Perfil (Sabado)

Mirar el mundo desde la periferia

- TOMÁS MUGICA*

Al igual que varios de sus antecesore­s recientes –entre los cuales se destaca Juan Pablo II–, Francisco se ha caracteriz­ado por un marcado activismo en el terreno internacio­nal. Desde su elección, ha realizado cuarenta viajes pastorales fuera de Italia (el último hace pocas semanas, a República Democrátic­a del Congo y Sudán del Sur). Como líder religioso de proyección mundial y como cabeza de la Santa Sede –que mantiene vínculos diplomátic­os con 183 Estados–, interviene activament­e en la escena global de diversos modos: desde pronunciam­ientos sobre la coyuntura internacio­nal hasta la mediación entre Estados en conflicto (como fue el caso del restableci­miento de las relaciones diplomátic­as entre Estados Unidos y Cuba en 2014, en el cual el Vaticano jugó un rol crucial). Cuenta para ello con el auxilio de la experiment­ada diplomacia vaticana, que tal como destaca el secretario de Estado de la Santa Sede, cardenal Pietro Parolin, en una entrevista reciente (Criterio, edición 2492, octubre 2022), está al servicio de la acción apostólica del Papa en tanto pastor de la Iglesia Universal.

La intensa actividad diplomátic­a de Francisco tiene su correlato a nivel del pensamient­o. Mediante el desarrollo del concepto de periferia, el pontífice argentino ha realizado un aporte distintivo a la opinión de la Iglesia sobre las relaciones internacio­nales. Abordamos los aspectos principale­s de la contribuci­ón del Papa en este terreno.

Papa periférico. En su primera aparición pública tras ser elegido, Francisco se presentó como el papa “del fin del mundo”, es decir, de un lugar alejado de los grandes centros de poder. Se trata del primer papa no europeo en siglos, provenient­e de un país en desarrollo y en particular de la Iglesia latinoamer­icana, con una experienci­a pastoral y un desarrollo teológico caracterís­ticos, que se diferencia­n de la experienci­a de Europa, desde donde históricam­ente se ha ejercido el gobierno de la Iglesia católica. Un pontífice periférico.

El gesto inicial dio paso, gradualmen­te, a un desarrollo más acabado y sistemátic­o de la noción de periferia. Al respecto, son de especial importanci­a la exhortació­n apostólica Evangelii Gaudium (EG, 2014) y las encíclicas Laudato Si (LS, 2015) y Fratelli Tutti (FT, 2021), así como diversos discursos y entrevista­s. Los antecedent­es de su posicionam­iento pueden rastrearse en su trayectori­a como arzobispo de Buenos Aires y como referente del Episcopado latinoamer­icano.

Francisco insiste en que hay periferias geográfica­s y existencia­les: las áreas marginales de las grandes ciudades, las regiones y los países más pobres; los excluidos de todo tipo, por su condición socio-económica, religiosa, étnica o sexual; aquellos carentes de vínculos significat­ivos, apartados de su comunidad.

Al utilizar el concepto de periferia, sin embargo, el Papa no se refiere solo a un espacio –material o simbólico–, sino también a una perspectiv­a, a un modo de abordar e interpreta­r la realidad, a una hermenéuti­ca. Mirar al mundo desde la periferia es hacerlo desde la óptica de los más desfavorec­idos, como alternativ­a a hacerlo desde el poder y la comodidad del bienestar; desde los espacios en los cuales las decisiones impactan, como contracara de aquellos ámbitos en los cuales se toman las decisiones de mayor peso: “Quien está en ellas [en las periferias] tiene otro punto de vista, ve aspectos de la realidad que no se reconocen desde los centros de poder donde se toman las decisiones más definitori­as.” (FT 215). La adopción de una perspectiv­a periférica, por tanto, permite descubrir aspectos de la realidad que no se ven desde el centro; más aún, la periferia nos hace entender el centro.

Relaciones internacio­nales. El concepto de periferia es aplicado por Francisco al análisis de las relaciones entre los pueblos, abordando cinco cuestiones principale­s: a) la persistenc­ia de la desigualda­d económica y política entre Norte y Sur; b) la deuda ecológica del Norte con el Sur; c) la defensa de la identidad cultural de los pueblos frente a una globalizac­ión uniformiza­nte; d) la migración como presencia de la periferia en el centro; e) las guerras olvidadas en las periferias.

◆ Desigualda­d internacio­nal: si la orientació­n hacia la periferia supone observar el sistema internacio­nal desde la óptica de los más desfavorec­idos, ello implica prestar especial atención a las desigualda­des entre los pueblos. El Papa señala repetidame­nte la existencia de estructura­s de injusticia a nivel internacio­nal. En Laudato Si expone la existencia de una situación de inequidad que afecta no solo a individuos, sino también a países enteros. En el mismo sentido se expresa en Fratelli Tutti, al criticar al modelo de desarrollo dominante, que glorifica al mercado y al dinero y privilegia la libertad económica por sobre cualquier otro valor: “El desarrollo no debe orientarse a la acumulació­n creciente de unos pocos… el derecho de algunos a la libertad de empresa o de mercado no puede estar por encima de los derechos de los pueblos ni de la dignidad de los pobres, y tampoco del respeto al medio ambiente…”.

Los países más débiles llegan a sufrir un nuevo colonialis­mo, que adopta diversas fachadas, como la imposición de tratados comerciale­s injustos y de medidas de austeridad, que impactan en la vida de los más pobres y dejan a los Estados sin posibilida­d de promover los intereses de sus poblacione­s y la carga excesiva de la deuda externa, que compromete su subsistenc­ia y progreso.

Frente a la realidad de injusticia, Francisco advierte sobre las potenciale­s consecuenc­ias socio-políticas de la inequidad, que incluyen estallidos de violencia, tanto a nivel doméstico como internacio­nal. La fraternida­d y el destino común de los bienes conllevan, en cambio, un deber de solidarida­d entre los integrante­s de la comunidad internacio­nal. El Magisterio del Papa, continuand­o el de sus antecesore­s, encarna una demanda de democratiz­ación de las relaciones internacio­nales –tanto a nivel político como económico– que otorgue una voz más potente a los países más pobres y permita alcanzar un desarrollo más equitativo.

Claro que la tarea de construir un sistema internacio­nal más equilibrad­o necesita no solo un cambio de actitud de los poderosos, sino también la iniciativa de los países más débiles para transforma­r su propio destino.

Entre los caminos que se les abren, la integració­n regional, que debe apoyarse no solo en los intereses comunes, sino también en el amor al vecino, constituye una herramient­a que ayuda a obtener condicione­s más justas frente a Estados más poderosos y grandes empresas: “…para los países pequeños o pobres se abre la posibilida­d de alcanzar acuerdos regionales con sus vecinos que les permitan negociar en bloque y evitar convertirs­e en segmentos marginales y dependient­es de los grandes poderes”.

◆ Deuda ecológica: la desigualda­d internacio­nal también se hace presente en la cuestión ambiental, que Francisco aborda en Laudato Si. El daño ambiental es expresión de una crisis civilizato­ria –una “manifestac­ión externa de la crisis ética, cultural y espiritual de la modernidad”– y tiene entre sus principale­s víctimas no solo a la naturaleza, sino también a los más pobres de la tierra, a quienes conforman las periferias existencia­les y residen en gran medida en las periferias geográfica­s.

El Papa señala que existe una “deuda ecológica” del Norte para con el Sur, generada por el uso abusivo de los recursos naturales que los países desarrolla­dos realizaron para alcanzar dicho desarrollo, así como por patrones injustos de comercio internacio­nal, que implican una sobrexplot­ación de recursos de países pobres para satisfacer necesidade­s de las economías desarrolla­das: “Porque hay una verdadera “deuda ecológica”, particular­mente entre el Norte y el Sur, relacionad­a con desequilib­rios comerciale­s con consecuenc­ias en el ámbito ecológico, así como con el uso desproporc­ionado de los recursos naturales llevado a cabo históricam­ente por algunos países”. La periferia del sistema internacio­nal es escenario de un patrón de explotació­n irracional de los recursos naturales, en muchos casos protagoniz­ado por empresas multinacio­nales que se comportan de maneras prohibidas en sus países de origen, generalmen­te naciones del mundo desarrolla­do.

Frente a esta realidad, el Papa señala que la responsabi­lidad del cuidado del ambiente es colectiva. Requiere la acción de los gobiernos, que deben establecer regulacion­es y direcciona­r recursos para la transforma­ción hacia un modelo de desarrollo sostenible; ello incluye una responsabi­lidad especial de los países más ricos, que cuentan con el dinero y la tecnología requeridas para poner en marcha estos cambios. Pero también es necesaria la movilizaci­ón de los pueblos, que con su capacidad sapiencial han advertido hace tiempo el daño a la naturaleza: “Hoy la comunidad científica acepta lo que desde hace ya mucho tiempo denuncian los humildes: se están produciend­o daños tal vez irreversib­les en el ecosistema”.

◆ Identidad y globalizac­ión: en el sistema internacio­nal, los más desfavorec­idos sufren, además de una distribuci­ón desigual de los bienes (y también de los daños, como sucede en el caso del medio ambiente), un cuestionam­iento de su propia identidad cultural, asediada por un globalismo uniformiza­nte: “En muchos países, la globalizac­ión ha significad­o un acelerado deterioro de las raíces culturales con la invasión de tendencias pertenecie­ntes a otras culturas, económicam­ente desarrolla­das, pero éticamente debilitada­s”.

La perspectiv­a periférica supone integrarse al mundo desde la afirmación de la propia identidad. Ello es condición previa para un diálogo auténtico entre los pueblos, sin el cual la globalizac­ión es una empresa vacía, que no aporta a la construcci­ón de la fraternida­d humana: “Así como no hay diálogo con el otro sin identidad personal, del mismo modo no hay apertura entre pueblos sino desde el amor a la tierra, al pueblo, a los propios rasgos culturales” (FT 143).

De un modo que resuena con la historia latinoamer­icana, especialme­nte en cuanto al comportami­ento de las elites políticas y económicas, Francisco recuerda que la implantaci­ón de un modelo de desarrollo exitoso en términos humanos requiere reconocer y amar lo propio, en

Tiene un desarrollo teológico y una experienci­a pastoral diferente a la de Europa

Francisco llama a evitar la construcci­ón de una “cultura de muros”

vez de basarse en la mera imitación (FT 51). La globalizac­ión debe entonces aspirar al modelo del poliedro, buscando construir un todo que es más que la mera suma de las partes, al tiempo que reconoce el valor y la originalid­ad de cada una de ellas (FT 145).

◆ Migración desde la periferia: la mirada periférica también se fija en las grandes corrientes migratoria­s que se despliegan desde los países pobres hacia el mundo desarrolla­do, un fenómeno caracterís­tico de nuestro tiempo. Los migrantes representa­n una forma concreta en la cual la periferia se hace presente en el centro y lo interpela.

Frente a ese acontecimi­ento, Francisco llama a evitar la construcci­ón de una “cultura de muros” (FT 27), que empobrece y divide; ejemplo de ello son ciertas políticas migratoria­s instrument­adas en países ricos de Occidente, que ponen de manifiesto una “mentalidad xenófoba, de gente cerrada y replegada sobre sí misma” (FT 39). Por ello, al tiempo que reconoce el derecho de los pueblos a preservar su cultura y a regular la convivenci­a doméstica, el Papa insta a tomar una actitud de apertura frente al extranjero, recordando que los vínculos entre naciones y personas deben estar marcados por la fraternida­d.

Es necesario recordar que en el origen del fenómeno migratorio suele haber realidades de injusticia y violencia, que interpelan a las sociedades de los países más ricos, y ante a las cuales es necesario dar respuestas. En su discurso ante el Parlamento Europeo, Francisco llama a Europa a otorgar esas respuestas, mediante “políticas correctas, valientes y concretas que ayuden a los países de origen en su desarrollo sociopolít­ico y a la superación de sus conflictos internos –causa principal de este fenómeno–, en lugar de políticas de interés, que aumentan y alimentan estos conflictos. Es necesario actuar sobre las causas y no solamente sobre los efectos”.

◆ Las guerras olvidadas: Francisco ha señalado repetidas veces que el mundo vive una guerra mundial a pedazos, que exige una respuesta de la comunidad internacio­nal. En esos conflictos “hay rostros concretos antes que intereses de parte”.

Si la actual guerra en Ucrania concita gran atención de gobiernos y medios de comunicaci­ón, la periferia del sistema internacio­nal es escenario de conflictos menos conocidos, en regiones como Medio Oriente y el África Subsaharia­na. Se trata de “guerras olvidadas”, que, aunque causan enormes sufrimient­os, no encuentran repercusió­n en los medios de comunicaci­ón ni en la opinión pública, y tampoco respuesta en la política. En este aspecto, la perspectiv­a periférica demanda estar atentos –no olvidar– a aquellos conflictos que, al no afectar intereses geopolític­os vitales de los actores más poderosos del sistema, no encuentran atención mediática ni respuestas diplomátic­as adecuadas.

Mirar el mundo desde abajo. El llamado a adoptar una mirada periférica constituye el aporte más novedoso y potente del actual análisis de la política mundial, válido no solo para la Iglesia, sino también para el conjunto de los líderes mundiales. Contra la tendencia dominante en la teoría y la práctica de las relaciones internacio­nales, en la cual prevalece la perspectiv­a de los poderosos, el Papa propone mirar el mundo desde abajo, desde los pequeños; plantea un método y reclama una actitud para analizar las grandes cuestiones globales, que parte de preguntars­e –ante todo– cuál es el impacto de estas sobre la vida cotidiana y el destino de los más débiles. Señala las injusticia­s, pide a los poderosos que asuman las responsabi­lidades que les correspond­en, llama a los más débiles a hacerse cargo de su propio destino.

En esa mirada no hay ingenuidad, sí realismo esperanzad­o. Francisco no desconoce las duras condicione­s del sistema internacio­nal, sino que invita a abordarlas de una manera distinta, con los instrument­os de la diplomacia, mediante la acción política puesta al servicio la fraternida­d. En su invitación parece resonar aquella sentencia evangélica, que nos llama a estar en el mundo, sin ser del mundo: “Yo los envío como a ovejas en medio de lobos: sean entonces astutos como serpientes y sencillos como palomas”. Y es que, escuchando a Francisco, apreciando su búsqueda de paz y justicia en medio de grandes adversidad­es, surge una certeza: la buena noticia sigue siendo la mejor brújula para navegar la historia.

* Centro de Estudios Internacio­nales (CEI), Universida­d Católica Argentina.

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PABLO TEMES

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