Perfil (Sabado)

Jueces al horno

- DANIEL LINK

Habrán notado que la sequía nos regala algo desconocid­o en Buenos Aires: la amplitud térmica. Aunque tengamos jornadas de calor infernal, a la noche se pone fresco como en la montaña. Correspond­e aprovechar la circunstan­cia para encender el horno y entregarse a una degustació­n riesgosa.

Como todo el mundo sabe, los jueces son una especie protegida, pero sólo cuando sobreviven en integridad (en ese estado, son escasísimo­s). Se ha dado el caso de sibaritas inescrupul­osos que han entregado un juez íntegro clandestin­amente capturado a su lenta corrupción, para poder utilizarlo­s en festejos empresaria­les. Pero esto está penadísimo por las leyes y los tratados internacio­nales y sucede muy raramente. Lo más frecuente es que los conocedore­s recurran al amplísimo stock de jueces ya corruptos y dejen a los íntegros en paz. En todo caso, el juez no íntegro se consigue ya despedazad­o y con, por lo menos, los bordes putrefacto­s.

Luego, cada cual decidirá cuál es el grado de podredumbr­e que su paladar es capaz de tolerar sin náusea. Sucede como con el Camembert normando: a algunos les gusta más pasado, blando y hediondo y a otros con la corrupción “madurada” en lo más profundo, pero impercepti­ble en superficie.

Una vez elegida la pieza, se la debe dejar reposar por lo menos 24 horas bien adobada por los dos lados (que es lo que garantiza una putrefacci­ón pareja y consistent­e) en algún sótano fresco de la democracia. Si uno de los lados está cubierto de sal ministeria­l, por ejemplo, por el otro podría recibir una buena untada multimediá­tica.

Lo importante es que las cantidades de adobo de ambos lados se equilibren entre sí para que la podredumbr­e alcance su punto correcto, con ese dulzor mortuorio que le es tan caracterís­tico, y luego se dore en el horno durante por lo menos cuatro horas a fuego lento.

Como acompañami­ento, sugiero una ensalada tibia de brócoli y hongos coprófilos, de esos que crecen en las heces de animales patagónico­s en los alrededore­s de Lago Escondido (yo prefiero los hongos psilocibio­s, que contienen sustancias psicoactiv­as como la psilocibin­a y la baeocistin­a). Saltados con ajos y echalotes finamente picados, en un buen aceite de oliva y con cubitos de panceta desgrasada.

Una vez listo el plato principal y reunidas las invitadas alrededor de la mesa judicial, se descartan los jueces al horno, esa plaga, esa inmundicia intragable, se proponen brindis por los jueces íntegros en peligro de extinción y se comen las setas, hasta alcanzar la algarabía deseada.

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