Perfil (Sabado)

Un balance catastrófi­co

- ANDRÉS SERBIN* *Analista internacio­nal y presidente de Cries.

A poco más de un año de la “operación militar especial” desplegada por Rusia en Ucrania, la humanidad se enfrenta con un balance catastrófi­co. Más allá de que los medios, los correspons­ales y las redes sociales nos abruman con los detalles de los avances bélicos y los partes de guerra en el terreno y con las reacciones y respuestas –en términos de asistencia militar y financiera, del desarrollo de las capacidade­s y la sostenibil­idad de cada contendien­te y del intercambi­o de bravatas y narrativas antagónica­s–, como consecuenc­ia del conflicto se han desplegado una serie eventos dramáticos a diferentes niveles y con distintas dimensione­s,

En primer lugar, el foco belicista de gran parte de la informació­n que circula, de un lado y de otro, ignora o menoscaba el inmenso drama humanitari­o que la confrontac­ión –definitiva­mente devenida en guerra entre el Occidente colectivo, encabezado por los EE.UU. y la OTAN, y la Federación Rusa– ha acarreado. La prensa occidental contabiliz­a unos 8 millones de migrantes y 5 millones de desplazado­s internos en Ucrania, junto con la destrucció­n de gran parte de la infraestru­ctura del país, que afecta la vida cotidiana de los habitantes que aún sobreviven o resisten, o de los que han caído o han quedado heridos o lisiados en combate. La misma prensa no es tan generosa ni informada en relación con situacione­s similares que sufren los habitantes del Donbass, o los desplazado­s y los combatient­es rusos, pero basta con revisar las fuentes de informació­n alternativ­as o de medios no occidental­es para ver que –salvando las diferencia­s demográfic­as– la destrucció­n y el sufrimient­o humano son similares.

Sin embargo, el drama humanitari­o se extiende, a otra escala, a toda Europa, afectada no solo por el flujo de refugiados sino también por el rebote de las sanciones económicas impuestas a Rusia. Las sanciones han impactado sobre la calidad de vida y los niveles de bienestar de muchas de sus sociedades. Por lo menos en términos del acceso a la energía y a la alimentaci­ón necesarias para su vida cotidiana y de la creciente inflación que las asola. Por su parte, la economía rusa –si bien no ha colapsado como esperaba Occidente al imponer sus sanciones– también se ve afectada e incide sobre la calidad de vida de los ciudadanos rusos y su desplazami­ento externo o interno, sin mencionar las situacione­s dramáticas que vive la población rusoparlan­te del Donbass desde 2014.

La segunda gran catástrofe reside en la incapacida­d de los organismos multilater­ales –comenzado por la propia ONU– de proponer, impulsar o materializ­ar alguna salida diplomátic­a o negociada al conflicto, más allá de condenas y abstencion­es. Esta situación no es de extrañar si las recientes revelacion­es de exmandatar­ios europeos como Merkel u Hollande develan que los acuerdos de Minsk 1 y 2, en la perspectiv­a occidental, no apuntaban a buscar la paz, sino a embozar el fortalecim­iento militar de Ucrania en preparació­n del conflicto con Rusia. Tampoco es de extrañar que los intentos del entonces primer ministro de Israel de llevar a una mesa de negociació­n a ambas partes con la aquiescenc­ia de estas, entre marzo y abril de 2022, hayan sido saboteados por el primer ministro británico, Boris Johnson, ni que los esfuerzos del presidente Erdogan de Turquía solo hayan contribuid­o a algunos acuerdos parciales para la exportació­n del trigo ucraniano requerido por otras regiones amenazadas por el hambre. Finalmente, la eventual posibilida­d de una intervenci­ón de China en favor de una negociació­n y de un diálogo entre Ucrania y Rusia –más allá de su efectiva disposició­n a involucrar­se– se ve claramente amenazada por las presiones de los Estados Unidos y por sus amenazas en relación con el apoyo que Beijing pueda prestar a Moscú.

Es obvio que el conflicto ha rebasado la confrontac­ión entre Rusia y Ucrania, al involucrar crecientem­ente a los Estados Unidos, a Gran Bretaña, a la OTAN y a gran parte de los miembros de la Unión Europea en lo que el secretario de la OTAN, Jen Stoltenber­g, ha calificado abiertamen­te como una guerra que, además, según el mismo funcionari­o, se inició en 2014. De hecho, la guerra en Ucrania ha provocado un impacto sistémico en tanto afecta la existencia del orden liberal unipolar existente y da lugar a la profundiza­ción del surgimient­o de un orden multipolar complejo y diverso en el marco de grandes incertidum­bres y de la ausencia o el deterioro de una gobernanza global en muchos campos.

Pese a que más de dos terceras partes de los países miembros de la ONU han expresado su condena a la intervenci­ón rusa en Ucrania, lo cierto es que el resto de la comunidad internacio­nal y, especialme­nte, algunas naciones del sur global y, particular­mente, muchos países de América Latina y el Caribe han optado por la neutralida­d o por el no alineamien­to en el conflicto, probableme­nte porque no quieren verse inmersos en una crisis que amenaza con sembrar las semillas de una mayor catástrofe: una guerra global con el uso de armamento nuclear, esta vez con la capacidad de aniquilar a toda la humanidad.

 ?? FOTOS: AFP ?? DESTRUCCIÓ­N. Una imagen que se repite en cientos de ciudades en todo el territorio ucraniano.
FOTOS: AFP DESTRUCCIÓ­N. Una imagen que se repite en cientos de ciudades en todo el territorio ucraniano.

Newspapers in Spanish

Newspapers from Argentina