Perfil (Sabado)

Conservado­res invisibles

- NANCY GIAMPAOLO

Un hombre heterosexu­al convive hace quince años con la misma mujer. Tienen dos hijos que van a colegios caros, e irán a alguna universida­d norteameri­cana. Ligaron algunos bienes de sus familias, con las que pasan Navidades y cumpleaños. Vacacionan en una playa de Uruguay, para volver renovados a su actividad habitual, cronometra­da para que todo fluya. Una mujer heterosexu­al, defensora del Estado, respetuosa de toda normativa institucio­nal, orgullosa de haber crecido en una familia trabajador­a, pagadora puntual –como el hombre de la familia tipo– de todos los impuestos que le digan que tiene que pagar, se desloma para dejar de ser inquilina. Estilos de vida y aspiracion­es que calzan en un marco conservado­r. Pero, en redes sociales, estos dos seres que ni siquiera han caído en la módica transgresi­ón de un vicio ilegal o las exuberanci­as de una sexualidad conspicua, son parte de un grupo de gente muy similar a ellos que se muestra como la antítesis del conservadu­rismo. Discrimina­ción racial, transfobia, manodurism­o, machirulis­mo, patriarcad­o, hegemonía, y cuanta imputación imponga el glosario del buen progre, son municiones que usan con temeraria facilidad. Pero ¿no es lo ideológico algo que impacta en las acciones y los deseos? Si me la paso atribuyend­o conservadu­rismo a los demás, ¿no debería, por ejemplo, transcurri­r mi cotidianei­dad desechando los clásicos baluartes “tradición, familia y propiedad”? ¿No es mi pensamient­o político algo traducible a mi forma de vivir?

Hace muchos años, en una entrevista, le pregunté a un actor mendocino por el conservadu­rismo de su provincia natal, del que creí podía dar fe porque viví un tiempo allí. Respondió: “No me parece mal, porque dentro de ese conservadu­rismo se conservan, justamente, un montón de cosas lindas. Además, no creo que haya nadie totalmente conserva ni nadie totalmente open mind, sino más bien puntos en el medio. El mendocino sabe disfrutar de los placeres, le gusta comer y beber bien, juntarse con la gente querida, la familia, conversar, dormir una buena siesta. Que se conserven esos hábitos es genial”. A un sociólogo, esta categoriza­ción podría parecerle descontext­uada o ignorante, quizá con razón, pero a mí, que no soy socióloga, me gustó porque da para especular sobre la distancia entre decir y hacer. ¿Cuál es la rebelión que se contrapone al conservadu­rismo cuando lo señalan aquellos a quienes la rebeldía nunca les abrió la puerta más que para hablar de ella? ¿Cuál es la hegemonía actual? ¿Cómo conectan los discursos con los hechos?

En La vigencia del manifiesto comunista, de 2018, Slavoj Žižek escribe: “Decir que el patriarcad­o es el pensamient­o hegemónico actual es el pensamient­o hegemónico actual”. Es que la nueva hegemonía llama a confrontar al conservado­r y muchos se ilusionan con ganarle de palabra, mientras, como él, cumplen viejas tradicione­s populares, respetan la autoridad, comparten tiempo, afecto y bienes con la familia y fantasean con ser –o son– propietari­os. El resultado de la compulsa es cantado: el conservadu­rismo sigue perfectame­nte vigente.

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