“Estamos un poco intoxicados por la realidad”
En una coproducción entre el Teatro Regio Torino, la Ópera de Lausanne (Suiza) y la Ópera de Israel, y con la dirección musical de Jan Latham-koenig y la dirección de escena, escenografía, vestuario, iluminación y coreografía de Stefano Poda, llega una puesta muy particular de Fausto, el clásico de Charles Gounod. Es parte de la propuesta que el Colón desarrolla este bajo el señor editorial Divina Italia, hecho en colaboración con la Embajada de Italia y el Istituto Italiano di Cultura. Poda habló con Perfil sobre este regreso de Fausto: “Este Fausto fue representada también en la Ópera Royal de Wallonie en Bélgica. En el gran anillo de la obra se cierra la experiencia de la vida: la contemplación persigue a la acción y viceversa; la tierra persigue al cielo y todo vuelve al polvo. Luego tiene otro efecto: poco a poco, a medida que se observa, se tiene la impresión de que el anillo, como una rueda gigante, se mueve hacia el observador. Sin embargo, lo que siempre digo es que sólo hay que explicar los símbolos más insignificantes: las imágenes poderosas deben vivir sin leyendas y adquirir múltiples valores en función de la representación personal del espectador; ¡hay que permitir que el espectador se descubra a sí mismo como espectador!”.
—¿Qué representa una pieza tan clásica en este momento puntual del mundo?
—Fausto es símbolo de la humanidad, es el incontenible Wahrheitssucher, el buscador de la verdad, el eterno viajero -Goethe le hará decir, in punto mortis: “No he hecho más que correr por el mundo”... - irá de escenario en escenario, pasando de la historia a la Historia, de las tabernas burguesas a las montañas míticas, del amor por la pequeña y concreta Margarita al de la ideal y eterna Helena: será en el Walpurgis clásico y en sus danzas de ballet, es decir, en la recuperación del sueño de una noche griega fuera del tiempo (¡pensemos en Boito!) el punto de contacto más fuerte -quizá el único- entre Gounod y la segunda parte de la tragedia de Goethe, por lo demás descuidada en el resto de la obra.
—¿Cuáles son los desafíos más grandes frente a piezas tan clásicas?
—El público moderno está acostumbrado a acudir al teatro para que los directores “le cuenten” algo, portadores de un mensaje como si estuviesen en contacto directo con el autor. Más que la versatilidad de la narración, de la que ya bastante nos ha emborrachado el cine, creo que la ópera es más capaz de ofrecernos el misterio de la narración: narrar y comprender sin los medios de la vida despierta, sin la necesidad de descripción. En la opera no se habla, se canta: se pasa al mas allá, Jenseits. “La música habla de todo sin nombrar nada”. Hoy la cultura está harta del hiperrealismo. Extraño, después de las vanguardias de principios del siglo XX que prometían una perspectiva muy diferente. Hoy en día estamos un poco intoxicados por la actualidad, quizás porque estamos atrapados en un progreso abrumador.