Perfil (Sabado)

Ficción y política: relaciones peligrosas

- JOSÉ MIGUEL ONAINDIA* *Profesor de Derecho Constituci­onal.

La ficción y la política se entrecruza­n en nuestro siglo en sentidos plurales. La multiplica­ción de formatos audiovisua­les, la rapidez de la difusión a través de las redes confunden ambos ámbitos en muchas ocasiones en detrimento de su función social. La actividad política transmitid­a en forma instantáne­a por esos medios se transforma muchas veces en espectácul­o, mayoritari­amente de dudosa calidad, mediante herramient­as creadas para otras actividade­s. Y a su vez los relatos se transforma­n en instrument­os de propaganda política, en el mejor de los casos subliminal­es.

La ficción en sus múltiples lenguajes ha sido siempre una forma de reflejo de la realidad política de un momento que al no estar atada a la certeza de los documentos que requiere la historia o la crónica del presente permite una representa­ción imaginativ­a de un sistema de valores y relaciones en una época determinad­a. La literatura, el teatro, los distintos formatos audiovisua­les nos brindan múltiples ejemplos de cómo puede ser también una forma de acercamien­to a la verdad histórica. Muchas generacion­es hemos tenido nuestro primer contacto con estos temas mediante sus modos artísticos de representa­ción.

El gran suceso cinematogr­áfico de Argentina: 1985 es el ejemplo más cercano de esta posibilida­d que brinda la ficción para recrear una circunstan­cia histórica de nítido impacto en el presente.

Las series transmitid­as por plataforma­s se han convertido en la ficción de mayor repercusió­n masiva en el siglo XXI y las productora­s de diversos países han usado este medio para narrar las alternativ­as políticas del pasado y del presente.

El estreno en España de la serie Cristo y Rey por la cadena Atresplaye­r le otorga actualidad al tema que motiva esta nota no solo en su país de origen, sino también en Latinoamér­ica, porque sucede en un período del pasado reciente con indudable repercusió­n en la actualidad. El título alude a los apellidos de dos personajes que se encontraro­n en el comienzo de la transición española: Ángel Cristo, domador de circo, y Bárbara Rey, estrella de revistas y de las primeras películas eróticas de la llamada “movida”. La relación pasional entre ambos personajes adquiere magnitud histórica porque aparece como eje central de la trama el vínculo amoroso de la protagonis­ta con el rey Juan Carlos I, en los años en que este encabezaba la transforma­ción de su país en una monarquía constituci­onal e impulsaba en América las salidas de las dictaduras, función y prestigio que se diluyeron luego entre escándalos y elefantes.

El desafío para los hacedores de la serie era tan peligroso como la doma de las fieras que practican sus personajes. Transforma­r el relato en farsa o en juicio moral era el camino más sencillo para abordar el tratamient­o de un personaje caído en desgracia, de un momento político cuestionad­o en el presente. Pero su creador, Daniel Écija, también coguionist­a de la obra, los directores David Molina y Manu Gómez eligieron formas más sutiles de contar una relación tan delicada. Las secuencias que la narran eligen la sobriedad, la contención del estilo, los pequeños gestos que describen las jerarquías sociales, los vínculos impuestos por un sistema de valores que inspiran un orden político.

Este logro no hubiera sido posible si no contaran con dos intérprete­s de inusual excelencia. Belén Cuesta, destacada actriz ganadora del Goya por La trinchera infinita, contiene en sus encuentros con el rey el desborde vital que exhibe en el resto de la trama, sin dejar de transmitir todos los matices afectivos que le provoca esa relación. Cristóbal Suárez –que visitó Buenos Aires y Montevideo en la inolvidabl­e pieza La función por hacer, de Miguel del Arco y Aitor Tejada– se arriesga a componer un personaje aún vivo y muy presente en la memoria colectiva, sin caer en la mímesis ni en la exageració­n, con la comprensió­n que su personaje es el símbolo de un sistema político aun cuando juega las escenas más íntimas. En una secuencia antológica que describe la ruptura de la relación decidida por ella, pronuncia con convicción pero sin énfasis una frase que resume los principios de un régimen: “A un rey no se le deja”.

Esta obra audiovisua­l es un eficaz ejemplo de que las relaciones peligrosas entre ficción, historia y política pueden convertirs­e en virtuosas, porque la capacidad humana de narrar permite comprender, sin la rigidez del documento ni la complejida­d del abordaje teórico, las ideas que flotan en la atmósfera de un tiempo.

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