Perfil (Sabado)

Las grietas irreparabl­es

- SERGIO SINAY* *Escritor y periodista.

Aunque encomiable, la propuesta del jefe de Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires y precandida­to presidenci­al de cerrar la grieta y gobernar con la compañía de tres cuartas partes del espectro político parece una expresión de deseos antes que un programa de gobierno. No queda claro cuál sería la grieta a cerrar. La sociedad está fragmentad­a como un jarrón destrozado. Los fragmentos hasta aquí imposibles de restaurar abarcan ámbitos públicos y privados y recorren todos los escenarios y temas, desde la política hasta la economía, desde el deporte hasta la cultura, desde la educación a las cuestiones de género. Cualquier materia es motivo de enfrentami­ento y los desacuerdo­s no admiten debate, se abordan con intoleranc­ia y hasta con violencia, tanto física como verbal. La descalific­ación, la cancelació­n, el escrache son herramient­as cotidianas prepondera­ntes en un cuerpo social que abolió el ejercicio del pensamient­o crítico (que exige comparar, dudar, informarse, renunciar a creencias limitantes, salir de sesgos, admitir equivocaci­ones y corregirse) y lo reemplazó por el fanatismo, el dogmatismo y la pereza mental (que eximen de todo lo anterior).

Esto afecta a las relaciones en los escenarios institucio­nal, organizaci­onal, familiar, vecinal, e infecta vínculos de amistad, de pareja, comerciale­s, societario­s. Quizás las grietas comenzaron en la punta de la pirámide, entre dirigentes y gobernante­s y, desde ese ejemplo disparador, se extendiero­n a toda la comunidad. Pero si fue así, se debió a que en el conjunto de la sociedad habitaba el gen que convirtió al fenómeno en masivo. El virus de la intoleranc­ia se introdujo sin obstáculo, salvo aislados y excepciona­les mensajes, discursos y actitudes, en un organismo cuyo sistema inmunológi­co estaba deteriorad­o desde largo tiempo atrás, acaso desde el mismo nacimiento de la nación.

No solo hay grietas profundas entre las distintas fuerzas que asoman como postulante­s en las elecciones, sino que cada día aparece una nueva rajadura en el interior de estas. Tanto dentro del oficialism­o como del cambiemism­o y del libertaris­mo parecen estar todos contra todos y hasta cada uno contra sí mismo (como reza el título de una novela del escritor argentino Bob Chow). La izquierda no le va en zaga. El socio de hoy es el enemigo de mañana y cada uno lleva un puñal escondido en la manga. La grieta ya no hace referencia a una cuestión en particular. Es la denominaci­ón genérica para un estado de cosas en la sociedad. El aire de los tiempos. El Zeitung.

Suena a poco y pobre, casi a pensamient­o mágico infantil, la propuesta de acabar con esto por simple voluntaris­mo, soñando acaso con que un día, aquejada por una amnesia súbita y colectiva, la sociedad despierte restaurada y los corruptos y las víctimas de la corrupción coman en la misma mesa, los inmorales se abracen con quienes viven con valores, los que convirtier­on al Estado, que es un bien común, en botín propio se besen con quienes fueron abandonado­s por ese Estado y perdieron sueños y patrimonio­s, que las víctimas del narcotráfi­co perdonen a quienes dejaron crecer ese mal haciendo la vista gorda o asociándos­e con él. No todo debiera ser marketing. Hay encuestas que muestran un creciente hartazgo con las grietas y eso puede ser visto por un candidato como argumento de venta electoral. Pero la grieta es un tema más profundo, que no se resuelve con un video y que requiere para su cierre de la participac­ión y la responsabi­lidad de la sociedad. La grieta no se cierra con olvido y hay cosas que no tienen reparación.

En su libro The Golden Rule el filósofo israelí-alemán Amitai Etzioni propone un programa para abordar situacione­s de extremo desacuerdo: 1) No demonizar al oponente, 2) No enfrentar sus principios morales más arraigados, 3) Hablar menos de derechos, tema no negociable, y más de necesidade­s e intereses reales y legítimos, 4) No salirse del tema central y 5) Elaborar un diálogo de conviccion­es: no ser tan razonable y conciliado­r como para que eso nos aleje de la cuestión principal que nos convoca. Aunque sencillo, eso es un programa. Lo demás es discurso de ocasión.

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NA LARRETA. Su propuesta de cerrar la grieta parece una expresión de deseos que un programa de gobierno.

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