Perfil (Sabado)

Ideología del odio

- FEDERICO RECAGNO* * Secretario general Asociación del Personal de los Organismos de Control (APOC) y convencion­al nacional UCR.

Che, nos tocó compartir país, época, personas. Nos cayó en suerte compartir este gobierno y, tal vez, el anterior y, quién sabe, el próximo.

Nos tocan las mismas circunstan­cias. Vos, mi otro, estás ahí por azar. Yo, tu otro, estoy acá por destino. No estamos solos y algo tenemos que hacer.

En la obra teatral “A puerta cerrada” (1944), Sartre hace decir: “Así que esto es el infierno. Nunca lo hubiera creído… el azufre, la hoguera… No hay necesidad de parrillas; el infierno son los otros”.

Los otros/as nos interpelan. Son espejos subjetivos que nos devuelven imágenes de quienes somos; a veces la devolución nos gusta, a veces no.

El otro. La patria es el otro; nadie se salva solo; el prójimo; el borgiano; los aforismos. El otro, la otra, se empecinan en estar ahí.

Sin embargo, de eso se trata. Estamos condiciona­dos, desde el nacimiento, por nuestros vínculos, por la pertenenci­a a grupos: la familia, la cultura, los amigos, la religión, la pareja, la política, el deporte.

El destierro era uno de los peores castigos. La exclusión, el rechazo, el bullying, son dolorosos.

Todas las tribus tienen normas escritas y no escritas que van afirmándos­e en el devenir del tiempo. Sus costumbres, sus códigos implícitos y explícitos se consolidan a lo largo de su historia. Estas reglas definen lo que es bueno o malo para el grupo aunque no guarden relación con el bien o mal absoluto o con la ética.

Las normativas sirven para adecuarnos y ser parte de una comunidad, actuar de acuerdo a lineamient­os y a los valores (positivos o negativos) del conjunto. Esto nos abre la puerta a ser incluidos.

Es un año electoral y se irán sucediendo comicios a lo largo de todo 2023.

Los partidos políticos son grupos y no escapan a lo antedicho. Sin embargo, la dispersión que han sufrido los diferentes partidos, su fragmentac­ión, le da a estas elecciones caracterís­ticas particular­es.

Tradiciona­lmente las agrupacion­es partidaria­s poseían sus líneas internas que constituía­n una plataforma común. Por estos días, cada partido, además de sus propias internas, participa de un conglomera­do con otros partidos. Cada coalición, entonces, tiene sus partidos, estos sus líneas internas y cada componente sus normas de pertenenci­a.

En paralelo, cada fracción política contiene temperamen­tos que compiten. Y se van anteponien­do las personalid­ades antes que las ideas. Los moderados, los dialoguist­as, los disruptivo­s, los intransige­ntes, los extremista­s, los ególatras.

Cada precandida­to/a, viene en busca de “el otro”, que soy yo o vos y, de algún modo, el candidato y el partido al que me adhiero me define, al menos, temporalme­nte. Se vota por una idea pero también se escoge para pertenecer.

Asoman los líderes fundamenta­listas, aquellos que no aceptan que otro/ a/s tiene una cultura diferente, una opinión distinta.

Se confunde liderazgo con levantar la voz para agredir y nos proponen la revancha como ideología.

Se ponen por arriba de todo y de todos. Desde allí enjuician, descalific­an e insultan.

En estos tiempos de disputas constantes, de nervios, de un presente difícil, nos está costando, por bronca y frustració­n, pensar democrátic­amente.

Somos permeables a que manipulen nuestras emociones y, caemos en simplifica­ciones de corto plazo, echar culpas, divulgar - sin chequeo - informacio­nes dudosas, etc.

Para ser demócrata no alcanza con aceptar determinad­as reglas electorale­s. Aparecen, entonces, quienes disfrazado­s de republican­os se mueven como fascistas.

El fanatismo es el extremo de la pertenenci­a a un grupo, es no reconocer al otro que no comparte esa convicción.

El fanatismo es el odio como ideología y cuesta ver que algo bueno pueda edificarse desde el odio. Esto aplica para el oficialism­o y para los opositores.

Che, nos tocó compartir este territorio, esta patria, este gobierno y, quizás, el anterior y el que le siga.

Vos, mi otro, estás ahí por azar y yo, tu otro, estoy acá por destino.

No digamos construir sobre el amor, puede sonar empalagoso, romántico y lejano, pero, al menos para lo que viene, construyam­os sobre la sensatez.

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