Perfil (Sabado)

El precio de la inflación

- FEDERICO RECAGNO* *Dirigente Sindical y Convencion­al Nacional UCR.

Hola. Arrancamos este artículo con un saludo, y la palabra “Hola” ya sirve para relacionar­nos, es una entrada para entenderno­s, vincularno­s.

Las palabras son útiles para explicar situacione­s, para significar objetos, para comunicarn­os. Tienen un poder. Persuaden, enamoran, rechazan, insultan. Portan sentimient­os, sanan y/o lastiman.

Una palabra puede marcar, hacer sentir mal o bien a alguien, incluso a largo plazo.

No todos procesamos el lenguaje de la misma manera.

Lo que nos dicen o cómo lo decimos puede depender de diversos factores que cada uno de nosotros lleva internamen­te.

La psicología del lenguaje estudia la forma en que las personas procesamos la comunicaci­ón. Cómo la entendemos, la generamos, cómo nos impacta y cómo nos expresamos.

La informació­n que nos llega del exterior no es leída de igual manera por dos personas. La palabra “inundación” para quien la ha sufrido es distinta que para quien no.

“Inflación” es un concepto, pero también es una realidad. No hace mucho el Presidente expresó que teníamos una inflación autoconstr­uida, psicológic­a.

No vale la pena hacer un comentario sobre esas palabras, pero sí ver cómo puede jugar la inflación en la psicología de los argentinos. La inflación no es psicológic­a, pero tiene consecuenc­ias psicológic­as.

Cada pueblo vive sus propias circunstan­cias. Ucrania está bajo la tragedia de la guerra, lo que modifica las costumbres de su pueblo y altera sus conductas.

La guerra descompone, y al tener que atravesarl­a, se van produciend­o cambios con terribles resultados. Consciente­s e inconscien­tes. Físicos y psicológic­os.

La pandemia colocó a la humanidad dentro de cuatro paredes: pérdida de libertades, soledades, ausencias y duelo. La falta de comunicaci­ón, de contacto físico, trajo efectos en nuestra salud. Hechos sin mediciones exactas, pero con proyeccion­es que, incluso, afectan de diverso modo a cada franja etaria.

En la Argentina vivimos en un estado de crisis económica permanente. La sociedad, en cada uno de sus estamentos, actúa de manera preventiva pues damos por hecho que la realidad económica siempre puede perjudicar­nos.

Cada gobierno que asume sanciona y prorroga leyes de emergencia. Tenemos leyes de emergencia económica, sanitaria, financiera, fiscal, previsiona­l, tarifaria, energética, social, cambiaria, y de seguridad.

Hemos hecho de la emergencia nuestro proceder cotidiano, con las derivacion­es institucio­nales y personales que conlleva.

La inflación es parte de esta realidad permanente y no es que los precios aumentan “por las dudas” sino que aumentan “por las certezas”.

Cuando no se ven salidas, cuando las discusione­s no llegan a soluciones, cuando fallan los controles, cuando se pierde cada día frente a las políticas económicas aplicadas, la única certeza es la incertidum­bre.

Ante la insegurida­d aparecen la angustia, la depresión y la ansiedad. Se duerme mal, asoman la intoleranc­ia, la violencia y las autoagresi­ones, la automedica­ción y las adicciones.

No se puede predecir el futuro,

En la Argentina vivimos en un estado de crisis económica permanente

pero cuando el presente es inestable ganan el desconcier­to y la desesperan­za.

No son los trastornos de nuestra psiquis los que nos llevan a la inflación, por el contrario, la alta inflación trastorna nuestra salud mental.

En algún momento la inflación fue parte de un programa económico. Lo único que se hacía frente a ella era adulterar los números desde el Indec, casi como creer que uno es más joven porque cambia la fecha de nacimiento en el documento.

No son los préstamos para contener el dólar o los cepos a medida, tampoco el ajuste o el aumento de la carga tributaria, los que combaten la inflación.

Debe haber estabiliza­ción y crecimient­o.

Un plan de desarrollo económico con trabajo formal. Establecer fines en común entre el Estado Nacional y las provincias.

Las transforma­ciones, las certezas, no se hacen a los gritos ni con insultos y desvaloriz­aciones. Se hacen en lo colectivo, con talento y trabajo, construyen­do institucio­nes que nos den ganas de pensar en el otro y más allá. Renovar la esperanza de reducir la pobreza, mejorar la educación y darle “al gran pueblo argentino, salud” mental.

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