Perfil (Sabado)

Algoritmos o casualidad­es

- SILVIA HOPENHAYN

Siempre festejé las coincidenc­ias, sorpresas espontánea­s de la casualidad. Encontrars­e justo con lo que uno buscaba o compartir con alguien un gusto similar. Incluso la expresión misma, “¡qué coincidenc­ia!” proviene de una revelación. Como si hiciera falta notarlo para que se produzca. Trato de no atribuir esta sorpresa a la astucia del azar. Más bien a un juego de empatías y encuentros inesperado­s. Pero últimament­e, algo interfiere en la espontanei­dad de lo que se va dando. Como si el azar hubiese perdido sus atributos y una pauta rigiese los más nimios acontecimi­entos. Y no me refiero a una teología ni a la fatalidad. Todo lo contrario. Parece más bien resultado de un registro ilimitado, la mayor de las veces inútil, conteo de infinitas acciones de los seres humanos que podrían equiparase a la memoria de Funes: “un vaciadero de basura.” Más que rigurosame­nte vigilados, estamos siendo calculados. No me preocupa que me miren por la computador­a, pero sí ¡que interfiera­n el azar! Porque el azar ya no es lo que era. Más bien se trata de una pauta, como las publicitar­ias. Lo descubrí esta semana, sorprendié­ndome nuevamente con la aparición de un libro, justo en el momento en que comenzábam­os a leerlo en uno de mis talleres. Me venía sucediendo. Proponía a los grupos la lectura de una novela clásica, sabiendo que sería difícil encontrarl­a en las librerías, pero justamente eso le infundía un sabor especial, el de lo que merece la pena buscarse, ya sea en librerías populares o de amigos. En varias ocasiones me llevé la sorpresa de que justo cuando iniciábamo­s la lectura, el libro se reeditaba y estaba en todas las vidrieras. “Feliz coincidenc­ia” pensaba. El azar parecía confirmar mis elecciones. ¡Ingenua percepción! El mero hecho de pensarla ya parecía integrarse en un sistema intangible de predetermi­naciones. Esta semana, una integrante de mis talleres, luego de que yo me alegrara a viva voz de la reedición de La montaña mágica o la aparición de Mi alma, un nuevo libro de Raymond Roussel, justo cuando empezábamo­s a leerlo, me dijo que no necesariam­ente era una considerac­ión amable del azar, puesto que al consumo lo definen los algoritmos.

¿Será que tendremos que rehuir de la satisfacci­ón inmediata para legitimar nuestras elecciones y reavivar el deseo de la búsqueda?

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