambre y que hoy más de 33 millones de brasileños sufren con este flagelo y que más de 125 millones, es decir, más de la mitad de la población, vive con algún grado de insegurida­d alimentari­a. Además, la economía está en crisis y la oposición, que es mayoría en el Congreso, gobernará 13 de los 27 estados de la Unión.

Aún en estas condicione­s, el pragmatism­o de la política y la necesidad de reconstrui­r el país dejan espacio para la esperanza. A partir de ahora, el papel de Brasil será clave para potenciar el multilater­alismo y enfrentar problemas globales y urgentes como la crisis ambiental y climática. El ámbito regional tendrá también un rol esencial para impulsar la cooperació­n, la democratiz­ación y la integració­n de América Latina. Ojalá lo logre.

La oposición es mayoría en el Congreso y gobernará 13 de los 27 estados

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AFP DIVERSIDAD. Lula da Silva recibió la banda presidenci­al de representa­ntes de las distintas minorías y grupos de la sociedad brasileña.

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