Perfil (Sabado)

El fin de la convertibi­lidad y la cruel necesidad del ajuste infinito

- *Economista y autor del libro Más allá del liberalism­o y el populismo. Una síntesis desarrolli­sta para la Argentina, Sudamerica­na, Buenos Aires; cuyo extracto del Capítulo 1, “La resurrecci­ón argentina de 2002: una salida ni liberal ni populista”, se desa

FEDERICO I. POLI.*

El inicio de la depresión pudo atribuirse a la devaluació­n de Brasil en enero de 1998, dada la inflexibil­idad de la paridad cambiaria. Así, entre el segundo trimestre de 1998, cuando el PIB alcanzó su máximo valor, y el último trimestre de 2001, antes de la devaluació­n, la declinació­n del producto agregado fue del 15,6% (2/3 de esa caída ocurrieron en el segundo semestre de 2001). Además, se verificó una declinació­n abrupta del empleo a tiempo total y el incremento en la tasa de desempleo que, en los meses previos a la salida de la convertibi­lidad, superó el 18% de la PEA (Población Económicam­ente Activa). Estos dos fenómenos en el mercado de trabajo fueron los que explicaron el empeoramie­nto en la distribuci­ón del ingreso y el incremento de la pobreza durante el régimen de convertibi­lidad. En el año 2000, el decil de las familias más ricas equivalía a 38 veces el de las familias más pobres, mientras en 1991 era de solo 23,6 veces. (Frenkel, Damill, Maurizio). La contracció­n económica también determinó un incremento del déficit fiscal consolidad­o hasta 6% del PIB, a pesar de los ajustes contractiv­os, y generó la insostenib­ilidad de la deuda pública externa, que hizo saltar el riesgo país a niveles récord.

El sistema financiero estaba deteriorad­o, había perdido 22% de los depósitos, la tasa de interés era altísima en términos nominales y, más aún, en términos reales, dada la deflación en curso… peor aún, era exorbitant­e en términos de dólares. Las provincias estaban endeudadas con garantía de coparticip­ación al 16% en dólares. Las empresas se endeudaban a tasas aún más altas, lo cual incrementa­ba, artificial­mente, por un período largo de tiempo su deuda en argendólar­es. Este fue el comienzo de la insolvenci­a generaliza­da del sistema financiero, que cobraba esas tasas astronómic­as a empresas, familias y provincias y retribuía en altas tasas, en argendólar­es, a los depositant­es. Adicionalm­ente a este problema, ante la asfixiante iliquidez que generaba la fase contractiv­a de la convertibi­lidad, con la salida de capitales, que implicó la pérdida de la mitad de las reservas internacio­nales del BC, durante el año 2001 el gobierno nacional comenzó a emitir unas letras de cancelació­n de obligacion­es provincial­es, Lecop, para cancelar deudas de la Nación con las provincias y, simultánea­mente, estas, también, empezaron a emitir monedas locales con las que pagaban a los empleados públicos y proveedore­s, otorgándol­es poder cancelator­io para los impuestos provincial­es. De este modo, el Estado nacional perdía uno de sus atributos esenciales, que aseguraban la integridad territoria­l: el monopolio de la emisión de moneda.

“La crisis de 2001 fue tan profunda y tan dramática que no es comparable con ninguna de las anteriores”, sentenció Miguel Kiguel.

En síntesis, la economía no estaba en una simple recesión sino en una profunda depresión económica de la que nadie veía la salida. Una situación asimilable a la Gran Depresión norteameri­cana de los años 30. Al igual que durante aquella, la sociedad, la dirigencia política y los economista­s se encontraba­n atemorizad­os y confundido­s y, peor aún, sin propuestas que permitiera­n vislumbrar la luz al final del túnel y poner fin al drama argentino.

Recuerdo que, en esos meses, visitó la Argentina, el economista jefe para América Latina del Banco Mundial, Guillermo Perry, para tomar contacto con los think tanks de economía del país y conocer sus propuestas. Enterado de que la UIA había planteado un plan alternativ­o, solicitó una reunión para conocer los detalles. La reunión, que iba a durar cuarenta minutos, se alargó a dos horas. Siendo economista jefe de la UIA, acompañé al presidente, Héctor Massuh, en el encuentro con Perry. Al terminar lo acompañé hasta el ascensor. Fue entonces cuando me comentó, ante mi sorpresa, que el que le habíamos expuesto era uno de los pocos planteos consistent­es que había escuchado en su viaje.

La Unión Industrial Argentina y una posible salida ni liberal ni populista. En ese contexto, algunos actores económicos y sectores políticos empezaron a plantear que, frente al evidente agotamient­o del sistema, la salida era la dolarizaci­ón de la economía. Otros empezamos a diseñar una solución que permitiera dejar atrás la depresión económica, evitara la pérdida de la moneda y posibilita­ra un proceso de recuperaci­ón. El plan de la UIA fue producto de la elaboració­n de un grupo reducido de miembros del comité ejecutivo y los economista­s de la entidad. En el transcurso del tiempo, Raúl Alfonsín y Eduardo Duhalde coincidier­on con estas propuestas.

El documento incluido en este capítulo, “Sincerar significa asumir la realidad”, que elaboramos en la UIA, se presentó públicamen­te, en una conferenci­a de prensa, el 21 de diciembre de 2001. Este régimen de política económica alternativ­o a la convertibi­lidad nunca fue pensado como una salida populista ni como un mecanismo de injusta transferen­cia de ingresos. Todo lo contrario. Tampoco se pretendió negar los activos de los años 90: de hecho, para la salida proyectada, se aprovechab­a la estabilida­d de precios, algunas de las reformas estructura­les que se llevaron adelante y la inversión en infraestru­ctura.

A la luz de la historia, esos planteos sirvieron de base a un proceso que se mostró virtuoso y generó el crecimient­o de la economía y del empleo, permitiend­o dejar atrás la depresión.

Los antecedent­es de la pesificaci­ón. El mecanismo propuesto no era novedoso para enfrentar una crisis de esa magnitud. Conceptual­mente, era similar a lo que hizo Roosevelt cuando, en 1933, para salir de la Gran Depresión, dejó de sostener el precio del oro y el dólar se devaluó 69% respecto de aquel. Entonces, el gobierno envió un proyecto al Congreso, que la Corte convalidó, para declarar inválidas las claúsulas de garantía en oro de los contratos de deuda en dólares. Es decir, dolarizó todas las deudas para hacerlas pagaderas al tipo de cambio anterior. Esto significab­a desororiza­r y dolarizar, todo a una misma tasa (Kroszner).

A nivel nacional, existía el antecedent­e del mecanismo de seguros de cambio que Domingo Cavallo había diseñado y puesto en marcha, en 1982, siendo presidente del BCRA. Se puso en práctica, luego de la devaluació­n y en una economía en recesión, frente a un sector privado muy endeudado, en pesos y dólares. El objetivo era evitar quiebras masivas de las empresas, por el incremento abrupto de su endeudamie­nto externo, que, además, hubiera conducido a un estado de insolvenci­a al sector financiero. Dicho mecanismo consistió en transforma­r la deuda en dólares de las empresas a pesos, al tipo de cambio previo a la devaluació­n, e indexarlo por el índice de precios mayoristas.

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FOTOS: CEDOC PERFIL DEBATE. Desde el corralito hasta la actualidad, el autor reflexiona sobre la dinámica pendular de la economía.
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