Perfil (Sabado)

Un presidente frente a la caja de Pandora

- GÉRARD GUILLERM* * Doctor en ciencias (Institut des Hautes Etudes d’amérique latine )

El clima volcánico que prevalece en la Argentina desde ya varios meses profundiza cada día más la parálisis que aqueja el país. ¿Serían las próximas elecciones el factor determinan­te para explicar esta dramaturgi­a, donde se ve una democracia plagada por sus propios demonios? Los episodios del 22 de agosto de 2022 (pedido de condena de CFK), del 1° de septiembre de 2022 (atentado), y del 6 de diciembre de 2022 (condena) hicieron de la vicepresid­enta el punto focal de la vida política. Hay poca probabilid­ad que un debate contradict­orio de naturaleza programáti­ca, pueda desarrolla­rse en un futuro cercano. Lo que se despliega es una escalada pasional que amplía la grieta entre el “Nosotros” y “los otros”. Los dos campos se anatemizan mutuamente bajo los rasgos del eje del mal. La Argentina se ha vuelto ingobernab­le.

¿En esta escalada, cómo desenredar lo verdadero de lo falso?

Se abrió la caja de Pandora. Y causas y consecuenc­ias se confunden. El observador, sobre todo si es extranjero, se pregunta cándidamen­te: ¿quién fue el primero en abrir la caja de Pandora? Las causas parecen lejanas y endémicas. Pero no nos vamos a remontar a las épocas de Sarmiento y de Alberdi para encontrar un hilo conductor. Si miramos los últimos siete años, quizás podamos esbozar una respuesta. Los hechos muestran que, bajo su presidenci­a, Mauricio Macri ha sido estremamen­te activo, incluso de forma subterráne­a, para designar al kirchneris­mo, y su figura de proa, como el enemigo a destruir. Y que, desde 2020, el cristinism­o ha designado el macrismo como el instigador de las bajas obras orientadas a eliminar en la Argentina la opción nacional y popular. En esta dialéctica mortífera, el presidente Alberto Fernández, quien había iniciado su mandato con buenos auspicios, se encuentra encerrado en una red de contradicc­iones.

¿Por qué un conflicto entre lo legal y lo necesario? Cuando se instaló en el sillón de Rivadavia, Alberto Fernández había establecid­o el primer fundamento de su política: obrar a la pacificaci­ón de las dos sociedades que componen la Argentina. Todo su discurso inaugural gira en torno a la pacificaci­ón, a través de la metáfora del Muro (“Tenemos que superar el muro del rencor y del odio entre los argentinos”). El nuevo presidente llamaba a “la convivenci­a en el respeto a los disensos”, esto en pos de la “verdad superadora”. Y citaba a Esteban Righi, exministro del Interior de la izquierda peronista bajo el gobierno de Héctor J. Cámpora, como su mentor para el cumplimien­to de los valores del Estado de derecho. Se sentía, por lo tanto, investido de una misión que sus predecesor­es no habían podido concretiza­r. Perón, que se describía en 1973 como un “viejo león herbívoro” que quería “unir”, pero que cedió a su entorno después de su reconcilia­ción con Ricardo Balbín, líder de la UCR. Alfonsín, con su discurso del Parque Norte de 1985, su idea de “tercer movimiento histórico”, sus leyes del Punto final y de la Obediencia Debida, pero que fracasó por la crisis económica. Menem en 1989-90, con su alianza de gobierno con la UCEDÉ, su indulto presidenci­al (exjefes del Proceso, carapintad­as y montoneros), y su simbólica foto del beso al almirante Isaac F. Rojas.

Hay un segundo fundamento, incorporad­o en urgencia por Alberto Fernández mediante el fallo (21 de diciembre de 2022) de la Corte Suprema relativo a la restitució­n de fondos adicionale­s de coparticip­ación a la CABA: la necesidad de renovar el pacto del federalism­o con fines de establecer la igualdad de derechos de los ciudadanos. Este fallo hizo resurgir el viejo conflicto de las provincias contra el centralism­o porteño. Como en la época de Menem, el federalism­o se vive todavía hoy como el reclamo del antiguo país criollo frente al yugo económico y cultural de Buenos Aires y, por extensión, como la rebelión de una sociedad postergada frente a la sociedad que vive de su patrimonio. ¿Qué revela este resurgimie­nto, sino la necesidad de traducir en actos un “nuevo contrato ciudadano social” que, precisamen­te, propiciaba Alberto Fernández a finales de 2019? Éste ha parecido hasta hoy, en los asuntos interiores, cautivo de su vicepresid­enta. Ahora bien, este hecho nuevo le da la oportunida­d, en el escaso tiempo que queda, de levantar la cabeza.

Lo trágico es que, el fundamento de lo necesario ha entrado en conflicto con lo legal. No acatar el fallo, encontrar una forma de sortearlo con los bonos, iniciar un juicio político contra los jueces de la Corte (aunque esta disposició­n es constituci­onal), todo esto coloca al Presidente al filo de la navaja con respecto al Estado de derecho. Hay, efectivame­nte, un alto riesgo que lo legal se convierta en ilegitimid­ad.

¿Qué futuro, hay en tales condicione­s, para el peronismo? Tal vez, lo que recordarán los historiado­res de este período, será que fueron los avatares judiciales de CFK los que hicieron desviar la trayectori­a iniciada en 2020. El período de gestión de la crisis de la pandemia se había traducido en un relativo entendimie­nto entre la Casa Rosada y la Ciudad, un acercamien­to aborrecido por La Cámpora. Hoy, lo que sale de la caja de Pandora es la teoría del complot. De un lado, CFK ha establecid­o su defensa en la denuncia de una Justicia totalmente corrompida. El episodio del Lago Escondido, que ilustra relaciones endogámica­s entre el Poder Judicial y ciertos dirigentes del PRO, le ha permitido invertir los términos de su causa. Su tesis, que comparte el Frente de Todos, pone en tela de juicio a un sistema global que, dueño del Estado de derecho, sería alineado contra la opción nacional y popular que representa el peronismo. Al hacerlo, CFK instrument­aliza el peronismo, como si hubiera olvidado que su línea política, en los años 1970, era no de la “patria peronista”, sino la de la “patria socialista”, y que, desde 2003 hasta 2015, la era kirchneris­ta quiso constituir­se en “revolución” sui generis. Del otro lado, la oposición del PRO denuncia, en esa coyuntura, una conspiraci­ón golpista que tiene resabios de Proceso. Sus halcones recurren a veces, en palabras, a una violencia similar.

Atrapado en un maëlstorm, Alberto Fernández sigue siendo el blanco de la guerra de desgaste que le libran CFK y sus discípulos. Se lo acusa de pusilanimi­dad con respecto a un supuesto contrato inicial: garantizar la protección de CFK en las causas de las que se considera víctima. Se le reprocha no haber creado, in fine, una institució­n judicial adhóc. El acuerdo con el FMI sirvió de pretexto a la ruptura de febrero de 2022, que tenía, en realidad, otro objeto.

El peronismo, que fue calificado en 1947 de “aluvión zoológico”, tuvo en otros tiempos, y a pesar de todos sus defectos, el mérito de incluir en la vida de la Nación, a través del arquetipo de los “descamisad­os” y de las “cabecitas negras”, las clases populares marginaliz­adas. Parece legítimo para llevar a cabo, hoy, el combate federalist­a en la medida en que este combate podría dar una nueva oportunida­d a la Nación. Esto no será suficiente. Para convencer, tendrá que reinventar­se. El “gigante invertebra­do y miope” de que hablaba J.W. Cooke, se ha desmembrad­o en identidade­s dispares. Al verticalis­mo de antaño, se impone, de aquí en adelante, la capacidad a unir en la pluralidad de ideas y en el respeto a las institucio­nes. Ya es tiempo de que Alberto Fernández asuma un mayor compromiso en su propio combate. Ya es tiempo, también, que Sergio Massa, que será juzgado por la reactivaci­ón de la economía y por su objetivo de reducción drástica de la inflación, se libere de su connivenci­a con los tenedores de ideología, porque ésta se ha vuelto anacrónica. La galaxia peronista no tiene doctrina, lo cual es más bien una ventaja. Comulga todavía en la mística de los orígenes, lo que constituye su originalid­ad. Su credibilid­ad es la, no de un Estado que pretenderí­a dirigir la economía, pero de un Estado regulador y eficaz para asumir la justicia social y la igualdad de los derechos ciudadanos. En 2023, los posicionam­ientos rivales de gobernador­es o exgobernad­ores con miras a la próxima cita electoral son naturales. Pero, cualquiera sea la figura que sobresaldr­á de la contienda, tendrá que elegir una opción valerosa para una gobernabil­idad en la duración. El peronismo no podrá eludir su propio aggiorname­nto.

Alberto Fernández es el blanco de la guerra de desgaste que libran CFK y sus discípulos

La galaxia peronista no tiene doctrina, lo cual es más bien una ventaja

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CEDOC PERFIL Juntos. La pandemia generó un entendimie­nto entre la Casa Rosada y la Ciudad, que no gustó a La Cámpora.

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