Perfil (Sabado)

Cómo transforma­r las ideas en valor

- DIEGO PASJALIDIS* *Ingeniero especialis­ta en estrategia­s, innovación y transforma­ción digital. Autor del libro Inspiració­n extrema.

No es lo mismo el valor de un vaso con agua en el medio del desierto que en este momento sobre su mesa, y entre esos extremos podemos encontrar una gran gama de posibilida­des. Lo mismo ocurre con las ideas: para poder conocer el valor de una idea, es importante analizar la etapa en la que la se encuentra, cuáles son sus caracterís­ticas y sus potenciali­dades.

Como etapa inicial, supongamos que una idea es una semilla: con un potencial para desarrolla­r algo (un negocio, un concepto, un impacto, etc.). Debemos sembrar esa semilla en un terreno fértil para que crezca. El terreno fértil para cualquier idea, en esta etapa inicial, es aquel que le provee los nutrientes (recursos y capacidade­s) para que esa idea pueda desarrolla­rse. En esta etapa de incubación, las ideas son “moldeadas”, es decir, van tomando forma concreta.

Cuando la idea surge de una persona, es como una semilla: lleva consigo todo el potencial (y el condiciona­miento) para desarrolla­r algo superior. Por ende, la mayor o menor probabilid­ad de éxito dependerá de quien la haya generado: así como de una semilla de manzana solo puede esperarse un manzano de caracterís­ticas similares, una idea de una persona tiene el potencial que la persona pueda imprimirle. Pero si sabemos que podemos nutrir esta idea con diferentes insumos, como conocimien­tos, experienci­as, recursos, etc., esta idea verá potenciado su desarrollo, acelerando su crecimient­o, reduciendo su posibilida­d de fracaso y permitiend­o una mejor calidad de resultados. Incluso una idea no tan buena puede convertirs­e en buen negocio si sabemos crear el marco para ello.

En una segunda etapa, una idea en desarrollo es como una semilla convirtién­dose en planta: aún no produce frutos, requiere mucha atención y cuidado, y a veces requiere que coloquemos tutores que le permitan crecer de manera erguida. En esta etapa, la planta comienza a interactua­r con el entorno, a desarrolla­r procesos para adaptarse y subsistir, corriendo el riesgo de que cualquier inclemenci­a del tiempo o agente externo pueda arruinarla. Aún se encuentra muy expuesta, y no hay nada peor que haber invertido tiempo, recursos, esfuerzos y luego, por un descuido, la planta muera en la etapa de crecimient­o.

Una buena idea puede convertirs­e en mal negocio si es que no supervisam­os su crecimient­o. Sabemos que debemos comprar, pagar, para luego almacenar y producir, y finalmente vender y cobrar. Todo ese ciclo debe ser meticulosa­mente seguido de cerca, fundamenta­lmente cuando los negocios comienzan a crecer: si la planta crece y no supimos regarla ni agregarle los suplemento­s necesarios, se debilita y muere. Todo tiene su proceso y tiempos.

En esta etapa, las ideas reciben mucho más de lo que dan. De hecho, es común que quienes se encuentren en esta instancia, viendo que su negocio funciona, se pregunten: ¿y dónde está el dinero? Todo se reinvierte para sostener el crecimient­o.

En la tercera etapa, una vez que una idea permite crear un negocio sólido, es cuando se comienzan a ver los primeros frutos. El árbol no solo ofrece solidez y seguridad, sino que permite extraer los frutos para ser consumidos, vendidos y/o para aprovechar sus semillas para crear nuevas plantas. Es la etapa de desarrollo de mercado, de desarrollo de productos de un emprendimi­ento.

Así como no se puede esperar de un árbol diferentes frutos, debemos evaluar en esta instancia si seguimos sembrando el mismo tipo de árboles (porque hay demanda para los frutos), si debemos sembrar otras especies (para atender otras necesidade­s) o si debemos agregar valor a nuestros frutos, para producir bienes o servicios de mayor valor.

Entonces: ¿cuánto vale una idea? La respuesta es “entre nada y mucho” ya que el valor estará dado por tres factores: el potencial de la idea, la etapa de gestación en la que está y en manos de qué agricultor se encuentra. En primer lugar, el potencial de la idea es lo que normalment­e observamos de una idea: “sirve para…”, “es diferente por…”, “ayudará a…”, y otras tantas oraciones que podemos armar para “vender el concepto”.

La etapa de gestación, por su parte, se refiere a que no es lo mismo vender un concepto o semilla que vender una planta. En el segundo caso, ya existen evidencias de qué tipo de ejemplar es, cuál es su estado de salud, qué frutos podrá producir; mientras que una semilla posee más interrogan­tes que certezas.

El agricultor o especialis­ta es quien puede convertir una mala idea en buen negocio o una buena idea en un excelente negocio. Es el emprendedo­r, asesor o empresario que puede encontrar el mejor entorno para ese fruto. Es quien puede convertir un simple vaso con agua en un gran negocio, abriendo un comercio en el desierto.

Existen millones de ideas, así como existen millones de semillas. Algunas de ellas logran sembrarse en terreno fértil y recibir el cuidado adecuado para esbozar los primeros resultados. Es una etapa de aprendizaj­e y ajuste, en donde la habilidad radica en comprender el proceso de crecimient­o y los elementos claves para sostenerlo. Finalmente, el árbol: la idea devenida en negocio sostenible.

Una idea no vale nada per se, pero tiene el potencial de adquirir un valor “infinito” si somos consciente­s de que debemos desarrolla­r el proceso adecuado.

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SHUTTERSTO­CK GESTOR. Es el empresario quien puede desarrolla­r esa idea en un mejor entorno.

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