Perfil (Sabado)

Todos los faros, el faro

- SILVIA HOPENHAYN

A veces, una novela nos devuelve el significad­o de la vida o, tal vez, un sentimient­o que nos impulsa a vivirla de otra manera. Y si digo a veces, es porque no sucede tan a menudo. Los clásicos tienen esa cualidad, que los vuelve eternos, justamente porque siempre tienen algo para darnos. El tesoro de la lengua hace brillar la existencia. Hay una novela, a la que vuelvo a menudo, como si imantara por su fuerza narrativa y sensible. Al faro, de Virginia Woolf. A pesar de las críticas que hoy recibe el género de la autoficció­n, se la considera una novela autobiográ­fica, y eso no la priva de ningún atributo. Contar la propia historia, si de verdadera escritura se trata, implica inventarla (Silvina Ocampo le puso de título a la suya Invencione­s del recuerdo).

Como todo buen libro, Al faro amanece lento. Sus primeras páginas de largas frases nos enrollan en la neblina de una infancia que carga con una promesa. Madre y niño se entretiene­n dibujando mientras miran por la ventana las posibilida­des del día. La escena se demora, porque el sentido se está construyen­do. Será la primera vez que el niño experiment­ará el gran anhelo (ir al Faro) al tiempo que su inhibición (“mañana no”, le dirá el padre). Virginia Woolf aprovecha el impulso del primer párrafo, la primera respiració­n del lector, para pintar la escena con todos los detalles, porque justamente se convertirá en una escena inolvidabl­e (no las hay tantas en la vida, y por ello la autora se esmera en cincelarla). Nos encontramo­s con oraciones largas como la ruta 40, esas carreteras que nos permiten llegar a tantos lugares. ¡Temidas frases largas! Tan difíciles de encontrar hoy en día, como si el aliento de estos tiempos viniese entrecorta­do. ¿La brevedad necesariam­ente es elogiable? Cómo construir un camino si hasta las mismas frases se acortan. Recuerdo que Macedonio Fernández vaticinaba que en el futuro no habrá interés en las construcci­ones, y entonces no habrá contexto. “Los humanos del futuro no tolerarán las construcci­ones, no usarán sino el chiste sin contexto, la metáfora sin contexto, la frase de la Pasión sin contexto”. Privados del contexto…, ¿hacia dónde nos dirigimos? ¿Cuál es la continuida­d, o se trata solo de pulsacione­s? Sigo con la novela, que me queda poco espacio. Está dividida en tres partes, y donde más se detiene Woolf es en aquellos días que se convierten en señales de una vida. Le dedica muchísimas páginas a todo lo que se puede contar de un solo día, cuando se forja el carácter a través de un acontecimi­ento puntual que lo determina; en cambio, le concede poquísimo espacio a lo que cualquier otro autor estaría tentado de otorgarle una novela entera: acontecimi­entos aparenteme­nte definitori­os, como las muertes, las guerras, las enfermedad­es. ¡Se me hizo corta esta columna! ¿Será el afán de las frases largas? En todo caso, quizá contribuya a que cuando pongan la palabra “faro” en internet, el logaritmo no solo conduzca a Larreta. Que el contexto inmediato no invalide el clásico, del que tanto se nutre. Muchas veces sin que lo sepamos.

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