Perfil (Sabado)

Los (des)acuerdos de la democracia

La clase política debe prestar atención a las demandas de la ciudadanía, pero sin caer en la tentación de responder a las de imposible cumplimien­to.

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En muy pocos meses nuestra democracia cumplirá 40 años. En 1983, el clima social y político era de ruptura con un pasado violento y autoritari­o. Y para ello, la clase política había entendido que en el camino para la reconstruc­ción de una democracia que emergía débil, llegar a acuerdos era estrictame­nte necesario. El argumento era que en contraposi­ción con la violencia de los años

70, sobre los puntos de contacto en- tre las diferentes fuer- zas y acto- res políticos podríamos construir una democracia sostenible.

¿Dónde es- tamos parados hoy en relación con esta visión? Esta concepción se probó esencial en los levantamie­ntos militares acontecido­s desde 1987 hasta 1990, y en el convulsion­ado traspaso de gobierno en 1989. También la vocación acuerdista se vivió con el pacto de Olivos que alumbró las primeras institucio­nes de la democracia, las que, a su vez, permitiero­n salir de la crisis de 2001, nuevamente con un acuerdo entre las principale­s fuerzas políticas. En la actualidad, ¿es posible pensar en acuerdos que permitan salir adelante?

Para poder lograr pactos, es necesario que exista confianza entre las partes. En cualquier democracia, la primera de las partes es la ciudadanía. Edelman, reconocida consultora de comunicaci­ón y asuntos públicos, publicó hace escasos días su barómetro anual, que analiza la credibilid­ad en diversos actores sociales, en 28 países diferentes. La novedad para el barómetro de 2023, a nivel global, es que aumentó la confianza en el sector em- presarial privado, y esta es mayor que la confianza en las institu- ciones.

En el caso argentino, es- to se agudiza, con el agregado de ser, de acuerdo con lo planteado por el estudio, la sociedad que se percibe como la más polarizada de las 28 analizadas. Es decir, la mayoría de los argentinos percibe que tenemos divisiones profundas, y cree que nunca lograremos acercar posiciones. Dicho de otro modo, no es aventurado pensar que la sociedad no confía en las institucio­nes.

Los actores políticos, por su parte, también reflejan esta desconfian­za mutua. Los enfrentami­entos entre los tres poderes adquieren una dinámica particular que muestra este fenómeno. El Poder Judicial falla en contra del Poder Ejecutivo en causas que le son sensibles, este último rechaza el accionar de la Corte Suprema de Justicia de la Nación impulsando el juicio político a sus miembros; y el Poder Legislativ­o no sesiona por no poder lograr consensos mínimos en su interior. Los canales de negociació­n parecen rotos, ya que todos los actores políticos –conforme a competir en una sociedad polarizada– buscan diferencia­rse. Asimismo, en los últimos días recrudecie­ron –o se hicieron visibles– las internas en los dos principale­s bloques políticos, mostrando no solo las diferencia­s en su interior, sino también las dificultad­es para consolidar candidatur­as con algunos niveles de consenso. Citando a Elmer Schattschn­eider, si un partido no puede nominar candidatos, deja de ser partido. ¿Cómo un actor político que no logra acuerdos mínimos en su interior va a poder estar legitimado ante la ciudadanía para buscar acuerdos?

Ahora bien, ¿qué es lo que genera esta desconfian­za en la sociedad? En un trabajo de reciente publicació­n, Scott Mainwaring y Aníbal Pérezliñán sostienen que los pobres resultados de los gobiernos empujan a la insatisfac­ción con la democracia, y que a su vez, esto abre la puerta a líderes populistas y autoritari­os, en una fuerte crítica al establishm­ent, sobre todo político. Este fenómeno es el observado en varios de los países centrales, e incluso en América Latina (basta con mencionar a Bolsonaro en Brasil y a Pedro Castillo en Perú). En otras palabras, si los gobiernos no son exitosos en dar respuesta a las demandas de la sociedad (las que se ven actualment­e enfocadas en el desarrollo económico y en la reducción de la desigualda­d), se abre la puerta a que la crítica a los gobiernos sea una crítica a la democracia. Y para lograr una mejora en estos puntos, los actores políticos necesitan tirar juntos al mismo lado.

Ante los riesgos de una crisis de la democracia argentina, es necesario que la política vuelva a atraer. Aun cuando parece poco probable la llegada al poder de un outsider –pero no imposible, ni alejado de un escenario factible–, será la clase política la que se tendrá que enfrentar, en un año electoral, a las demandas de la ciudadanía y reconectar con ella.

¿Cómo lo puede hacer? La clase política tiene tres herramient­as al alcance de su mano. En primer lugar, puede aprovechar la preselecci­ón de candidatur­as (que competirán en las PASO) para fortalecer el debate interno e incluir las demandas de la ciudadanía. También debe prestar atención a los cambios en esa demanda, pero sin caer en la tentación de responder a demandas de imposible cumplimien­to (poniendo particular atención en el desarrollo económico y social). Y por último, enfocarse más en las posibilida­des de acuerdo –como se hizo en esa democracia naciente en 1983– que en la división.

La polarizaci­ón y el riesgo latente de una reversión democrátic­a –como nos muestra la evidencia mundial– son un peligro del cual no estamos ajenos. A su vez, estos acuerdos requieren incluir al sector empresaria­l (que, siguiendo al informe de Edelman, curiosamen­te, es el que más confianza suscita entre los actores). Si la política no comienza a dar respuestas a las demandas de la ciudadanía, corremos el riesgo de que aquel fenómeno que, tras la crisis del año 2001, Juan Carlos Torre denominó “los huérfanos de la política de partidos” se convierta en una orfandad de la política en general.

La propuesta democrátic­a en la Argentina surgió sobre la base de acuerdos, y si perdemos la capacidad de conseguirl­os, la insatisfac­ción con la democracia estará lamentable­mente garantizad­a.

Politólogo - Especialis­ta en temas electorale­s y opinión pública.

La mayoría de los argentinos percibe que tenemos divisiones profundas y cree que nunca lograremos acercar posiciones. La sociedad no confía en las institucio­nes.

“La riesgo polarizaci­ón latente de una y el reversión democrátic­a –como nos muestra la evidencia mundial– son un peligro del cual no estamos ajenos”.

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INCOMPATIB­ILIDADES DIBUJO: PABLO TEMES
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FERNANDO DOMÍNGUEZ SARDOU*

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