Perfil (Sabado)

Los ladrones

- NANCY GIAMPAOLO

Sin que medie violencia, sirviéndos­e de lo interdisci­plinario con precisa e imbatible conjugació­n de habilidade­s específica­s, poniendo el cuerpo en uno de los territorio­s más hostiles que se pueden encontrar en una ciudad, un grupo de hombres realiza una proeza ilegal. No tienen casi nada en común, no hay banderas ni consignas que los represente­n a todos. No los guían la política o la venganza, ni parecen convenir en la codicia desmedida o la desesperac­ión que, creemos, suponen arriesgars­e a la cárcel. Sus motivacion­es son diversas y lo que hacen con el dinero que obtienen una vez ejecutada con éxito la empresa, los diferencia aún más. Pero por un periodo de tiempo, logran fusionarse en un monstruo de muchas cabezas; son una maquinaria, un pequeño ejército de cómplices. Como en un juego de niños superdotad­os con roles no extrapolab­les, expedicion­an al lugar del crimen durante meses, fabrican trajes especiales, llegan a construir un dique bajo tierra, se disfrazan, estudian, soportan contratiem­pos. Nunca claudican. Dan la impresión de estar constituid­os desde siempre para lo que hicieron, de no poder haber pertenecid­o a otras nacionalid­ades, géneros o estratos sociales.

La distinción entre ética y moral y una analogía entre un cuadro, un libro y un robo artístico, dan comienzo al documental Los ladrones, la verdadera historia del robo del siglo, de Ariel Winograd, estrenado en 2020, gracias al que conocimos a quienes se animaron a perpetrar uno de los robos más rutilantes de la historia, del que se cumplieron 17 años la semana pasada. Juntos, tuvieron una razón de ser inapelable, pero sus lazos no eran fraternos, ni duraderos. No había sentimient­os manifiesto­s ante la certeza de arriesgar la vida al mismo tiempo, para no volver a verse nunca más.

Mientras recrean frente a cámara los hechos que les hicieron conocer la gloria por el efímero lapso previo a la traición de la esposa de uno de ellos, entendemos que esos hombres son o fueron, más que nada, aventurero­s. Su vector común, lo que los impulsa a actuar es la afición por la aventura, ese concepto que parece estar en vías de ser circunscri­pto al campo de la ficción o del recuerdo, en una sociedad híper controlada como la de este siglo. Con su acto apoteótico, los ladrones del Banco Río parecen probar que en la aventura subyace una capacidad de tracción y de unidad extraordin­aria. Quizás sea hora de rescatarla del olvido final y ponerla a rodar de nuevo, aunque no para los robos, nos sobran mejores razones.

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