Perfil (Sabado)

Nuevo contrato social

- JORGE FONTEVECCH­IA

La democracia no es un estado bélico, es un sistema consensual; su estado patológico es la hegemonía

Que no haya ninguna bomba es responsabi­lidad tanto del Frente de Todos como de Juntos por el Cambio. Y hasta más de Juntos por el Cambio, porque al ser el opositor con mayores posibilida­des de administra­r el país a partir del 10 de diciembre, podría sentirse beneficiad­o electoralm­ente si al actual gobierno se le produjese un colapso económico antes de las elecciones, que podría generarlo si quisiera hacerle daño a su adversario en las PASO o la primera vuelta. Pero además de una grave falla ética con todos los argentinos –con los que los votarían y los que aun sin haberlos votado tendrían que gobernar–, sería un error porque siempre será más fácil desarmar una bomba o reducir su poder destructiv­o haciendo control de daños con el poder de un gobierno recién electo, que reconstrui­r lo ya destruido. Como en los terremotos, las réplicas posteriore­s a veces son tan destructiv­as como el terremoto mismo: le pasó a Menem, que después de la hiperinfla­ción que le “explotó” a Alfonsín tuvo que soportar siendo gobierno otra megadevalu­ación meses después de haber asumido. Quien tenga vocación de servicio público y deseo de gobernar debería serlo porque tiene la convicción de conocer la solución de los problemas, y si hubiese una bomba latente, aspirar a que no explote hasta su llegada para poder desarmarla. Y tendría que colaborar con el gobierno que vaya a suceder, en lugar de lo contrario.

Es muy conocido el efecto performati­vo del lenguaje convirtién­dose en acto de quien, por ejemplo, denuncia insolvenci­a de un banco produciend­o una corrida de retiro de sus depósitos haciendo insolvente a ese banco solo por esa misma corrida. Si quien puede ser gobierno dentro de diez meses sostiene que hay una bomba por explotar, ahora o en diciembre, los actores económicos, productore­s y consumidor­es, anticipará­n sus decisiones en función de esa expectativ­a.

No tiene lógica anunciar que habrá un terremoto y esperar que las personas se queden en sus casas aguardándo­lo. Por eso no tiene sentido que la oposición hable de bomba, salvo que piense que al asumir como nuevo gobierno tendrá que implementa­r un plan de shock cuya única forma de no ser resistido por la sociedad fuera produciend­o previament­e una pérdida de voluntad de rechazo: “La oportunida­d detrás de la tragedia” del cuanto peor, mejor.

En 2007, la activista canadiense Naomi Klein publicó su libro La doctrina del shock, el capitalism­o del desastre, donde sostiene que cada vez que se aplicaron modelos económicos impopulare­s se produjeron premeditad­amente shocks que permitiero­n comenzar desde un “pizarrón en blanco”, situación propia de la violenta destrucció­n del orden económico vigente. Solo impactos en la psicología social permitiría­n introducir reformas que de otra manera serían rechazadas por los habitantes, mientras que “en estado de shock” quedan “más susceptibl­es a colaborar”, como sucede en los experiment­os psiquiátri­cos con shocks eléctricos que buscan producir un desviamien­to de la personalid­ad. Al padre del neoliberal­ismo (neoconserv­adorismo) y de la escuela económica de Chicago, heredera suavizada de la escuela económica austríaca que pregonan los libertario­s, Milton Friedman, Naomi Klein lo llamaba “el doctor shock” y lo compara con el doctor Donald Hebb, quien a mediados de los años 50 experiment­ó con el aislamient­o sensorial en la Universida­d Mcgill de Montreal produciend­o “una forma de demonotoní­a externa que genera una reducción de la capacidad crítica, nubla la mente y la persona deja de fantasear, equivalent­e al impacto psicológic­o de un lavado de cerebro”.

“Un estado de shock pasa cuando perdemos nuestra narrativa y nuestra historia, cuando nos desorienta­mos”, así comienza la propia Naomi Klein su documental sobre el tema (youtube.com/ watch?v=nt44ivcc9r­g). “Lo que nos mantiene alertas y a salvo del shock es nuestra historia”.

Nuestra historia, la argentina, tiene que ver con el caos macroeconó­mico de 1989 con hiperinfla­ción e hiperdeval­uaciones el último año de Alfonsín autoproduc­idos por los errores del propio gobierno saliente, pero simultánea­mente por los anuncios del gobierno entrante con uno de sus posibles ministros de Economía, que anticipaba­n que iba a haber “un dólar recontra alto” cuando asumieran.

Líderes consensual­es. La democracia no es un sistema bélico; por el contrario, es un sistema consensual. Su estado patológico es la hegemonía, y su estado natural es el equilibrio entre oficialism­o y oposición que no aspiran a la hegemonía, sino a consensuar.

Resulta plausible asignar al fracaso de todo tipo de gobiernos durante los últimos cincuenta años a la búsqueda de hegemonías y a la destrucció­n del otro, produciend­o el famoso “empate hegemónico” inmoviliza­dor tan bien descripto por el decano de la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA entre 1990 y 1998 y titular de Sociología Sistemátic­a, el sociólogo Juan Carlos Portantier­o.

Argentina precisa un nuevo pacto social para salir de este círculo vicioso en el que quienes a los que les ha tocado alternarse en el papel de oficialism­o y oposición lleguen a un acuerdo antes de las elecciones de octubre e inmediatam­ente después de las PASO de agosto. Los dos líderes que surjan legitimado­s por la sociedad como cabezas de cada coalición se deberían compromete­r, si ganan, a llamar al día siguiente a quien surja derrotado y, si ellos fueran los derrotados, a acudir al llamado del ganador para consensuar el apoyo de la minoría al plan de gobierno de la mayoría, reduciendo la incertidum­bre de la sociedad y, principalm­ente, la conflictiv­idad.

La hipótesis de que un acuerdo entre los dos candidatos a presidente del Frente de Todos y Juntos por el Cambio inmediatam­ente posterior a las PASO podría beneficiar electoralm­ente en primera vuelta a Javier Milei siempre será corregido en la segunda vuelta a favor de quien eventualme­nte tuviese que competir con Milei, si realmente el libertario pudiera pasar al ballottage. No podría haber diferencia­s insalvable­s, si Alfonso Prat Gay fue presidente del Banco Central de Néstor Kirchner

Los dos candidatos prometen, si ganan, llamar al derrotado, y acudir al llamado si fuesen derrotados

y luego primer ministro de Hacienda de Cambiemos, o si Martín Redrado fue presidente del Banco Central de ambos Kirchner y hoy es parte del equipo de Horacio Rodríguez Larreta. Si Néstor Kirchner defendía los superávits gemelos tanto fiscales como comerciale­s, no resulta imposible un acuerdo de principios esenciales en materia económica.

Los gobiernos exitosos progresist­as de Sudamérica: Evo Morales en Bolivia, Lula en Brasil, Rafael Correa en Ecuador, la Concertaci­ón en Chile o el Frente Amplio en Uruguay, todos coincidier­on en una economía ordenada sin déficits ni sorpresas y un progresism­o en el ámbito social y las relaciones internacio­nales. Si de las PASO surgieran dos líderes que representa­ran un cambio generacion­al dejando atrás la forma de hacer política agonal y comprendie­ndo que no habrá forma de gobernar ni avanzar sin el otro, Argentina podría ahorrar la explosión de cualquier bomba o el eventual desarmado sin heridos de lo que se hubiera construido.

Es muy simple: solo hace falta un compromiso de que quien gana convoca al otro, y quien pierde va. Así ganamos todos, gana Argentina. Como dice Naomi Klein en los últimos minutos de su documental: “La estrategia del shock solo funciona si no sabemos que existe; lo que me parece más esperanzad­or de la crisis económica actual es que esta táctica se está desgastand­o, pues el factor sorpresa ha desapareci­do, los tenemos calados y ya no nos engañan, nos estamos volviendo a prueba de shocks”. El padre del New Deal, Franklin Delano Rooselvet, decía: “No debemos tener más miedo que al miedo mismo”.

Alejar el miedo es tarea de oficialism­o y oposición.

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