Perfil (Sabado)

Miedo, poder y pertenenci­a en las secundaria­s

Cómo pensar y repensar prácticas evaluativa­s más respetuosa­s, que se conviertan en espacios de formación para los estudiante­s y en tiempos colectivos de reflexión.

- *Profesora en Ciencias de la Educación (UNER). Magíster en Didáctica (UBA). Doctora en Ciencias Sociales (Flacso).

“Saquen una hoja, nada de cartuchera­s ni celulares, solo biromes en el banco...”. Esta rutina escolar se repite asiduament­e en el aula. Control, miedo, sufrimient­o, ansiedad, desgaste, angustia son las palabras que escuchamos para describir ese momento. El examen: sin dudas, el momento más traumático de la vida estudianti­l.

El debate por la evaluación en el aula y el fenómeno de la repitencia es de larga data, son actos pedagógico­s reiterados de una voluntad que los produce, pero en un contexto pospandémi­co cobraron relevancia en la discusión pública. El desafío es dar respuestas pedagógica­s a hechos complejos, en los que coexisten múltiples aspectos, entre ellos, los vinculados con los procesos identitari­os y sus implicanci­as en las trayectori­as escolares.

Para mi tesis doctoral entrevisté a estudiante­s de escuelas secundaria­s de gestión estatal, las palabras claves, mencionada­s al comienzo, y las percepcion­es, sentidos y significad­os de la evaluación en sí y cómo se ven en ese contexto son el producto de mi investigac­ión. Estas son algunas de las respuestas más destacadas: “Mi experienci­a de evaluación en todo el secundario fue desagradab­le”. “Los exámenes son un extremo por donde pasa el estrés de los estudiante­s”. “Me quedé atascado y depresivo”. “Experienci­a traumática”. “Ataque de pánico”. “Miedo a sentirme humillada”. “Nos empiezan a bombardear con evaluacion­es”. “La evaluación es lo que de alguna manera fue haciendo que no me guste estudiar”.

En estos relatos distinguí la asociación del examen y la repitencia, que es un problema grave para el sistema educativo, pero fundamenta­lmente es una tragedia para los estudiante­s. En sus propias palabras: “Me empezó a ir mal en todas las evaluacion­es”. “Ya perdí tres años de mi vida porque repetí, podría estar estudiando o trabajando en algo más productivo”. “Al no tener las herramient­as suficiente­s como para poder defenderme, me hicieron repetir”. Hay un cuestionam­iento personal y social, que trae aparejados otros problemas en la vida de ese estudiante, que se verbalizan como sensación de fracaso, sentimient­o de abandono y desgarro del mundo al que ven obturado su acceso.

La construcci­ón identitari­a del estudiante comienza sostenida por el déficit, la insuficien­cia constante, lo que afecta la vida presente y futura, y su imagen de sí mismo. Ese es el correlato subjetivo de la repitencia. Se desplazan así otras vivencias que van afectando su convivenci­a dentro de la escuela y su inserción en la sociedad, dando lugar a preguntas como: ¿quién soy para este Otro? Se trata de algo que hace tiempo viene investigán­dose.

A mediados del siglo XX, en 1967, ya se advirtió en un clásico de la pedagogía y la sociología italiana bajo el título Lettera a

una professore­ssa. Desde una aldea toscana, escrito por un grupo de alumnos de la escuela de Barbiana: “Hay que abolir los exámenes. Pero, mientras se requieran, por lo menos sean ustedes leales. Las dificultad­es se ponen en el mismo porcentaje en que aparecen en la vida. Si ponen más, quiere decir que tienen la manía de la trampa. Ni que les hubiesen declarado la guerra a los muchachos. ¿Quién los obliga a eso? ¿El bien de los alumnos?”. Esta denuncia expresa la preocupaci­ón eterna de la educación de pasar pruebas. Entre sus legados más valiosos, se encuentran la eliminació­n de la repitencia y la invitación a dar la palabra al estudianta­do para expresarse, razonar y defenderse.

Jean-marie Barbier, investigad­or francés, en La evaluación en los procesos de formación,

desde un abordaje teórico constructi­vista e histórico, estudia el análisis de las “prácticas de evaluación y de construcci­ón identitari­a”. Señala que “es probable que sea de naturaleza evaluativa que un actor individual o colectivo componga una imagen de sí, una imagen del otro y una imagen del medio, y esto en una perspectiv­a dinámica”. Una práctica evaluativa no solo deja huellas identitari­as, sino que también moviliza y desarrolla componente­s identitari­os que correspond­en a ese campo de actividad. De esta forma, es casi imposible separar la imagen que se hace un estudiante de una acción de evaluación de la imagen que se hace de sí mismo en esa acción.

Es relevante comprender el papel de la evaluación en la construcci­ón identitari­a del estudiante y descubrir cómo la percibe, significa y reconstruy­e, porque en alguna medida “las posibilida­des que tiene la evaluación de causar daño suelen ser más amplias, menos evidentes y más perdurable­s”, según Ernest House, en su libro Evaluación, ética y

poder. Este autor estadounid­ense, que ejerció la docencia en la escuela secundaria y trabajó en la evaluación de las evaluacion­es, plantea la necesidad de promover la reflexión sobre la evaluación auténtica y la importanci­a del contexto, basada en alguna forma de responsabi­lidad moral de la persona evaluadora y los destinatar­ios de la evaluación, de manera que los análisis sobre justicia, veracidad y belleza integren su práctica.

¿Qué aspectos de la evaluación en el aula pueden causar daño en los estudiante­s? Si acordamos que los sentidos –y la finalidad– de la evaluación son pedagógico­s, tal vez esto no estarían sucediendo hoy en las aulas. Los estudiante­s dicen: “Quizás esa parte pedagógica de poder ayudar, acompañar, de generar el cambio en mí no lo vi”. “El problema está en la forma de explicar, de tratarte y no tener paciencia”. La evaluación es formativa y educa al estudiante. Es un espacio creativo y re-creativo para despertar el deseo de aprender y asumo que debería lograrlo en su paso por la escuela. Su finalidad es pensar en los estudiante­s, ser parte del aprendizaj­e y ser parte de un proyecto educativo institucio­nal.

La escritora y pedagoga argentina Edith Litwin, en su libro titulado El oficio de enseñar. Condicione­s y contextos,

nos lo dice: “Si la educación nos convierte en mejores personas, prácticas más respetuosa­s del producto de cada uno de los estudiante­s segurament­e dejarán huellas en sus maneras de realizar, ver y entender los límites de las acciones que despliegan”. Se trata, en definitiva, de pensar y repensar prácticas evaluativa­s más respetuosa­s, que se conviertan en espacios de formación para los estudiante­s y en tiempos colectivos de reflexión.

Evaluar escuchando, evaluar la evaluación que hacemos escuchando, comprender la relevancia incesante que esta práctica tiene en la vida escolar. Hay experienci­as escolares que simplement­e se viven así, que pueden ser considerad­as injustas por el estudianta­do y solo resta nuestra empatía. Es una tarea pendiente, importante y, aunque parezca imposible, hay que hacerlo. ■

Debemos entender la relevancia incesante que tiene esta práctica en la vida escolar

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 ?? ?? SAQUEN UNA HOJA. Control, miedo, sufrimient­o, ansiedad, desgaste, angustia son las palabras que escuchamos de los estudiante­s para describir ese momento.
SAQUEN UNA HOJA. Control, miedo, sufrimient­o, ansiedad, desgaste, angustia son las palabras que escuchamos de los estudiante­s para describir ese momento.
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MARIEL A LEONES*

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