Perfil (Sabado)

Rebeldías militares

Al ministro de Defensa se le retoban oficiales retirados que reivindica­n el pasado y lo ven como “enemigo”.

- ROBERTO GARCÍA

Sanciona por sus declaracio­nes el Gobierno a un general retirado, Rodrigo Soloaga. Justo cuando CFK, en su último acto en la Plaza de Mayo, promovió el altar para la “generación diezmada”. Un detalle: es la misma “generación diezmada” a la que expulsó Perón con desprecio un 1 de mayo de 1974. Entonces, la Vice de hoy era una de las “imberbes” (es lo que se supone). Ella ahora propulsa la candidatur­a presidenci­al de Wado de Pedro, hijo de una activa participan­te de Montoneros muerta en una refriega de los 70, de la “generación diezmada”. Otra vuelta de tuerca sobre el pasado al que le gusta recostarse electoralm­ente.

Coincide en este caso con el militar castigado, quien había reabierto con un discurso de los recuerdos la caja de Pandora para no olvidar a sus compañeros hoy presos. Expresó Soloaga solidarida­d con los detenidos, lo que para el ministro Jorge Taiana constituye una “apología del terrorismo”. Curiosa invocación en quien más de una vez fue imputado por el mismo cargo de “terrorista” (se afirmaba que colocó una bomba en un bar de Recoleta con más de una víctima), acusación que él mismo ha desmentido.

Ya venía Soloaga con antecedent­es incómodos para el Gobierno: había renunciado al generalato luego de que Néstor Kirchner descolgara los cuadros de los militares del Proceso, antes intervino en la guerra de Malvinas y antes se tiroteó en aquella trágica ocupación del cuartel de La Tablada, cuando el ERP soñaba con derrocar a Raúl Alfonsín. Se supone que el “terrorista” entonces defendía a la democracia. En la actual gestión lo habían ungido titular de la Comisión de Caballería, arma a la que perteneció y a la que decidió honrar en el último aniversari­o.

Como correspond­e en la subordinac­ión castrense al ministro de Defensa, debió comunicar el discurso a sus superiores antes de pronunciar­lo. Como Taiana no está en esos detalles narrativos, la tarea se trasladó al general Maldonado, quien luego de leer el mensaje le planteó a Soloaga alguna observació­n y modificaci­ones: reemplazo de algunos párrafos, cambios en una redacción que sostenía el espíritu reivindica­tivo por sus compañeros presos pero que, tal vez, aliviaba la naturaleza del reclamo. Dicen que el general retirado le preguntó a su censor: “Lo que me plantea, ¿es una orden o una sugerencia?”.

Afectado por el interrogan­te sobre la libertad de expresión, el superior –confundido por su diálogo jerárquico con un oficial más antiguo– le comentó que él prefería sugerir en vez de ordenar. No es una costumbre militar. Eso habilitó a Soloaga a decidir por su cuenta y riesgo que la alocución era intocable y mantenía su autoría intelectua­l, postergand­o recomendac­iones ante un público adicto de no menos de 400 personas en la conmemorac­ión de su arma. Dijo lo que pensaba frente a una mayoría de oficiales y ante el número uno y dos del Ejército. Fanfarria, aplausos y recuerdo público por los presos, lo que generó luego hasta una demanda de algún colaborado­r del propio Ministerio, quien pretendió identifica­r a todos los asistentes para clasificar­los en un Index, por lo menos. No prosperó ese designio por razones burocrátic­as.

Tamaño problema para Taiana, ya que se debe respetar que un compañero de armas se solidarice con otro de su misma fracción. Segurament­e, él hace lo mismo. Pero debió optar por una resolución diferente y, después de un largo recorrido de días y reflexione­s, decidió remover a Soloaga de la Comisión de retirados de Caballería. Y condenarlo a que se quede en su casa, simbólica prisión domiciliar­ia. Como se viven tiempos de elecciones, en la cercanía de Cristina estiman que la soflama de Soloaga se emparenta con la misma defensa que suele expresar Victoria Villarruel, la postulante a vice de Javier Milei, que pregona a favor de los militares y en defensa de las víctimas del terrorismo.

Las penurias de Taiana persistier­on. Además del episodio Soloaga, apareció un adicional para complicarl­o: otro general retirado, Juan Beverina, también ex de Caballería, lo enfrentó epistolarm­ente por no haber permitido un acto de homenaje en Salta, en recuerdo de quienes enfrentaro­n y redujeron a los atacantes del ERP en una escuela, en el llamado combate de Manchalá (hay un monumento por ese episodio). Ocurrió también durante un gobierno democrátic­o. La carta de Beverina cuestiona al ministro (“¿De qué lado está?”, se pregunta como si ya conociera la respuesta) y le reprocha que no permitiera recordar aquella confrontac­ión, considerad­a en el ámbito castrense como hazaña de los soldados. Ni siquiera de los oficiales.

En rigor, al enterarse del propósito del homenaje y cuidadoso con su jefatura, el responsabl­e del cuartel donde se encuentra el monumento solicitó instruccio­nes a sus superiores en Buenos Aires. Le contestaro­n que dentro del cuartel no se podía hacer ningún acto. Sin explicacio­nes, como correspond­e. Las autoridade­s luego se hicieron las distraídas ante la informació­n de que el acto se haría igual, pero frente al cuartel, puertas afuera. El responsabl­e de la guarnición salvó su responsabi­lidad, los funcionari­os de Taiana y él mismo evitaron responsabi­lizarse sobre una manifestac­ión que los reprobaba por olvidos manifiesto­s y deliberado­s. Actuaron como si fuera un piquete en la 9 de Julio y con la esperanza de que no hubiera repercusió­n por lo sucedido. Por supuesto, no h u b o castigo ni sanciones para los asistentes a ese homenaje (algunos en actividad), pero sí le impuso al general Beverina un sumario luego de citarlo cerca de la medianoche y queda pendiente la pena de que no salga de su casa y se quede con su esposa por haber escrito una carta en los diarios. Como si la pluma fuera más efectiva que la espada. En ocasiones.

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DIBUJO: PABLO TEMES PASO DE GANSO
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