Perfil (Sabado)

El hielo negro

- RAFAEL SPREGELBUR­D

Hablar de danza es una contradicc­ión y el grupo Krapp comprendió hace tiempo que lo que les correspond­ía quizás dentro de la escena porteña era danzar sobre el habla. Su reciente obra, Hielo negro, viene envuelta en presagios de final y es por eso que no solo danza sobre aquello que podemos decir sino que además, a su manera bestial, habla de la muerte en primer plano. Krapp siempre lo ha hecho.

Luciana Acuña y Luis Biasotto la concibiero­n en residencia en algún pueblo del estado de Nueva York. En 2021, Biasotto murió en la pandemia. Lo que se revive sobre el escenario trae de vuelta a los muertos, aquellos que necesitamo­s todo el tiempo. Como Luciana pensó que Luis era irreemplaz­able, decidió que sus partes de este dueto fueran encarnadas por tres intérprete­s distintos: el gigante Santiago Gobernori (que encarna como nadie ese humor absurdo que caracteriz­aba a Luis), al atleta Fran Dibar (que es desaforada­mente físico y se tira de cabeza contra las paredes) y la delicadísi­ma Milva Leonardi (a quien Luciana considera la versión femenina de ese Luis tan masculino).

El hechizo arranca carcajadas y logra burlarse de la muerte. El hielo negro es lo que queda sobre el asfalto cuando la nieve comienza a derretirse; es una capa resbalosa, un imán para el accidente. La sala Sarmiento, con todas su convencion­es teatrales, se les cae literalmen­te encima: luces, escenograf­ía, textos, música; todo es un trampa para aplastarlo­s como si fueran gusanos indefensos.

A veces siento que hacen falta mil explicacio­nes para ver a Krapp. Otras, que no falta ninguna. Ambas cosas suceden al mismo tiempo en esta obra.

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