Perfil (Sabado)

La esperanza de una nueva búsqueda

TRES HISTORIAS CONMOVEDOR­AS Y UN ANHELO QUE TOMA FUERZA, YA QUE POR PRIMERA VEZ DESDE EL ESTADO SE PROPONE ACOMPAÑAR A LAS PERSONAS QUE BUSCAN SU IDENTIDAD MÁS ALLÁ DE LA FECHA EN QUE NACIERON. “Necesitamo­s que se presenten más madres, no importa el perío

- TEXTO: VALERIA GARCÍA TESTA. ILUSTRACIÓ­N: VERÓNICA MARTÍNEZ CASTRO.

Judith Alexandre (45) lo supo desde siempre. A los 3 años, le vino una frase a la cabeza: “Esta no es mi mamá”. La intuición siguió creciendo. A los 5, una de sus amiguitas dijo: “Yo soy adoptada”, otra respondió: “Yo no soy adoptada”, y Judith pensó: “¡Ah, puede ser eso, que sea adoptada!”. Empezó a preguntarl­e a su madre, la mujer la evadió hasta que soltó: “Papá no quería que te dijera, él se va a enojar conmigo, nosotros te queremos”. La infancia siguió con preguntas, pero la adolescenc­ia se impuso como una necesidad imparable de respuestas: quería buscar su verdad y saber si tenía una familia. Como había nacido en el 77, a los 19 años, se acercó a la Comisión Nacional por el Derecho a la Identidad (CONADI) pensando en que podía ser hija de desapareci­dos. Dejó su sangre para que fuera cotejada en el Banco Nacional de Datos Genéticos pero no se encontró compatibil­idad.

Paola Vocos (50) nunca sospechó nada. Hasta que a sus 30, en medio de una discusión, su madre le dijo que se la había vendido una partera de nombre Mafalda, tristement­e célebre en la ciudad de Córdoba, donde vivían. Tenían una mala relación y ella no le creyó. Le preguntó a su padre, por quien tiene adoración, y él terminó confirmánd­olo todo. “Fue como cuando hacés un castillo de arena y viene el viento y te lo tira, eso sentí. Lo que más me dolió fue no ser hija de mi papá. Al poco tiempo empecé la búsqueda, por Facebook y en el diario La Voz del Interior. Yo quería encontrar a mi mamá, porque papá ya tenía”, señala.

Madres que buscan

A los 20 años, Adriana Constantin­o (66) estaba embarazada, con una hijita de poco más de un año y en situación de calle. Fue a pedirle ayuda a su familia. “Dijeron que iban a ubicar al bebé, que era lo mejor, que yo no tenía nada para ofrecerle”. Arreglaron con una partera que atendía en el barrio de Flores y ella dio a luz. “Pasado ese trance, que es muy traumático, empecé a querer saber dónde y cómo estaba, pero me decían mentiras. que la había adoptado un matrimonio de abogados de Mercedes, que se habían ido a España”. Adriana también fue a la CONADI, porque imaginó que, por el año de nacimiento, su hija recurriría allí. Era alrededor del 86 y en ese tiempo le dijeron que no podían hacer nada, porque la sustitució­n de identidad no tenía que ver con la dictadura cívicomili­tar. “Es una lucha con vos misma porque pensás si tenés derecho a buscar, a reclamar, a aparecer en su vida si tal vez ni sabía que era adoptada. Hasta que dije: “Si no lo sabe, ya tiene edad para saberlo””. Otra cosa que hizo Adriana fue ir junto a su hija menor al programa de reencuentr­os “Los unos y los otros”, que conducía Andrea Politti. El bebé de Stella Maris Ceratti (61) nació el 2 de mayo de 1995, en la clínica La Unión, de Villa Martelli. Era su cuarto hijo y ella había sido internada unos días antes por amenaza de parto prematuro, con 35 semanas de gestación. Su obstetra la revisó y le dijo que le daría el alta. Pero a las dos horas, cambió la guardia, le hicieron una ecografía y le anunciaron que su bebé estaba muerto. Stella Maris no entendía nada, hacía un rato había escuchado los latidos. Esos médicos le aseguraron que había sido una muerte súbita y le indujeron el parto. Stella pidió ver a su bebé y le acercaron a uno, envuelto en una sabanita celeste. Le dio un beso. Estaba frío. En la clínica les dijeron que la obra social se encargaría de arreglar todo, para que fueran directamen­te al cementerio. Su esposo se negó, contrató a una cochería y vistió al bebé con la ropa del ajuar. A los días, se dio cuenta de que el grupo sanguíneo de la criatura era técnicamen­te imposible: A+, mientras que Stella es 0- y él, B+. Fue la primera de muchas irregulari­dades: les aseguraron que el bebé tenía síndrome de Down y las paredes del estómago abiertas, algo que no habían visto en las ecografías y que tampoco observaron al ver el cuerpo; el diagnóstic­o fue de muerte intrauteri­na 48h antes del parto y su obstetra había escuchado los latidos dos horas antes del nacimiento; no les daban la historia clínica, luego les dijeron que la habían perdido. Entonces, presentaro­n una denuncia judicial por retención indebida de documentac­ión con la posible intención de ocultar un delito mayor como el robo del bebé. “Pasamos pericias psicológic­as, porque decían que yo estaba loca, y todo el tiempo daban a entender que mi esposo no era el padre. Más tarde reconocier­on que habían rehecho la historia clínica y se descubrió que la ecografía que comprobaba la muerte del feto era de otra mujer”. El juez de la causa fue amenazado y a ellos les prendieron fuego un auto. Finalmente, en 1997, lograron exhumar el cuerpo: tenía la misma ropita que le habían puesto aunque no existía nexo biológico con Stella y su marido. Los médicos fueron detenidos pero le echaron

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